A mí me van a matar por escribir esta interviú. Primero porque no tiene forma de entrevista sino más bien de mis impresiones personales, como hacen los críticos serios de cualquier cosa y como corresponde al único medio de expresión de este archipiélago.
Y segundo, porque a pesar de peticiones, súplicas, solicitudes, formales prevenciones y demás familiares, la suscrita, apelando a la competencia y protección de la corte bloguera internacional (integrada por los Justices Yuré e Ilanita allá por la Yunai), me he negado, tercamente, a aceptar cualquier tipo de censura previa sobre lo que a continuación se detalla, y que es un placer presentarles, es decir (chan chan chan chan!):
El Tugo: da insai edichon.
Como ustedes bien saben, el origen de esta entrevista radica en los derechos exclusivos que me aseguré allá hace unas semanas cuando el Tugo tuvo con la suscrita la amabilidad inmerecida de visitarme en mi lugar místico y favorito (all you have to do is ask…) y a sabiendas de la infalibidad de mi receta anti light de crepas, le puse la carnada, la mano izquierda aceptó antes de que Tugo pudiera decir que no, y quedamos en fecha y hora señalada.
He de señalar que contra todos los pronósticos, se llevó a cabo esa entrevista y explico el motivo de mi comentario haciendo un breve repaso de nuestra amistad cibernética: Llega Tugo y me deja un comment identificándose como originario del país que llevo en el corazón (CHI CHI CHI LE LE LE). Yo fui una de las primeras en dejarle comentarios en su blog, algo así como que me doy cuenta de problemas tecnológicos para postear una foto. Agarro confianza demasiado rápido y unos días más tarde, de bocona y a raíz de un post de una separación que Tugo publicó, me rajo a decir que eso no dura y me pongo a recibir apuestas de cuánto tardarían en volver. Tugo me ignora con el látigo de la indiferencia por unos días hasta que, cansado de que yo le pida disculpas por todos los medios electrónicos posibles, desde correos hasta blogs ajenos, abre la puerta con chirrido y todo, deja que sople el viento helado y se restablecen las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.
Para la convención, aprovechando que en uno de los correos venía su celular, me pongo de sapa a llamarlo horas antes del rendez vous para confirmar asistencia y al contestar me ladra lo que a continuación cito textualmente: “PARA QUE ME LLAMA?? Va a arruinar la sorpresa”. Y así sucesivamente. El recuento anterior, que se podría vender como guión de miniserie venezolana, tiene todo para que nos hubiéramos mandado mutuamente a la mierda hace mucho tiempo. Pero no ha sido así, por lo menos no hasta el momento y yo me sospecho que es por la buena vibra que nos tenemos cariño y nos aguantamos, nos mandamos correítos y nos chateamos.
Pues el día fijado a la hora en cuestión, que por cierto me confirmó con apenas tres horas de anticipación, yo logré atravesar toda la ciudad, completar volando mis compras, empujar a dos viejitas que estaban delante de mí en la fila del supermercado, llegar a mi casa, tirar las bolsas al piso, alistar el neceser del Fusercito, irlo a dejar donde su piyama party, cambiarme de ropa, esconder en el closet la ropa tirada, peinarme las mechas y abrir la puerta confiada en la puntualidad y solemnidad de los descendientes de la Araucanía. Pero cuando abrí la puerta, nada.
La dejé abierta para que refrescara mi carrera y me dispuse a empezar a hacer cualquier cosa para ir adelantando, como encontrar dos tenedores que hicieran juego.
En eso escuché afuera el rasgar de una guitarra y de inmediato tomé las medidas pertinentes. Salí disparada a ponerme perfume en las muñecas, detrás de las orejitas y en sitio incógnito y no revelado, por la duda válida de la identidad del músico. Celular en mano por si había que avisarle al Tugo que cancelada la velada por motivos de fuerza mayor (La cancelación no habría sido descortesía. Se basa en el principio aquel de los arrastrados que inicia así “Si a uno de los dos le sale algo…”)
Cuando me asomé cuál Julieta renovada a mi balcón, ojitos pizpiretos preparados para la batidera de pestaña y suspiro, me encuentro allá abajo, allende del portón y con el guarda del barrio de escolta, a la mano izquierda tocando guitarra como los grandes. Por un momento respiré profundo recordando el numerito North american Woman, me puse en las manos de diosito o de marx y lo que me tuvieran preparado, cerré los ojos y abrí los oídos y esto fue lo que escuché:
Así es, la Sole serenateada, y no solo eso, sino que con una canción del mero mero que es, evidentemente, de mis favoritos. Tras aplauso vigoroso mío con la última nota, pude ver al Tugo, que con en la mano derecha, no solo me hacía señas de que le tirara las llaves sino que me mostraba una bolsa de super con sospechosa forma de botella de vino y lo recibí entusiasmada:
VOYYYYYY- ajé las gradas a brinquitos simpáticos y lo saludé ya en serio y como la gente decente- Paraquétraésesavarasisabésqueyonotomoynodejoquetomenguaroenmicasa?
