Dedicatoria: A mi amigo Otrova , firme admirador de las aventuras del Patán y quien tiene el oscuro privilegio de conocerlo en persona.
El Patán tiene un hijo postizo, pero hijo al fin. Ya se sabe que la sangre es lo de menos cuando hay cariño y hay crianza. Es como dos añitos mayor que la suscrita. Y trabajan juntos, así que a veces coincidimos en reuniones.
En esta estábamos solitos los tres, para resolver un asuntico. El Hijo se ve entre inquieto e incómodo y viendo el reloj cada tres minutos. Desde el inicio había advertido que tenía poco tiempo porque tenía que llevar a su bebé al doctor. El Patán, por supuesto, se lo pasó por el arco del triunfo y seguía hablando de cualquier cosa menos del tema mientras el tiempo pasaba.
A las 3 cero cero, el Hijo notifica: “Me voy”. El Patán, visiblemente ofendido por la interrupción y la malacrianza, le dice un “Qué fue?” desafiante con la mirada.
Y el Hijo, hablándome a mí, pero mirando fijamente al Patán, empieza:
“Es que les dije que tengo cita con el pediatra. Porque YO soy un papá distinto. Porque YO quiero estar presente en la vida de mi hijo. Porque YO voy a acompañarlo en todas sus cosas. Porque YO voy a estar ahí para consolarlo si llora. Porque YO sí me entero de sus cosas. Porque YO quiero que él sepa que cuenta conmigo y que lo quiero”
Con cada reclamo, al Patán se le iban achinando y endureciendo cada vez más los ojos mientras en la boca se le marcaba una mueca de ironía. Yo me sentía atrapada en una situación familiar y privada, y me puse a examinar con detalle la costura de mis zapatos y a rogarle a quien corresponda que me hiciera o invisible o sorda ante la explosión que se vislumbraba.
Pero como a los ateos nadie nos cuida, el Hijo se vuelve hacía mí y me dice:
“Es que los hombres de nuestra generación son distintos, verdad Sole? El Antídoto es así?”
Ahí se me acabó toda la incomodidad y además la prudencia de no meterme en pleitos ajenos. Oír mencionar al Antídoto y sonreír es ya en mí un reflejo, me suelta la lengua y dije en un solo suspiro:
“Ay zi! Esdelomáslindooooo yomeimaginoqueseráunexclentepapá asícomovos esquequediferen..”
Y ahí quedé, porque el Patán, al ver que se me activó la tarabilla, que no tomaba partido de su lado, y que éramos dos contra Moya (siendo el Moya de ese antiquísimo dicho de Mimí, el supracitado Patán), empezó a despotricar en todo su esplendor lingüístico:
“Maricones, eso es lo que son! Aprendan a ser hombres. Pedazos de hijueputas que los tienen majados esa mierda de que haciendo brete de hembras se hacen más hombres, revísense los huevos a ver si todavía los tienen. Porqué mejor no se la cortan si la tienen de adorno…”
El Hijo y a la abogada nos reíamos tan duro, que antes de caernos del la silla, el Patán nos echó a los dos de la oficina y se encerró de certero portazo.
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