Me he dado cuenta que eso de empezar a decir “mi esposo” en medio de una conversación sin interés, a perfectos extraños, tiene sus ventajas.
Me saca inmediatamente de ese estereotipo de mujer en los treintas, solterona, pero no lesbiana, que anda viendo a ver a quien, propio o ajeno, recluta para sus intentos de última oportunidad casadera de salir en las listas de bodas de las tiendas escazuceñas.
Me convierte en una persona con cero nivel de peligrosidad y no en una femme fatal en busca de víctima. Paso de ser esa libertina que cuenta chistes pasados y dice malas palabras a una mujer normal apenas un poquito zafada que se ve hasta vacilona, la pobre, ejerciendo tanta libertad prestada. Paso a ser alguien dependiente, a dejar de ser esa amenaza, a ser propiedad de alguien, a no poder yo solita. Dejo de ser una vagina dentada.
Y me mete al otro estereotipo, a la comodidad de que me crean mujer casada, de reto imposible, de destino seguro de infidelidad porque las mujeres casadas son infieles con el corazón primero aunque inmediatamente lo complementen con la cadera. Pero la intención es lo que cuenta. Me cobija una presunción de inocencia, de buena fe, de maternidad en todo lo que hago. Sería incapaz, por ejemplo, de hacerle un toque a un hombre casado.
Entonces me preguntan que a qué se dedica (el esposo), le echo las culpas de todo, me fían en las tiendas, me sonríen compasivos, entienden que él ande las tarjetas o imponga las agendas, me ayudan con las bolsas, me piden que lo salude. Justifican que yo sea una inútil o que les cancele reuniones por compromisos maritales o atender la casa y me preguntan para cuándo, para cuándo le daré a Ella la injustificadamente atrasada alegría de un nietito de ojitos negros como los míos.
Ni siquiera preguntan porqué no ando anillo, en cuál iglesia me casé, cómo fue el té, la boda, la luna de miel, si la casa la escogí yo, cuánto fuimos novios, si soy feliz, si lloro sin saber porqué, si es el hombre de mi vida, si me estoy muriendo a poquitos.
Cuando me canse de la mentira, supongo que diré que recién me vengo divorciando o que enviudé o alguna otra tragedia y escogeré mi estado civil todas las mañanas, mientras decido la camisa del Antídoto y la enagua que usaré ese día.
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