Supone meter los dedos en algo que tenga consistencia líquida, y luego, suavemente, dejar caer gotitas sin ningún patrón preestablecido sobre una superficie elegida, una o dos veces como máximo. El número de gotitas tampoco está definido.
Se usa, sobre todo, para aplanchar, y para aplanchar camisas de hombres. Una se arma de tarde lluviosa, plancha y tacita con agua y rusea. Sirve además en la cocina, pero sobre todo, por la consistencia del ingrediente ruseado: aceite de oliva, por ejemplo, sobre tajadas de berenjena que se soasan en una parilla.
Es una medida que se trae incorporada, como la pizca de algo o se aprende de las abuelitas. No se rusean los animales, las personas o las cosas. A menos que uno se las vaya a comer o a aplanchar. La tecnología aun no logra, ni con las planchas de vapor, superar el efecto de un ruseado bien hecho.
Difiere del sprinkle del inglés, porque sprinkle tiene una implicación más granular y supone una cantidad, de alguna manera mayor, que lo que se rusea. La garúa tampoco se le compara, porque la garúa es mucha, consistente, y ante todo, no interviene una mano. “Echar” tampoco satisface la necesidad porque conlleva cierta noción de chorro abierto.
Al rusear algo, ni se empapa, ni se moja, no molesta. El ruseado puede, como máximo, sentir la agradable sensación de una caricia de agua, iniciada por el ruseador que corresponda. Rusear tiene algo de libertad, de capricho.
Calculo yo que es una degeneración del verbo rociar, que nos lleva, indefectiblemente a las gotas de rocío, que analizadas con cuidado, tendería uno a pensar que el sereno rusea el zacate en la madrugada. Excepto, claro, cuando estamos de temporal.
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