Hay fines de semana breteados, llega una en jeans y camiseta a la oficina. Se la pasa descalzo de un lado a otro. Come sushi y porquerías en el escritorio. Pone a Silvio Rodríguez a todo mecate y se oye de un extremo a otro. Cuando me aburro, interneteo o me da por el shoppin cibernético en amazon. Trabajo hasta la hora que me da la gana. Almuerzo si quiero y si no, me doy un vueltín aquí cerca. Interrumpo a otros compas que vienen a trabajar y discutimos como mejorar todo en la oficina y lo que haríamos de tener la harina o los huevos. No atiendo ni teléfono regular, ni celular ni anda ningún cliente acosándome en el msn. Pensándolo bien, hasta suena como un día de esos normales entre semana en los que aunque me disfrace, vengo en ánimo de shores y chancletas.
Hay fines de semana muertos. Recuerdo a mi amigo Rododendro, que se sentía y estaba tan solo, que temblaba de pensar que ya era viernes y se pasaba buscando fórmulas para dormir más y más sin ayuda farmacológica y despertarse ojalá un sábado a las 4 de la tarde para que el día se le hiciera corto y no lo acosara tanto la soledad y el silencio. Y los domingos de mañanas quietas y desayunos largos, leyendo hasta los anuncios de damos gracias de los periódicos para así matar tiempo, sin ganas de salir a ningún lado para no ver gente sonriendo que le recuerde lo deprimente de su caso, y cuando había suerte, llevar a los 4 monstruos de sus sobrinos a comer a que exhiban su malacrianza y hagan un reguero de vainilla con pleito incorporado por cómo repartir entre 4 dos ventanas, o visitando una mamá neurótica y quejosa que solo tiene para él reclamos, estupidizándose frente a un televisor con futbol, con enlatados, con películas que no le importan … deseando que fuera lunes para volver a tener contacto con seres humanos.
Hay fines de semana de vampiros. Como cuando yo era joven y casi irresponsable y nos íbamos al pacífico en una tienda de campaña que se inundaba pero daba igual porque no llegábamos a dormir si no hasta las cuatro de la mañana arriesgando el pellejo por carreteras oscuras y choferes designados por ser los dueños del carro y no por sobrios. Entonces se embarraba uno todo el cuerpo de aceite y era tal el cansancio que caía muerto en el paño asoléandose en la playa y más que bronceado terminaba ardido, para irse despertando como a las 6 de la tarde, bañarse, cambiarse y ver a dónde ir a seguirla, qué ponerse y si nos encontraríamos al mismo grupo de borrachos, mientras yo, abstemia desde aquellas épocas, cantaba a los cuatro gritos la canción de un grupo panameño desconocido que decía “soy un vampiro abstemiooooooo…” y sobrevivíamos 5 días a punta de Gerber, galletas canastita, y de cena fastuosa, salchichas fritas con mostaza y mucha mucha aguas negras del imperialismo yankee en la época en que se tomaba con toda su azúcar y hacíamos muecas de asco ante la lata que decía “Light”; hasta que algún adulto conmocionado de nuestro esfuerzo auto-destructivo, nos invitaba a almorzar porque éramos amigos de su hijo y arrasábamos con la cabina, recuperábamos fuerzas durmiéndonos en camas ajenas, le pedíamos a la señora Aloe o ella ofrecía leche magnesia para las quemadas y quedábamos eternamente agradecidos.
Hay fines de semana de locos. Doy clases en la mañana en el kinder, biografías en la que mi emoción por ciertas cosas convence los 4 angelitos de colegio, que Martin Luther King era un maricón comparado con Malcolm X. Recogiendo los souvenirs orgánicos de Fuser en el patio mientras me corretea para que juguemos con una bola o llevándolo al veterinario. Yengo a pagar el carro, la luz, el teléfono, cambiar cheques. Visitar el “Studio” de Willo mi corta-pelo para domar melenas. Haciendo mandados chiquitos de super, visitas, analizar precios, pequeñas compras. Ir en la tarde por las tiendas del centro de San José con mi amigo M; buscando super ofertas y asombrándonos de la capacidad de pirateo de los chinos de la China de verdad y de lo barato de los productos. Corrigiendo cuentos, viendo películas, visitando la finca, reuniéndonos para hacer planes. Hacer cortísimas visitas familiares. Encerrarme dos horas a leer un libro. Limpiar mi casa, mi oficina del kinder, acomodar el armario…
Y hay fines de semana RHAC. No confundir con RAC, término legal para la resolución alterna de conflictos y que lleva a los arbitrajes, que son como juicios, pero más caros y más rápidos. Yo digo RHAC. Aptos para fin de año, semanas santas, fines de semanas cortos, normales o largos. No es una cuestión de horas de vuelo, es una actitud, una forma de enfrentar esos momentos de descanso. Momentos, más o menos extensos en los que desaparece el celular y celebra uno cada hora en la que ha estado lejos de un teclado o del correo. Donde no hay que llegar a tiempo a ninguna parte. Donde las reglas son las que yo invento y no las que nadie me impone. Donde llevar más de dos mudadas es desperdicio.
Son RHAC porque se la pasa uno Ruleando, HArtando o Cul..tivando el espíritu… en otra de sus versiones, se la pasa uno igual, Ruleando, HArtando y en lugar de actividades agrícolas, Cogiendo… fuerzas para afrontar la semana que sigue. Y cuando una opta por el RHAC, en cualquiera de sus modalidades, vale madre que llueva o haga sol, o sea la playa, la montaña o la casa, que quede cerca o quede lejos, que sea bonito el lugar o sea feo, bullante de actividad de lagartijas que hacen sonidos como pajaritos porque quieren aparearse o quieto como un desierto. Cinco estrellas, másomenos o un pulguero. Lo que cuenta es otra cosa que no va en las iniciales sino, y perdonen que insista, en el lugar donde las cosas realmente importan. Y creo, sin temor a equivocarme, que esos fines de semana son de mis favoritos.
Deja un comentario