Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Mi frijol

desde la isla de

Yo la conocí cuando tenía apenas un año y nueve meses. Entonces no sonreía. Pasaba los días seria, triste, o llorando.

Yo le enseñé a hablar, a amarrarse los zapatos diciéndoles que eran orejitas de conejos, a cantar las canciones de Cricri, a jugar mis juegos *:

– Hola don Pepito
– Hola don José
– Pasó usted por mi casa?
– Por su casa yo pasé
– Y vio usted a mi abuela?
– A su abuela yo la vi
– Adiós don Pepito!
– Adiós don José!

Le enseñé a decir te quiero:

– Vos a mí me querés cuanto? Mucho, poquito o nada.
– Mucho!
– Cuánto?
– Hasta las estrellas!
– Tanto?
– Zi, y un potito más.

Le enseñé a comerse las mandarinas abriendo los gajos, a contar las botellitas de los limones dulces, a adorar a las guayabas a repetir conmigo el mantra de los revolucionarios:

Rojo, que es lo mismo que decir camarada, que es lo mismo que decir compañero, que es lo mismo que decir socialista, que es lo mismo que decir zurdo, que es lo mismo que decir rojo, como al principio.

Le enseñé a hacer cara de sorpresa con la boca muy abierta, de risas estrepitosas, de lagrimitas fingidas, de enojos inexistentes, que se cambiaban, en el juego, con pasarse una mano por la cara. A saludar con sonrisa, abrazo y beso. A bailar popotitos desarmando el cuerpo.

Le dije que los perritos iban al kinder con todo y lonchera, que las muñecas hablaban de noche, cuando ella dormía, que de joven yo tuve una escuela de delfines en el fondo del mar con sirenas de maestras y de vieja me hice famosa con mi propio circo de pulgas amaestradas, los payasos más pequeños del mundo, en Asia y Europa.

Es un cliché barato, pero le velé las calenturas y los resfríos. La llevé al doctor. Le sostuve la manita con las inyecciones y en los dolorosos raspones. Le dije que los dolores se garganta se curaban con helados de fresa y marshmellows. La convencí de caminar por el zacate a pata pelada y de dormir sin medias. Le demostré las enormes ventajas de las guerras a almohadazos o de irse a la camita recitando a Topo Gigio. En las noches, yo dejaba de ser atea para rezar con ella un ángel de la guarda para las dulces compañías.

La condicioné para cosas pequeñas como cruzar calles, hacer caso, comerse todo de su platito de bebé. Y también para cosas grandes, enormes: dejaba de llorar si me daba un beso. Yo llegaba al kinder a medio día para que almorzáramos juntas y por un abrazo. La llevaba a la casa, le cambiaba la ropita mojada, compramos juntas sus botitas de hule rojas y aquel patito de peluche que bautizamos Porfirio.

En el supermercado, imaginábamos que éramos dos señoronas fodongas de esas de los pasillos y nos perseguíamos armadas de zanahorias como pistolas. Caminábamos hacia atrás o en pasitos de pingüino por la calle. Yo me sentaba a conversar con ella de cualquier cosa, fascinada en su emoción de contarme de cualquier cosa que había visto el otro día y que a veces se le olvidaba en medio cuento.

Yo la tenía y la tengo siempre presente. En cualquier lugar pensaba en mi Frijol, en traerla de la mano. Dicen que así es como se piensa a un niño. Yo sé que así es como se quiere a un hijo.

Un día, su papá me puso el puñal de la ausencia en el corazón y me obligó a escoger entre formalizar una relación acabada o llevársela a ella a otro país. Y se la llevó.

A mi frijol. A mi vida.

Al principio, me llamaba cada tres meses, cinco minutos ahogados por la larga distancia. La veía en semana santa o en Navidad, en visitas vigiladas, nunca las dos solas, dos horas, como máximo, como a los presos.

Ahora, ni siquiera eso. Mienten los que dicen que la sangre jala. No solo la sangre. Y no siempre tan duro.

Nota de Sole: * Esto es original del Gran Circo Español de la TVE, con Gabi, Miliki y Fofito.


Gotitas de lluvia

4 respuestas a “Mi frijol”

  1. El frijol no nos puede crecer en la palma de la mano, eso cualquiera lo entiende, lo que pasa es que es muy bello ver crecer la matita y muy feo solo imaginarse que llegará al cielo a donde esta el gigante come humanos, uno prefiere vivir el cuento.

  2. Avatar de Floriella

    Asi se quiere a los hijos, ni mas ni menos, aunque uno no los haya parido…

  3. Vos sabés que justo así es como le digo yo a mi sobrinita Sofía, mi “Frijolito”?
    Y yo también se lo que se puede querer a una enana así, casi como si fuera solo mía.

  4. Esta es la primera vez que un frijolito me hace llorar a moco tendido.

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