Hubo una vez una mujer que se quería divorciar de su marido. El juez, de puro chismoso, quiso conocer los detalles escabrosos exigiendo saber a qué se refería exactamente con eso de “diferencias irreconciliables”.
Tal vez ella lo dijo lo que dijo por salir del paso. Tal vez resumió el desierto de cariño y abandono en el que había vivido. Tal vez quiso ser irónica, sarcástica, sardónica, burlista o simplemente comemierda. Tal vez quiso aprovecharse del estilo de él, esa pinta tan gótica y poco convencional y de sus obras, algunas de ellas con títulos tan sugerentes como “Welcome to my nightmare”
“El es incapaz de hacer una canción de amor”– dijo.
Al día siguiente, él, que se oponía a la separación, tenía que declarar y hacer el descargo de esa insensibilidad de la que se le acusaba. Llevó su guitarra y cantó su evidencia, compuesta la noche anterior:
Así hasta yo.
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