El Patán se lamenta de haber pasado por ese proceso terrible en el que, a cambio de la condición de amigo, fue debidamente convertido, ante mis ojos, en un ser asexuado, inerte e incapaz de cualquier ataque y peligro. Se lamenta de que ya no se me dilaten las pupilas ni se me acelere el pulso ni se me pare la respiración ni siquiera cuando sonríe de lado y achina los ojos. Se lamenta de que quedaron atrás aquellos días en que era yo la que me lamentaba de todos los problemas que me había causado.
Y tal vez, detrás de tanta amargura y refunfuño, guarda la secreta esperanza de que lo que fue nuestro idilio raro, transformado en relación de padre-hija corporativa por vía de adopción, nuevamente retorne, algún día, con toda la fuerza. Que espere sentado.
Pues bajo esta novedosa condición de amigos, nos llamamos a diario, nos contamos algunas cuitas (en realidad él cuenta, yo oigo), llama a las amantes (tristes reemplazos wannabes de lo que nunca fue la suscrita) en mi cara, y de vez en cuando salimos a almorzar, bajo la seria advertencia que siempre me hace el Patán de “En mi casa se comen todo lo que se sirven”, solo para que yo le responda “Vale que no soy nada suyo y yo como solo lo que me ronca”.
Y entonces llegamos al club exclusivo, yo caminando por la parte de adentro de la acera, él por fuera. Nos topamos a medio planeta. Yo saludo educada y cuando procede, estiro la mano y él me presenta, mientras sonríe a con malicia y complicidad mal disimulada. Le digo en voz baja que deje de enlodarme y de hacer parecer el almuerzo como un polvo de mediodía. Escoge la mesa y me pregunta qué me parece por mero trámite, porque no tengo voto en el asunto. Me sostiene la silla y nos sentamos al sol, como si no fuera un día de trabajo. Y se da el siguiente diálogo:
Patán: Qué querés tomar?
Sole (entre distraída e insolada): Una coca lai…
Entra mesera obsequiosa, que saluda la Patán por el nombre y solo le falta plantarle beso en el bigote con la restregada que corresponde.
Mesara arrastrada : Qué van a tomar? (con voz de entrenamiento de cliente service y pulseando descaradamente a don Cosito. En otros tiempos, le entierro el cuchillo de la mantequilla entre los ojos).
Sole con mirada perdida hacia la piscina.
Patán (con autoridad y levantando un dedo como contando): Una coca lai
Sole se desprende de su proyección en la piscina olímpica, chapoteando bajo el sol, casi sin aire, pero feliz de estar nadando; para reubicarse en la mesa e interrumpir sin el menor empacho, pensando que si no ordena, se queda sin bebida.
Sole: Que sean dos las cocas lai, plis.
La mesera ofrecida apunta eficiente en su libretita. Tacha y dibuja el patito del número dos. Confirmación de que me entendió clarito. Me preparo para nuevo desconecte hasta que llegue la comida.
El Patán me vuelve a ver, como si en lugar de haberme incluido en la orden yo hubiera dicho alguna barbaridad imperdonable, privadísima e inconfesable.
Patán: (con su sarcasmo habitual) La coca lai que pedí es para vos.
Sole: Ah… (se queda un momento sin saber qué decir) para mí? Yo pensé que para vos. Vos que vas a tomar entonces? (Lista para alzar el pleito si ordena ron, porque el que anda manejando es él y yo con borrachos no me monto)
Y ataco una servilleta de papel hasta dejarla convertida en muchas tiritas. El Patán se vuelve de nuevo hacia la mesera resbalosa y ordena:
Patán: Una michelada para mí y una coca lai para ella
La mesera sometida no se va. Se queda como esperando un algo. Se da cuenta que es un momento incómodo. Es evidente que ella no sabe que esto, lo del Patán y lo mío, aun como amigos, es algo que pulula de momentos incómodos particularmente para terceros. Cosas de todos los días para nosotros. El Patán, como siempre, se siente obligado a cerrar con broche de oro.
Patán (a la mesera e ignorándome por completo): Y disculpe a la señora. Ella no está acostumbrada a que la atienda un hombre.
AJAAAA, TORO!
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