Pero el Tugo se apresuró a informarme que el sacrificio sería personal de él solito y que me prometía que sus guaros ni eran vaqueros, ni cariñosos, ni extraños así que le firmamos autorización por escrito en tres copias y dos para archivo de que podía proceder al consumo. Acto seguido me hizo pasar el ridículo en el barrio, porque ante la ausencia absoluta de sacacorchos en mi casa, desfilé de puerta en puerta, como borracho en quema, viendo a ver quién me prestaba uno para que Tugo le pudiera dar tanda a la botella. Por cierto que su conocimiento fino de vinos me dejó pasmada. Abre la botella, se sirve, la huele, la mueve (no en ese orden, claro) y sentencia: “Sabe a jugo welch con alcohol de noventa grados”. Mientras él brinda con vino, me advierte que no se puede degustar mi cuchara gourmet de las aguas negras del imperialismo yanqui, aunque sea Light y sin hielo, que es como yo me la tomo.
Nos dedicamos entonces a la cocina. Mejor dicho, yo a la titánica tarea de perseguir a la inquieta mano izquierda, que, aprovechando que Tugo y yo estábamos en animada conversa, corría de un lado al otro comiéndose el jamón en cuadritos, probando las rodajitas de hongos, moviendo y metiendo la cuchara en mis cocimientos, echándole un ojito a mis propias manos para copiar mi receta, revisando alacenas y gavetas y con una neurosis portentosa por lavar platos y dejar todo ordenado (“Entiéndela, porfa– la disculpa Tugo- a ella le encanta que todo quede impeque”).
La cocina de mi casa, como el resto de ella, es enana. Para cortar cebollas el Tugo debe salirse al patiecito. Los tuppers con ajo picado se colocan en cualquier espacio libre sobre la refri. Nos estorbamos entre la cocina y la pila. Hay que estar usando un implemento todo el tiempo porque no hay donde colocarlo. Agacharse es un atentado y a todo esto, la mano izquierda corre de un lado a otro supervisando que todo vaya marchando y recogiendo cuanta cáscara, bolsa, empaque o cuchara vaya cayendo.
A media cocinería, me anuncia el Tugo lo siguiente: “No te lo tomés a mal, pero me gustaría cocinarles para la próxima convención y hasta les ofrezco mi casa– attenti queridos miembros de la sociedá, a todo esto, yo paro en media batida de la mezcla de crepas y cuchara de madera chorreando amenazadoramente en alto, levanto una ceja y le pregunto, muy seria “Eso es una indirecta a mi forma de
cocinar?”. Tugo me dice que por eso hace el disclaimer de que no me lo tome a la tremenda, porque cada vez que hace un comentario similar, el chef de turno se siente atacado en su autoestima cocinera. Lamento reportar que no he sido yo la excepción a la regla y acepto feliz las explicaciones del caso.
Tras tres horas de lucha la receta secreta de mi sabrosa salsa está lista. Le ruego a Tugo que me diga la verdad de cómo ha quedado todo y que si no le gusta que se lo guarde para no herir sentimientos ajenos, se retire con fineza y se coma un taco de la mexicana de regreso a su casa. Falsa modestia de mi parte porque en realidad yo sé, conozco y he comprobado el poder gourmet y cuasi orgásmico de mis crepas. Al primer mordisco se disipan las dudas, comemos como cosacos, dos crepas cada uno (calculen lo livianitas que vienen siendo…) no tocamos la ensalada y caemos desfallecidos sobre las sillas.
De postre, llamamos a Ilana, tal y como se ilustra en esta fotografía convenientemente retocada por el departamento de protección de la identidad de este archipiélago, donde salimos los tres (Ilana es la que está en el teléfono). No omito mencionar que este documento histórico fue acertadamente bautizado por el Tugo como “Ke buenas crepas”.
De sobremesa, nos desparramamos sobre los sillones y seguimos con la conversa. Hablamos en chileno. No le digan a Tugo, porque él no lo sabe, pero palabras como fome, harto, pituto, ya, listo, roto, picante, wueón, cabro chico, momio, upeliento, y hasta los insultos, me acarician el alma y el corazoncito, me hacen sonreír y me traen muy buenos recuerdos.
