Un día pasó que Ella se levantó y era una viejita.
Entonces le da un dolor que no la deja levantarse, un ahogo repentino como la nostalgia del asma, una calentura misteriosa. Sola. Y llora. Por orgullo no llama a nadie y llora.
Cuando me cuentan, yo me le planto y de brazos cruzados, en un tono seco, le advierto que tiene que ir al médico o por lo menos avisarme.
Ni siquiera me enfrenta, como antes. No hay gritos. Se mira las manos envejecidas con las manchas cafecitas de la edad y se le llenan de agua los ojos
“No” – me dice- “Yo quiero volver a ver a Alejandro”
Y se levanta y me deja hablando sola y mientras camina hacia cualquier ventana, se apoya en el vidrio y repite, bajito
“Quiero volver a ver tu papá”
Y entonces soy yo la que llora. Alejandro lleva más de treinta años de muerto.
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