Esta era mi post del Día Internacional de la Mujer. Iba a ser un post de esos sarcásticos e irreverentes. Iba a contarles, por ejemplo, de que al próximo que en la oficina me felicitara por “mi día” me iba a oír, y le iba a decir entre otras cosas, que si la felicitación obedecía a la condición heroica de tener vagina. Iba a decir que me dan urticaria las feministas y particularmente, las feministas africanizadas y de las maldades que les hago al propio para hacerlas rabiar. Que me enferma entrar a una librería de las de por la U y que me digan compañera solo por ser mujer y que me traten de hacer comprar un libro de género.
Que es distinto a que me regalen un pocholatito el día del abogado porque, al menos, yo escogí estudiar esa carrerra. Ser mujer es algo que me tocó, de lo que no reniego, pero tampoco siento que me da empoderamiento como de superchica ni nada parecido de la alharaca que estaban haciendo ayer en los medios de comunicación como si fuera una fiesta de serpentinas, payasitos y bombitas de colores. Iba a decir que si alguien me regalaba flores o queques como hacen en Cuba, también me iba a oír, sobre todo cuando al día siguiente me siguiera discriminando a su ancha-pancha comodidad.
Iba a explayarme contando que en mi humilde criterio, es posible que sí, que sea machista, que mi Mimí me había enseñado a servirle a un hombre y que eso no me hace sentir menos sino feliz y que lo lamento por las que se lamentan de eso y se rasgan las vestiduras y proponen llevarme a la corte internacional de justicia por perpetuar el sistema de dominación del macho y atentar contra los derechos de voto, divorcio, decisión y propiedad que se han ganado a lucha partida. Que aunque no comparto la parte opresora de los roles asignados por género, cumplo con el mío feliz. Prefiero cocinar que salir a media noche a ver qué es ese ruido. Me gusta aplanchar y no cambiar llantas. Disfruto usando minifaldas y tacones. Que el tico no es machista sino paternalista y que hay una diferencia del cielo a la tierra entre ambas cosas y que si uno cree que el tico promedio es machista espérese a que le toque uno de esos que sí lo son en serio y amucha honra para que se diga “Ay mis ticos! Serán medio maricones y se dejan mangonear, pero los prefiero!” Sí… pormiculpapormiculpapormigranculpa.
Todo eso venía pensando de camino a la oficina, en esas presas interminables que me hacen recordar que hay pocas cosas tan dañinas para la salud mental como esperar en filas igual de interminables, hasta que en la emisora de super hits pop/balada en español, de esas que mis arrogantes compañeros del colegio llamaban “radio porta” y que los rechazados escuchábamos en clandestinidad, oí más o menos esto:
Ay chicas! Aparte que es di-vi-no ser mujer y super chiva por todo lo que implica, porque no hay nada más nais, las chicas somos lo máx… hay que recordar el origen de este día, cuando fallecieron las trabajadoras de la fábrica textil Cotton en New York. Los dueños le prendieron fuego a la fábrica para acabar con la huelga que ya llevaba varios días. Ellas reclamaban una rebaja en la jornada a diez horas.
Y entonces me tuve que tragar todo mi sarcasmo y mi contracorrentismo barato.
Ellas estaban en huelga no por tener más ratito para el café, pintarse las uñas, ir al gymn o hablar con las amigas. No les importaba llegar de noche y salir de noche, sin ver el sol, ni el cielo, ni las nubes, ni sentir la lluvia, o los arcoiris o el viento. No estaban pidiendo sobre sueldos o fincas de recreo. No exigían kotex en los baños o que quitaran al supervisor que las acosaba. No se plantaron en que se usara lenguaje corporativo de ellas y ellos hasta para los periquitos del vecino. No pidieron lactancia, maternidad, permiso para ir a recoger al enano enfermito, seguros, vacaciones, salario escolar, antigüedad, cesantías, o fondo de pensiones.
Ellas querían trabajar, sí, pero un poquito menos. Diez horas. Solo diez horas. Para que me diera tiempo de alistar comidas y comer con ellos. Para decirle al más chiquitillo, como decía Mimí “A ver, piyama, los dientes, a orinar, se persina y dormir!”, para rezar con ellos el ángel de la guarda. Para ayudarle al de en medio con la tarea. Para llegar y no encontrar al esposo, si hubiera, dormido y exhausto o a la abuela que los cuida con cara de ya no aguanto. Para hablar con otro adulto un ratito, frente a una vela, en una mesa y compartirle sueños y planes y cosas de esas que uno habla cuando hay una velita y alguien que lo está escuchando.
Diez horas. De sol a sol, de lunes a sábado. No las 8 de lunes a viernes, con permisos para estudio, horas de jama y cafezazo y tiempo para pajarear revoloteando de escritorio en escritorio y llamar diciendo que no llego porque me majé el dedo chico. Diez horas. Una jornada completa. Trabajo de hombre para ellas, que eran mujeres, mamás, esposas. Humanos.
Ellas no quemaban brassiers en protesta contra el establishment del cerdo chauvinista y andaban en la bamboleadera de un lado a otro creyendo que con eso cambiaban el mundo. Ellas no querían ser hombres y nunca adaptaron los manerimos agresivos, los pelos cortos y las ropas sin forma equivocando igualdad con convertirse en un espejismo del enemigo. Ellas no añoran una cultura de amazonas como la isla de la Mujer Maravilla, sin hombres, excepto para propósitos reproductivos. Ellas no afirman que pueden vivir sin hombres. Ellas no creen que solo una mujer puede darle placer a una mujer. Ellas no defienden el asesinato de una criatura indefensa alegando que es su propio cuerpo y una elección, aunque elijan y decidan por alguien que no puede decir no. Ellas no se identificaron con el agresor. Ellas no defendieron el amor libre para ver después, decepcionadas, que si venía un bebé la única que se encadenaba era ella. Se plantaron y le dijeron “No señor. Yo no me dejo. Por mí, por mis hijos, por las que vienen. Por todo”.
A esas mujeres les debo yo que esté donde estoy y no relegada a ser maestra, costurera, esposa o puta que era lo único que podían ser las mujeres hace setenta años.
A ellas y no a las otras les debo mi educación, la simple maravilla de saber leer, poder votar, manejar, salir a la calle, vestirme como me da la gana, trabajar, mi acceso a la salud, la anticoncepción, la decisión de si algún día me quiero o no me quiero casar.
A esas mujeres es a las que no hay que olvidar. A las que debemos imitar. El camino a seguir. A las otras no las culpo tampoco. Solo cuando avanza hacia algún lado es que se puede perder. Y se requiere ser muy plantado para reconocer la equivocación y retomar el camino.
Y por respeto a ellas me callo la boca y no hablo mierdas ni ataco a las que celebran y me reservé los comentarios de mal amansada cuando, por ejemplo, los mensajeros de la oficina me felicitaron, sinceros, contentos, seguros de que era un detallazo.
He dicho!
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