Seguimos!
En todos los idiomas, el estudio del insulto es un tema de especial interés y hasta libros hay al respecto. En español, el insulto busca específicamente ofender y nuestros favoritos, son, por supuesto, las ofensas relativas al pasado o presente sexual de uno o de su santa madre. Son menos frecuentes los relativos a funciones corporales, salvo para la mala suerte (“un mae meado”) o para indicar parecido (“es cagadito a fulano”).
Supongo yo que por ser actividad humana, el lenguaje padece de los mismos males sociales, incluyendo la doble moral. Para sobrevivir al qué dirán lingúistico, usamos eufemismos, es decir, palabrejas socialmente aceptadas que no suenan tan horrible como la palabra soez. Por ejemplo, todos sabemos que cuando alguien dice pucha, puña, púchica o púñeta, en realidad lo que quiere decir es puta y lo hace completamente consciente de la sustitución por respeto al auditorio.
Ya que andamos en esos vecindarios de bombillas rojas, calles oscuras y reputación, valga la redundancia, de sobra conocida y comentada; deben ustedes saber que Costa Rica es el único país de América donde jueputa (jueputa, no hijo de puta, sino jueputa), no es un insulto según la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia. Madrear a alguien no es una injuria contra uno o su madre. Es parte de nuestra forma de interactuar entre nacionales. Mi entrevistado opina, igual que muchos de los del NO, que los magistrados son unos brutos, porque la condición de insulto no depende de la palabra solita, si no del contexto, de la forma en que se diga y de la entonación. El insulto se transforma entonces en una expresión de inmesurable e incuestionable cariño, “¡Puta, cómo te quiero!”, “Yo a este jueputa lo quiero tanto!” o mi favorito personal “Jueputa más lindo”.
Siempre en el terreno sexapiloso, tenemos el ejemplo de la palabra “rico”. El diccionario dice que es adinerado, pero nosotros, para referirnos a alguien papudo, decimos que tiene plata. Usado para referirse a personas, rico inmediatamente se asocia a un tema sexual. Y no me refiero a lindo o atractivo en términos generales. Me refiero más bien a la segunda parte de la frase “lindo mi hermano vestido de angelito”, o sea a a puro sabor caribeño que nada tiene que ver con si se parece o no a un modelo de revistas.
Para una mujer, rica, con énfasis en la rrrr, trae imágenes de una construcción, tentativa de violación verbal, susto con pasos rápidos y una acera estrecha. O de una fantasía con el patán de su vida y ella en extásis audifílico. O lo que le gritó a Sting desde las gradas del gimnasio de Heredia allá por los noventas en un trasnochado concierto.
Pues resulta que Rico ha evolucionado y yo no me había enterado. Cada vez más, las madres que les hacen cosquillitas a los enanos o les apretan los cachetes, les refuerzan el ego diciéndoles que son unos ricos, por decirles algo superior a simplemente guapos. Esa me sacó el menudo y en honor a la verdad, me hizo sentir anticuada y conservadora. Yo, y esa es una apreciación personal, me sentiría incestuosa y depravada de decirle a mi criatura que es un rico. Tal vez porque ni siquiera lo uso para referirme a adultos que sí se merecen, con todos los méritos, el calificativo, que cada vez deja de ser sexual para ser más y más simplemente positivo.
Finalmente, hablamos de mi condición autoprocalamada de políglota cosmopolita en español de América, con énfasis y especialidad en chilenismos. Le expuse mi amplio conocimiento de expresiones idiomáticas y compartimos teorías de porqué en Chile se dice que cuando uno toma café en la tarde, toma once. Para medir si mi chilenidad por adopción era genuina o pura tusa, me pidieron que indicara de qué tamaño sería un hijo mío de unos 7 años. Sin pensarlo, coloqué la mano horizontal a la altura más o menos del pecho, porque yo calculo que Santiago herederá mis genes y a los 7 se verá además de papucho, altísimo.
Don Víctor, impactado, me declaró transcultural auténtica, porque resulta que en Costa Rica la altura se muestra, para los niños, con la mano vertical. La mano como yo la puse, es solo para las bestias. Pero es alrevés en el resto de América. Me sonrojé agradecida, sin atreverme a revelarle que, además, tengo antecedentes vergonzosos de alienada y que yo, a mi perro, considerado por insensibles como una simple bestia, lo quiero como a un hijo.
Chinear es una palabra de origen quechua, que en su versión original significa mimar, arrullar. No sé de dónde salió la expresión de hacer piojito. De alguna epidemia del animalito debe haber salido.
Cuando aquí decimos que me tienen hasta aquí (cansado), hacemos ademán de cortarnos el cuello. En España se palmotean la nuca. Para los alemanes el límite está por encima de las orejas. En otros lugares de América se indican los ojos o incluso pasan la raya por encima de la cabeza. Exponemos así nuestros niveles de tolerancia. A nosotros algo puede estar a punto de ahogarnos, pero nunca nos quita la claridad de pensamiento, la capacidad de ver, de escuchar y por supuesto, la favorita de todos: la de quejarnos.
Le conté de Mimí y de sus palabras como cañambuca, que encontramos en un diccionario de localismos. De cómo en mis visitas a Nicaragua, había un algo casero y muy mío en el “qué se te ofrece, madrecita?” que me hacía añorar con desesperación a mi abuela. De la vez que pude presenciar a cuatro generaciones de cubanos hablando juntos: doña Pura, de 98 años, hija de españoles. Don Carlos, de 65, nacido en Cuba, emigrado a Miami hace 43 años. Yoyito, de 42, hijo de don Carlos, cubano-americano, nacido y criado en la Yunai y Ernesto, de 25, recién llegado a Miami, educado en la revolución. Los cambios y las diferencias en sus vocabularios e incluso en sus acentos era impresionante. Era observar en vivo el efecto de un evento político en la forma de comunicarse de las personas.
Hablamos de la imposibilidad de traducir cosas como compañero, con su solidaridad y su revolución implícita. De porqué el inglés no tiene un equivalente para gestión o trámite. De cómo él no ve una destrucción del idioma en ese todos y todas que a mí me resulta tan molesto o en el hablar de las generaciones jóvenes. De los cambios propios de la globalización, del desarrollo del español CNN, de los aportes del feminismo, los malles y las comidas rápidas en la generación de nuevas palabras. De cómo cambió el término maje y coparse (verbo reflexivo que se ejerce sobre otro) y otro montón de cosas interesantes.
Sole salió convencida de que se equivocó de carrera. Y don Víctor me tentó diciendo que los mejores semantistas fueron antes abogados. Me regaló un montón de nombres de libros y artículos. Quedé encantada con la idea de sentarme con él otras tres horas o de matricularme a lo macho en la maestría. Internetié buscando el sueño de un doctorado en lingüística en un país lejano, sin fijarme en los precios. Berlín, Oxford, Cambridge, Stanford. Marié al Antídoto con toda mi emoción y mi palabrería. Me compré mis primeros libros serios de introducción al tema. Así que se aliste, Norman Chomsky, que no me verá ni el polvo! (sabrán que Chomsky es un destacado lingüista).
Algunas cosas que se me quedaron por fuera. Por ejemplo una de mis joyas favoritas: el verbo sulibeyar, as in “cómo me sulibeyan“.
Deja un comentario