De Mimí me quedó la maña de leer el periódico de adelante para atrás y detenerme en las esquelas. Adopto pose, levanto la barbilla y achino los ojos mientras escudriño las vidas ajenas encerradas en sus cuadritos. Ahí me entero de hijos por fuera, divorcios, hijos afectivos, fieles servidores, relaciones comerciales y otras hierbas. Y si de casualidad conocía a uno de los mencionados en las esquelas, me pongo al día en su vida familiar y si me los topo, doy un pésame educado con la frase aquella de “no sé qué decir…” mientras lo abrazo y me abstengo de preguntar, por ejemplo, por la novia con la que evidentemente nunca se llegó a casar.
Es un asunto de mero trámite. Pero a veces, hay esquelas con mensajes personales, de los hijos, los amigos, la pareja, de los que se quedaron atrás. Se olvidan que es un anuncio público del deceso y lo convierten en una tarjeta postal al más allá. A veces lo rematan con una foto sonriente del muerto. A veces los mensajes son tan personales que se siente uno mal y avergonzado de conocer el dolor ajeno.
Hay gente que lo considera cursi y de mal gusto. Yo, por morbo, esas siempre las leo. Esas, a veces me hacen llorar.
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