Me interroga por los alter ego reales de los personajes de los que yo les cuento y le aclaro algunas situaciones, le identifico a otros, le revelo cuáles no son ciertos. Le cuento del capitán, de Pico de Oro, del Patán y del resto. Y le repaso a los que de él ya le hemos ido conociendo: el famoso hermano, la lucha, la peque, poli, pipi, las menecas de los momentos memorables y afines, por decir unos cuantos.
Le comento que me llama la atención cómo con esto del fenómeno blogueo, de alguna forma he empezado a ver al sexo opuesto como seres vivos con la particularidad enorme de que tienen sentimientos (Nota de Sole: No generalizoni es prejuicio. Chequen nada más blogs pasados del Patán y después me reclaman). Me dice que es una característica de su generación, que sin ser metrosexuales ni vestirse mariposos, estos hombres están más en contacto con sus sentimientos y necesitan expresarlos, aunque para gente como Tugo, de harto contacto con el campo, esa sensibilidad que otros le reconocen no deja de incomodarle a veces por la duda existencialista de si es señal de talento artístico o simples playaditas. Lo tranquilizo y le aseguro que no tiene nada de que preocuparse al respecto.
Resolvemos el mundo a punta de solidaridades. Llevamos hasta el extremo las situaciones de lealtad a un amigo cibernético. Hablamos sobre la sociedá y esa forma extraña en que nos fuimos encontrando, componiendo, en el aporte tan distinto pero tan necesario que hace cada uno de sus miembros. De cómo nos miran los demás. De si somos o no somos la célula separatista y revolucionaria. Y como eso último nos morimos de risa y nos tiramos almohadazos.
Me propone el ejercicio de escribir algo que se salga de nuestro estilo. Trato de escaparme haciéndole el análisis que me llama la atención cómo Tugo siempre es tan práctico y tan operativo, hasta en los poemas más sentidos y su mano izquierda, inquieta y revoltosa, totalmente hormonal y siempre lista para lo que sea necesario.
Me regala la pintura de una historia en el desierto de Atacama y una visión rosa en medio de un salar que sólo él puede contarlo. Me habla del norte, de Pucón, de Chiloé, de las calles del Santiago de mis sueños. Escuchamos a Víctor Jara, a Lucybell, a Luis Eduardo Aute, a los Parra.
Negociamos intrincadas transacciones de préstamos de platos, tarritos con mi sabrosa salsa, trasiego de música extraña, custodias de casettes con un poema que me mata, trueques de recetas por el antipulgas de Fuser, le hago la boca agua con un libro de un hombre cuyo nombre es, por mil y una razones, histórico y querido, me hace prometerle que le voy a prestar una lista como de quince libros y tomamos nota para no olvidarnos de tanto compromiso.
Yo iba a titular esta reseña “Papi es papi” (a pesar de reclamos, negativas y amenazas de no te vuelvo a hablar) y no sin motivo. Tengo pruebas en otros blogs de propuestas indecorosas abiertas y otras solapadas pero que toda víbora que se de a respetar reconocería como una invitación de alguna resbalosa.
Puedo afirmar con toda la propiedad del caso que el Tugo tiene lo que se requiere para honrar el título propuesto y el comentario que dejó el otro día donde Sirena de cómo quisiera él morir (cogiendo, para que no se desesperen buscándolo), sobre todo cuando como esa noche, pasa tanto tiempo sonriendo. Sirva lo anterior para señalar que esta isla cuenta con amplias referencias de terceros, empíricas y personales (eso es otro cuento) de las habilidades amatorias de los chilenos. Como dice un escritor secreto y de mal comportamiento que los dos de vez en cuando leemos: Solo bueno! Le ofrezco mis servicios de manager para administrarle el ganao y sabrosas recomendaciones sexapilosas de las que hablo en el supuesto programa televisado.
Tugo es el encargado en la Sociedá de juegos, dinámicas y procesos. Impacta de pocas palabras, pero eso es solo cuestión de tiempo. Tiene un sentido del humor ácido y extraño, como el de todos los miembros. Es músico, es poeta, es cantor, es papá, es hermano.
Desde el inicio, era un amigo sin serlo. Creo que ya a estas alturas, podemos dejarlo en amigo, a secas. Tal vez a secas no. Califiquemos el asunto. Amigo nuestro. (Nota de Sole: Yo diría que mío. Así, al egoísmo. Nada de caritas que tampoco es novedad. Sin escenitas, me hacen el favor)
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