Dijo ella:
Me le acerqué despacio, la elegancia y la gracia propia de mi cargo, con la mano ligeramente en alto para facilitarle que la tomara y juntos montáramos en el caballo y blanco y galopáramos hacia el horizonte de los finales felices y de los muchos años muchos años. Atrás, a la orilla del camino, quedó el paje, el cochero, mi nana y las damas de compañía, en el carruaje real de palo rosa con incrustaciones de nácar, que mi padre me regalara en un día cualquiera solo por el hecho de que me ama.
Mi vestido perfecto resplandece como una estrella en la luz del atardecer mientras el sol envidioso de los hilos de oro de la tela fina que cosieron para mí las hilanderas del reino, se retira refunfuñando. Mis zapatillas de cristal, de las que danzan en los salones de palacio, iluminadas por las arañas enormes de cristal al ritmo de los maestros de música de las comarcas, marcan mis delicados pasos en la hierba. Me acompaña el sequito de pajaritos que me sigue cada vez que me adentro en el bosque, y un poco más atrás los cervatillos, búho serio, las ardillitas y los conejos, con sus colitas de peluche; todos mansos y deseosos de mi atención, de mi cariño. A mi paso, las flores de primavera se inclinan y me muestran en reverencia sus colores; los árboles retiran sus ramas y me escoltan el camino.
Le sonrío con bondad y embeleso. Le hablo para que el canto dulce de mi voz, que a tantos pretendientes ha encantado, lo convenza de que yo soy realidad y no un espejismo cruel ni un hada traviesa del bosque.
Repaso mentalmente las enseñanzas de mi institutriz, del mago del castillo y de mis maestros extranjeros, así como las profecías de los libros de cuentos. Imagino la vida que nos espera juntos, la boda, los bautizos, los desfiles, los festivales, los viajes, los palacios, los torneos, el amor de nuestro pueblo.
Se hace un silencio absoluto y el mundo se detiene para admirar el milagro. Me inclino y le doy el más delicado y amoroso de los besos en su lomo verde y resbaloso para que surja él, alto, arrojado, valiente, perfecto, con su voz de tenor y la fuerza de un tigre, con su espada siempre presta, sometiendo a dragones y gigantes, a brujas y elfos, a enemigos y barones negros, y su dedicación incondicional a mí. El espejo del agua cantarina trata inútilmente de retener el maravilloso instante del renacimiento, del fin del sortilegio, de la suerte del elegido.
Pero no pasó nada. Me dio asco intentarlo una segunda vez, porque al acercarme pude verle unas verrugas horribles que puede que me dañe la boquita de botón de rosa o la piel perfecta de blanco marfil que tantas cremas y tratamientos me ha costado. Si me quedo un segundo más, se me llenan de lodo las zapatillas y llegaré tarde al té con los invitados de las tierras exóticas allende del mar. Además, el pintor me espera para posar para el retrato de este mes. Es una lástima, pero total, de estos abundan en los estanques de los bosques de los reinos del mundo. Le diré a mi padre que organice el concurso de las tres pruebas terribles para escoger a mi pretendiente.
Y dijo el príncipe:
Se alejó a saltitos, creyendo que era princesa.
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