En estas semanas, he estado a punto de tirar la toalla, literalmente, empapada y con cólera, a mi ticher de natación y huir a toda chancleta antes de que me devuelva el golpe. Nunca he entendido a los friks del deporte, que después de una sesión de una o dos horas, en que su ticher, treiner o lo que sea, les grita y los trata desde señoritas hasta de inútiles maricones, y los maltrata y abusa de ellos verbalmente, ellos dicen que fue riquísimo y edificante. Por eso y porque soy una inútil para la actividad deportiva, y se me lastima el corazoncito cuando me gritan o las cuerdas vocales cuando grito de vuelta, siempre he evadido esas situaciones tan sadomasoquistas. Hasta ahora.
En mis primeras clases, me humillaba el hecho de que una enana que casualmente se llama también Sole, y que filosofó conmigo en el vestido 15 agotadores minutos de esa enorme casualidad de la vida, de la que primero pensé “La pobre, aun no sabe nadar, que humillante para ella que las dos estamos en el mismo nivel” me aventajara poderosamente. Parecía Mark Spitz la cabrona, mientras yo batallaba por coordinar los brazos, piernas, respirada, buceaba buscando mis antejos de nado, con flotadores amarrados por todas partes y agarrada de la orilla.
Me molestó además que de una sola mirada, mi ticher sentenciara que yo nunca debí haber nadado dorso (que fue justo con lo que me lesioné) sino libre, porque para eso servía el cuerpo que ando arrastrando a saltitos de un lado al otro de la piscina.
O sea, mi ticher es de esas prejuiciosas que parten de que las personas largas automáticamente nos hemos dedicado a los deportes en años mozos, particularmente al basket y que si no lo hemos hecho, somos un desperdicio en dos patas. Desde la óptica de esa gente, los títulos académicos los saca cualquier pasmado y que sean los bueyes los que bretean. Un cuerpo hecho en mi caso para el atletismo, volleyball, basket y natación, según me informan de forma gratuita ella y otros tantos metiches, independientemente de que les pregunte o no, debió dedicarse única y solamente a hacer músculo al ritmo de los gritos de rabia de un entrenador volado.
A esa gente, usualmente la saco de su ensueño y les digo clarito y con todas sus letras que es un mito urbano eso de que los largos siempre nos dedicamos en los años idos a rebotar por una cancha y meterla con pirueta incluida en la canasta. Y que yo quisiera saber qué tan rápido se pueden leer 400 páginas y cuánto retienen o si tienen ortografpia de rechupete o letra bonita.
Mi ticher se la pasó las primeras 6 clases en una corregidora insoportable, a la que yo contestaba bajo el agua con los insultos más gruesos de mi colección personal. En lugar de alzar camorra, la combatí disculpándome como si yo tuviera la culpa de que el cuerpo no me hace caso y una imposibilidad cerebral para el nado. Poco a poco me he ido acostumbrando, y ella, o se dio por vencida o ya yo hasta el gustico le encuentro.
Y no todo es malo. Nadar en Escazú en piscina para comemierdas es de las mejores cosas para malcriados y maricones como la que les escribe. Yo puedo estar parando cada brazada y media pidiendo aire a gritos y haciendo un alboroto peor que Willy la ballena en una tina, que me aplauden y me dicen “Vas muy bien Sole”. Yo paro después de media piscina y anuncio que ya no aguanto y me voy a la orilla a hacer burbujitas con los de 4 años, y me aplauden. Me dicen que haga técnica con tres brazadas y respiro e informo que no me da ni la gana ni el aire y que lo voy a hacer cuando me ronque y me responden con sonrisa “como usted quiera”. Además que la piscina es calentita y techada y tienen radio y musiquita durante la hora completa de tortura.
Por todo eso, ya me había resignado a no aprender nunca a nadar libre. Porque aquí la vara era que o me alineaba a la maltratadera o no aprendía ni mierda. Me resigné a que dos veces por semana, a medio día, iría a hacer dizque intentos y que a juzgar por como me late el corazón y se me agita todo, tal vez contara como ejercicio y a volver al dorso en unos 15 años, cuando me deje de doler el brazo derecho. Y miraba con atención el reloj del techo para ver los minutos pasar lentos como yo en el agua tratando de nadar, rogando por el grito de “Sole, esta es la última” .
Hasta hoy. Porque hoy me di cuenta que algo de habilidad debe tener mi ticher o yo, porque hoy logré nadar de libre una piscina entera, sin tragar agua, sin poner los pies en el suelo, sin sentirme que me ahogaba. Es decir, casi casi aprendo a nadar libre. Me falta literalmente, un pelito. Entonces ante la prueba irrefutable que de alguna extraña manera en efecto aprendo, y que puede ser que después de tantos años de no asumir algo así, completamente nuevo, pensé que no era tan malo y que mal haría yo en abandonar, como una cobarde, este proceso, cuando ya he abandonado en la vida tantos otros y algunos de los que me arrepiento cada vez que me acuerdo. Así que de una vez pagué la mensualidad el mes entrante. Con la misma ticher. Vamos a ver cómo me va. Será muy feo para las Poll que me incluyan en el equipo Olímpico?
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