En la Navidad pasada, mis servicios de asesoría y consultoría en regalos aptos para el destinatario estuvieron muy solicitados. Con este conocimiento que me gasto de los gustos ajenos, pude hacer felices a muchos de los que recibieron regalos derivados de relación corporativa o de puro cariño. Por supuesto, es una labor filantrópica de la que no me gano ni un cinco ni mucho menos mayor reconocimiento más allá de un “gracias!” emocionado, sobre todo si el regalo fue agradecido o con un chupetazo sabroso o con una oportunidad de negocios.
De especial interés, resultan los servicios brindados a dos amigas que tienen relación contractual con la empresa del Patán. Considerando que como todo milloneta echado a perder, el Patán tiene de todo (excepto hígado y tiempo) y lo que no tiene, lo compra (excepto hígado y tiempo, porque después de todo tiene razón Master Card y hay cosas que ni la American Express de titanio superan), se trataba de un reto especialmente particular.
Para el regalo que yo le di, me quebré el coco por varios días hasta que di con la opción perfecta: una taza con la impresión de una modelo por la que babea de espaldas en bikini tantas veces como cupiera en la circunferencia de la taza. Como le detallé por teléfono cuando me llamó a reclamarme el regalo: “sos un malagradecido, porque ponete a pensar ¿cuándo le ibas vos a poder tocar el culo a esa chavala? yo, con mi regalo, no solo te doy esa imposible oportunidad y encima vas a sentir caliente, partiendo claro que le dieran té o café y no se le enfriara”. Mi regalo fue muy agradecido y celebrado, aunque por políticas anti acoso de su empresa no la pueda usar en la oficina y por salvaguarda de su integridad física, tampoco la pueda usar en la casa. Se ve divina la taza guardada en la caja en la que fue debidamente remitida. La caja la tiene en la mesita de la oficina.
Pero disvarío. Para atender la solicitud adicional de mis amigas, revisé opciones de pornografía fina, el deporte del Patán, sus cigarros favoritos, algún libro que por extraño embrujo lo impulsara a abrirlo o leerlo, algo que le recordara su juventud perdida, hasta que di con el ideal: un dvd del concierto de Santana, al que por casualidades del destino, los dos asistimos, pero ni nos vimos ni mucho menos nos saludamos. Cada uno por su lado, aunque luego nos reclamamos, por supuesto, esa falta de cholle de no habernos comunicado previamente la coincidencia.
Mis amigas le dan el regalo, él se va de viaje, viene de viaje, todos regresamos al yugo y una de ellas me dice que le va a mandar un mail a ver qué le pareció el regalo. Y se lo manda. Yo lo veo pasar, pero sigo en mis enredos. A los cinco minutos, entra un mail del Patán, coqueto como siempre, desarmándose en agradecimientos y confesando que se quema de ganas de verlo, pero que no ha tenido tiempo, culpando a vacaciones, brete y familia. Acto seguido, mi amiga confiesa que “tuvimos ayuda para escogerlo”.
Y es ahí donde Sole se luce con traje de gala y a estadio lleno, y sin conectar el cerebro con los dedos, contesta alegremente “Lo que me da derecho MINIMO a una copia pirata del puto disco” haciendo pública mi participación y reclamando mi merecido reconocimiento.
En menos de un minuto, llegó un correo solo para mí, del Patán, con una frase mataora: “O sea, que estabas copiada oculta”
Y siguiendo el curso natural de las cosas, esa vieja regla de la zoología que obliga al animal chiquito a ofrecerse en sacrificio al carroñero abusivo y matón, levanté el teléfono y marqué los siete números que me sé de memoria y que solo el Patán contesta. Y sin saludar y sin nada, reconocí como los grandes:
“Me pelé el culo”
Cuando lo oí ahogarse de risa de mi declaración espontánea, supe que seguíamos siendo amigos y que no le ofende que me copien a mí sin que él se de cuenta. Me advierte, eso sí, que nunca le haga a él eso de copiarlo en forma oculta, porque él, igual que yo ni cuenta se da e incurre en la misma exposición de la parte inferior en la que la espalda pierde su digno nombre.
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