(Nota de Sole: A petición… Para pedidos, solentiname_isla@hotmail.com)
“Diógenes-es-tá-loooooo-co!- Diógenes-es-tá-looooooo-co” y corríamos restregándole inquietos nuestras canciones infantiles, detrás de él y de sus perros, por los caminos y las ciudades, levantando una alegre nube de polvo.
Diógenes nos gruñía mostrándonos los dientes como un animal furioso salvaje y nosotros chillábamos divertidos, fingiendo un terror inexistente, porque Diógenes nunca hubiera intentado ahuyentarnos ni hacernos daño.
En los días de descanso, nos esperaba al amanecer en el Metrum para ir a recorrer Atenas. Seguido de la chiquillada, sus ayudantes improvisados, dirigía la expedición y se asomaba en las casas, debajo de las piedras, inspeccionaba caminos y husmeaba en los mercados, con los ojos exaltados de búsqueda, con malos resultados, con la lámpara siempre prendida, elevada en alto en su mano izquierda para asustar a las sombras y a los malos espíritus.
– Qué buscas, Diógenes?- le preguntaban los más ingenuos, incómodos con su presencia, con tono de invitación a marcharse.
– Busco a uno, a uno que sea, con uno me conformo. Busco a un hombre honesto- les respondía, muy serio.
Y todos nos reíamos a carcajadas y los adultos, divertidos, nos regalaban frutas y golosinas y vasijas pequeñas con vino dulce sin fermentar.
A veces, frustrado porque no aparecía lo que buscaba con tanto empeño, se detenía en alguna plaza y empezaba a llamar a los gritos. Nosotros y los perros ayudábamos golpeando ollas y con ladridos. Cuando el escándalo atraía un círculo de hombres curiosos, con el morbo cruel de disfrutar de sus locuras, Diógenes blandía su bastón y los ahuyentaba a golpes:
– Fuera de aquí! FUERA DE AQUÍ LES DIGO! Si grito y si llamo es porque esperaba hombres y no sinvergüenzas. FUERA! FUERA!
La lámpara de Diógenes no se apagaba nunca. Aquel día que era calor y era verano y el sol brillante aplacaba la llamita triste de la lámpara. Habíamos estado buscando desde la mañana y yo me sentía cansado, con hambre y con ganas de irme a mi casa. Tímido y valiente, me acerqué y le pregunté en mi voz chiquita y entre pucheritos de cinco años:
– Diógenes, ¿Para qué llevas tu lámpara encendida a plena luz el día? Es un desperdicio. Además, llevamos muchos días buscando a ese hombre honesto y nada que lo encontramos… A veces es aburrido y me canso.
Entonces Diógenes se detuvo un momento y me miró y me sonrió y apoyándose en su bácula se agachó para ponerse a mi estatura y con su mano tosca y arrugada me levantó la carita para que lo mirara de frente y me corrió el pelo sudado de la cara y me dijo:
– Dimitri, mi lámpara es apenas una señal. No permitas nunca que lo infructuoso de nuestra búsqueda, nos apague la esperanza.
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