Hoy, en La Nación, venía un reportaje que supongo que a más de un revoltoso de escritorio como yo, les sacó las lágrimas. Me puse, de morbosa, a buscar el reportaje del Clarín de Argentina , y me golpeó de frente la imagen del Che muerto de nueve balazos y los ojos abiertos y tranquilos. Me atropelló una foto terrible de sus manos cortadas, sobre periódicos viejos, entintadas para el reconocimiento. Y me terminó de hincar el relato de que esas, sus manos, las cortadas por cobardes, se las llevaron a Fidel junto con los diarios del Che para que Fidel pudiera creer que habían matado a su hermano.
Imaginé a Fidel en La Habana, escudriñando el mar y fumándose un puro, mostrándose firme en la angustia helada de si lo habrían o no asesinado y en cómo explicarle al pueblo el destino de su adorado Comandante Guevara. Al malparido sin sangre que tuvo la idea del envío macabro a Fidel. Pensé en el nudo en la garganta. En la imagen de Aleida cuando el cuerpo del Che finalmente llegó a la isla, dándole la bienvenida y refugiándose en Fidel cuando la inundaron las lágrimas. En la imponente estatua del Che, alzándose en sus seis metros de bronce, iluminada por el sol, sobre su mausoleo, cuando uno entra en Santa Clara.
Y entonces pensé que el Che no querría que le lloraran su muerte o sus manos cortadas. Que eso querrían los que se empeñan en repetir, desesperados, que él está muerto, acabado y superado. Y para espantar la tristeza, invoqué recuerdos de él que me sacan una sonrisa.
Como su imagen de niño grande, de uniforme militar, sentado en encima de la mesa y no serio y ajeno detrás del atril, para hablarle a las Naciones Unidas. De su discurso a los jóvenes brigadistas que partían a alfabetizar. De ese acento que no era ni argentino ni cubano, sino una mezcla de todo.
De cuando accedió a imitar a Cantinflas, para todos los niños, en la televisión cubana. De la vez que le llevaron un problema serio: los pantalones que se hacían en las flamantes fábricas recién nacionalizadas tenían la condición especial de que no había forma de mantenerles el zipper cerrado. Los bautizó, públicamente, Camilos, en honor al Comandante cuya afición por las mujeres y barbado encanto era conocido en toda la isla. Pensé en el día que conocí su oficina en El Morro, donde tenía un catrecito para descansar cuando le alcanzaba la madrugada. Cuando vi sus cosas, su mochila, sus libros, su radio, un pedacito de media, un puñito de pelo que se guarda en el Museo de la Revolución Cubano.
También evoqué la isla, los pioneritos, la revolución, los 40 años de embargo, la congruencia, la dignidad, el ejemplo. En todo lo que hicieron esas manos.
Y creo que sí, tiene razón Neruda:
“Le cortaron las manos,
pero siguen golpeando”
Nota de Sole: Yo sé que hay mucha gente que está en desacuerdo con Fidel, con el Che o con la Revolución Cubana. Y no me hago castillitos en el aire. Yo, en lo particular, no le pido a la revolución que sea perfecta, le pido que sea revolucionaria. Y al que está en desacuerdo que por lo menos se informe y no discuta desde el implante en el hígado de las mentiras del enemigo (ven? Hasta manejo el vocabulario y toda la cosa! Y no, no me han lavado el cerebro). Por eso, si usted lee esto y quiere decir una grosería de Fidel, del Che, o de la Revolución, aunque esto sea público, absténgase, porfa. Si quiere que lo discutamos como la gente, encantada. Me escribe a solentiname_isla@hotmail.com ( a ver si la estreno).
Deja un comentario