Estaba yo cómodamente ubicada en mi charco de depresión navideña. Mis otrora pizpiretas ojitos negros, miraban tristones alrededor, y esos colores chillones y holydayeños, verdes, rojos, dorados y plateados, los veía como en el primer tele que tuvo mi abuela Mimí: si apenas tonitos intrascendentes de grises.
Me sonríen y les hago chompas. Me saludan y se me salen los lagrimones. Cuando tengo alguien cerca, hundo mi huacalito en el caldo de mi charquito, lo levanto en alto, y lo dejo caer sobre mi cara y mi pelito largo, para que me empape completa y me deje titiritando en estas brisas decembrinas y gélidas, entreabriendo al descuido un ojito para ver si he logrado el efecto deseado de dar lástima y si me llega la comunicación oficial del Oscar al mejor performance de manipulación navideña.
El timbre del teléfono me saca de mi concentración y contesto de mala gana, aunque trato de que suene a llanto ahogao: “zéh….” Y me avisan de la recepción que el equivalente del Niñito Dios corporativo, el mensajero de un cliente, ha traído la primera camada de regalitos alusivos a la época y que estos vienen en caja y con tarjeta, es decir, de algún cliente botado que implica regalo con sustancia y miradas de los envidiosos que serán ignorados en esta repartición que marca preferencias y lealtades.
A falta de nada mejor que hacer, me arrastro lánguida los seiscientos metros hasta la recepción (Nota de Sole: en realidad son 100, pero es para el efecto tragedia), para ir a revisar la mercadería. Y entonces los veo: cajitas preciosas con un lazote rojo, que se notan abultadas. Una tarjeta enorme con nombre personal y la cosa entera. Como aforador experto de aeropuerto, violento una de las cajas, la de algún pobre cristiano, se me cuadran los ojos donde veo la envergadura del regalo. Me aguanto la emoción como los machos y me devuelvo a brinquitos a mi escritorio a esperar con desesperación que me traigan la mía, abrirla volando e irle a enseñar a los demás el amor que esa compañía le profesa a la suscrita. Hay un plus a todo esto, que me quita la respiración y hace que me embargue la contentera: los regalitos vienen de la empresa del Patán.
Negocio con todos los relojes de la oficina para implorarles que apuren el tiempo, que me urge ver mi asuntico. Fantaseo que por ser para mí, será un regalo único, diferente, especial y no esas porquerías corporativas con el logo por todas partes que tienen una vida útil limitada como al 10 de enero. Le advierto al destino que calda que si es una agenda porque yo no uso y tiene el inconveniente de que es poco reciclable para algún compromiso. Me froto las manos. Sonrío. Me paseo en mi oficinita de uno por uno veinticuatro. Me impaciento…
Me impaciento tanto que me vuelvo a levantar a ver dónde putas quedó mi regalo o si es que hay algún igualado que se lo apropió, amenazando a grandes voces con ordenar un allanamiento de dallanescas proporciones si en los próximos dos minutos no me entregan mi regalito esperado.
Encuentro al repartidor interno y me dice que ya los entregó todos y que para mí no venía ninguno. Decido no creerle a ese envidioso. Usurpo una a una las oficinas para ver a quién le tocó regalito y cada uno lo registro, le doy vuelta, le saco el relleno, abro con toda propiedad las tarjetas y husmeo en gavetas y basureros para estar segura que por error o por hacerme el daño no se han dejado el mío. Nada. Convoco a las secretarias urgente y les auguro los siete círculos del infierno si alguna de ellas osó retener mi regalito para no interrumpirme. No hay caso. Repito mi circuito, interrogo a cada una de las personas de la cadena de custodia de mi regalo para llegar a la deprimente conclusión de que para Sole, no venía ninguno.
Verde del colerón, cojo el teléfono y de memoria marco el número. No le permito que me diga ni el acostumbrado quiubo. Brinco directo al asunto:
– Estoy resentidísima con vos…- le siseo al Patán, entre dientes. Ni le digo Don cosito, a la mierda el buenas tardes y hasta lo trato con esa familiaridad canchuda del vos de la que usualmente me abstengo
– Pero PORQUÉ? Ahora qué hice??- se defiende, el grandísimo desconsiderado.
