Cuando llego a la oficina y veo mi super moderno teléfono digital que tiene botoncitos para todo y requiere de licencia para manipularlo, me fascino con lo avanzado de la tecnología y mi condición de analfabestia, como diría Yuré, para lidiar con estas cosas.
Mi teléfono tiene botoncito para escuchar sin levantar el auricular (convenientemente denominado por la suscrita Nomegrite!), para hacer conferencias telefónicas (este se intitula threesome en la listica colocada al lado de cada botón), para cortar de plano una llamada entrante (adivinaron, sí, este es dejedejoder), para poner en espera (suaveuntoque) y así sucesivamente. Tiene esa función de marcado rápido que ha tenido el mal efecto secundario que ya nadie se sabe las extensiones de nadie. Y debe tener treinta y cuatro mil setecientas veinte funciones más que yo desconozco porque no termino de entender el manual.
Tiene una pantallita que funciona como identificador de llamadas y los clientes creen que soy parasíquica porque siempre al levantar el teléfono los saludo de primer nombre antes de que se identifiquen. Y en esa infame pantalla, a veces observo con inquietud que en lugar de la fecha, hora, número de mi extensión y un Sole coqueto y chiquito, dice sombrío: “Infos recibidos”.
Eso significa que algún gracioso, en lugar de dejarme un recado con la secretaria o llamarme al celuloso, ha optado por el voicemail, que viene a ser la forma en que le dicen en Escazú a una contestadora telefónica (oseamenentendés?). Y yo no entiendo porqué hacen eso, porque el voicemail se ha convertido en la excusa más aceptada para ser un absoluto irresponsable.
Te llama un cliente y para hacer sentir su desesperación, te dice que lleva semana localizándote en una asunto de vida o muerte y que te dejó un mensaje en el voicemail. Y es cierto porque uno ya ha visto eso de infos recibidas o escucha el tonito ronco que agarran unos teléfonos para anunciar del mensaje. Pero con toda la cáscara, conozco a más de uno que muy campante responde “Pucha, me hubieras mandado un mail, o me dejás un mensaje en el celular, o con mi asistente, la secretaria, la recepcionista o cualquier otro ser humano que te hubiera contestado, porque lo que soy yo, nunca reviso el voicemail”. Lo lógico sería que a uno lo mande a la mierda el cliente, le recuerde quién es el que está pagando tu salario y exija que te pasen a otra cuenta. Pero no. El cliente lo acepta manso como un corderito borracho y es el fin de la discusión.
Yo soy de esos que se rebeló contra el correo de voz y me niego a escucharlo. A veces hasta por semanas. Y aunque me acosa el mensajito que me dice que alguien me está esperando con un recado, me siento en la arepa voladora y me niego, me niego, me niego a escucharlo. Es un capricho. Yo sé. Y lo acepto.
Pero a veces, como hoy, me dan ataques de profesional responsable y conciente de que me debo a mi público (los clientes) que tienen derecho a interrumpirme en cualquier momento, y que la tecnología me obliga a estar siempre localizable, así que me hecho el firme propósito de revisar el correo de voz cada vez que algún gracioso opta por usarlo.
Hoy veo el insufrible mensajito. Levanto el auricular. Marco el número de acceso y luego mi código. Escucho la grabadora: “el mensaje se recibió assher al ser ossho horas con tres minutos de la nosshe”. La grabadora tiene acento argentino. Pienso quién será el desgraciado que se piensa que a esa hora aun estoy trabajando y que ojalá sea de verdad una emergencia porque soy capaz de esperarme un rato más antes de devolverle la llamada…
Y en vez de la voz de alguien pidiendo algo, me suena, de cabo a rabo, american pie (o se llama the day the music died? Buéh, la misma cosa). Miento, de cabo, no, empezó con la parte de Did you write the book of love…
No sé si alguien me hizo el favor, como cuando uno estaba de teenager, de llamar y dejar sonar una canción completa al objeto limerado. No sé si lo que se grabó es la estación de radio que usan en otras centrales telefónicas cuando te dejan en espera (y no conozco ninguna compañía o cliente con gustos groovies). Pero me gustó.
Bye, bye Miss American pie…
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