Yo, como estoy media tocada del techo, veo televisión chilena. Y eso incluye a veces las teleseries, que es el nombre decente y moderno para no decir novelas o culebrones y para que a uno no le de tanta vergüenza verlas. Hay una nueva, de esas históricas, sobre la vida en las haciendas (los fundos) a inicios del siglo pasado, del patrón, sus mujeres, sus peones y su vida.
Esta que veo a veces, ha sido criticada por su violencia. El patrón- que es el señor de la querencia- le grita a todo el mundo, se coge a todas las mujeres a la redonda y a las que no se coge, les enseña la pipí, casi es el dueño del putero del pueblo, le pega al que se le atraviese y se le nota que es más malo que maltratar a un perrito callejero.
Frases como “muéstreme sus pechos. ¡Ya pues! es una orden” (a una de las empleadas) “No se confunda Leonor, usted es mi mujer, no mi amiga” (hablándole a la esposa), “Usted tiene que aprender a tratar a esa gente. No tiene sentido tratar de ser amable con ellos” (impartiendo lecciones de administración de recursos humanos), “Ya le he dicho que cuando esté templado vaya a la casa de la tía Carmen (el burdel)” (lecciones de vida para los hijos); lo retratan de cuerpo entero como un patán, pero de los que se lo toman en serio. Son frases tan crudas, tan fuertes, que lo hacen un personaje, al final poco creíble y casi caricaturesco. O al menos eso dicen las críticas. Dicen además que el lenguaje es falso y acartonado, que en ese tiempo se hablaba más afrancesado, que esto y que lo otro.
Se les hace como urgente decir que no existe nadie así ni ha existido nunca. Debe dar miedo, eso, de reconocer en un personaje de una novela la crueldad de la que somos capaces.
Hay otra cosa que me deja pensando. Uno de los comentarios que leí en mis ratos de ocio, que me procuro con vergonzosa frecuencia, dice que “la hacienda, como concepto hoy en día se trasladó a los bancos y las financieras, donde unos pocos continúan controlando a la mayoría”.
Traducido a Costa Rica, nosotros aquí, ya evolucionados y globalizados, vendríamos a tener ya no un gamonal, sino un señor de la gerencia y en lugar de la finca, unas oficinas con aire acondicionado en un edificio caro y exclusivo, que se anuncie en los semanarios financieros y que nos obligue a manjar una hora de ida y una de vuelta con la gasolina con esos precios y presas. En lugar del ganado o la siembra, nos dedicaríamos a los servicios, entotorotados por la inversión extranjera. Todos con la camiseta puesta, que somos una gran familia aunque no sos dueño de nada. Sos un asalariado. Que nadie se ahueve porque aquí nadie es peón de fundo: el título de la U te da derecho a que te digan licenciado.
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