– COMOQUEQUEHICISTE?? Acaban de venir a traer los regalitos de ustedes y… (Nota de Sole: Insertar aquí todo el rosario de mi periplo investigativo). O SEA, dos años de bretear con ustedes, DOS AÑOS SEGUIDOS, de aguantarles todas sus mierdas y sus jodarrias y se les olvida incluir a Sole en la lista de regalitos navideños??!!??. Manda huevo! A todos los de aquí, ya les llegó la puta caja con el puto lazo con la puta tarjeta y a mí qué? Aaaaaahssssssí, ayer me diste una libretica de apuntes con el loguito ese de mierda, que si me hubieras dicho que ese era mi regalo navideño, sabés dónde te digo que te la podés meter? Sabés? SABÉS?
(Nota de Sole: De inmediato me arrepiento. Veo que se regó el charol de mis entrañas y que dejé de lado el principio aquel de la gente educada de que la intención es lo que cuenta y de que nadie está obligado… De inmediato empiezo a maquinar cómo salirme de ésta en forma digna, que el Patán me siga queriendo, y alguna excusa brillante para explicarle a mi jefe que mandé a la mierda a un cliente por un detallito navideño).
– Sabés que pasó con tu regalito?- me dice, con malasaña y alevosía, y antes de que me salga con la respuesta de alcantarilla a la escenita que le acabo de hacer, le atravieso el caballo:
– CLAROQUESÉLOQUEPASÓ! – le digo- NO EXISTE EL PUTO REGALO, NO EXISTE! Se te olvidó meterme en la lista de entregas, ESO PASÓ! Y ahora yo de ridícula, me pongo a llamar para reclamar por esa mierda que al cabo que ni quería! (Nota de Sole: El Chavo marcó para siempre mi manejo de la dignidad herida).
Se hace un silencio tétrico y lo escucho respirar con fuerza. Me preparo para que me diga “Pasame a tu jefe… “ o un doloroso “Es correcto”, o peor aun: “Tranquilizate y dejá de estar jodiendo”.
En cambio, baja el tono el tono de la voz y me dice, me atrevería a decir que, casi dulcemente (Nota de Sole: En realidad no me atrevo. Digamos que no me ladró. Es más, digamos que hasta sonaba como íntimo, como hablamos solo entre nosotros dos)
– Tu regalo no llegó porque yo lo saqué de la ruta de entregas. Te lo quiero entregar personalmente.
Dudo un segundo, pero sigo en la estrategia de defensa a lo gato panza arriba.
– O ESTÁS MINTIENDO O ME ESTÁS VACILANDO! No me agarrés de idiota con estas cosas porque te advierto que ando ASÍ de pulso, ASÍ. De fijo te acabás de acordar y ya debe estar su secretaria buscando como desesperada algún sobrante, seguro uno de esos que se quebraron o venían defectuosos… SNIFFFF!
Pero mientras me sueno los imaginarios mocos, me entra la duda si será que el hada protectora de Pinocho le habrá hecho el turno al fantasma del Christmas past y se le apareció a este engendro en una pesadilla y en una confusión de funciones y exceso de poderes administrativos, nos hizo el milagrito de dotar al Patán de corazoncito temporal de aquí al 3 de enero… Me pregunto si estaré yo en alguna esquina de ese coraz
oncito. Me pregunto si será cierto que separó el paquetico para mí y me lo quiere dar él, directo, con todo y abrazo de oso, arrimis y besito. Me pregunto si tendrá sentimientos.
Y entonces me da el tiro de gracia:
– Si no me crees, llamala y le preguntás. Lo tengo aquí enfrente mío, sobre el escritorio. Ya te dije, te lo quiero dar yo. Yo. Mañana siempre venís a la reunión?
Y de repente me salgo de mi disfraz de leona herida y soy un gatito chiquito y pequeño, como Benito el de don Gato con todo y chilindrín colgando del pescuezo y le contesto en un murmullito chineado:
– zí….
Escucho en algún lugar a un redondel entero levantarse al unísono para un Ooooleeeee admirado y sabroso y veo al Patán, mataor, en el centro de la arena elevando los brazos, agradecido, achinando los ojos y con la sonrisa a medias que tanta inestabilidad me ha causado , mostrando el estoque de torero y dedicando al público la faena…
Y lo que es lo peor de todo: yo le creo.
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