Algo raro venía sucediendo desde hace tiempo. Se estaba dando cuenta de que todo le salía mal, sin importar el esfuerzo. Lo había notado desde niño, en la adolescencia se había agravado, y ahora de adulto, no tenía ninguna duda al respecto. A veces se opacaba un poco, con los progresos, pero en las tardes de lluvia tenía esa certeza, y sobre todo, tenía miedo.
Si hubiera sido de campo hubiera dicho que estaba torcido y tal vez hasta embrujado. Pero como era animal de cemento, y de educación refinada de maestría extranjera y colegio bilingüe y privado, lo atribuía apenas a la mala suerte o un ocasional problema en su desempeño.
No tenía amigos. Nadie lo soportaba. Por más que intentaba trabar amistad con alguien, a los pocos días o a los pocos años, lo desechaban como un papel viejo. Cambiaba constantemente de grupos, de referencias, de círculos y ambientes buscando alguno que no fuera tan banal ni tan vacío, con el que compartiera intereses y gustos, pero parecía no calzar en ningún lado. Lo escuchaban por un tiempo, pero luego todo era murallas y oídos sordos. Lo ignoraban con todo el descaro. Son crueles, pensaba, y se alejaba furioso. Curiosamente, nunca le faltó con quien compartir su veneno.
Nunca tuvo un empleo fijo. Se dedicó a varias cosas en distintas áreas, pero en todas, igual que con los amigos, a los pocos días, o a los poco años, lo echaban. Despido o renuncia, igual daba. El caso es que nunca logró permanecer mucho tiempo en ninguna parte. Se veía involucrado en problemas de chismes, egoísmos, cuentos y serruchadas de piso. Sus compañeros de trabajo siempre le huyeron y nunca compartieron con él cafés ni tiempos libres. Extrañamente, siempre tuvo mucho dinero.
En el amor era aun peor. Apenas si encontronazos oportunos y muy rápidos, fugaces todos, la mayoría de las veces, vergonzosamente pagados. Nunca entendió que querían decir los demás cuando hablaban de enamorarse y planear la vida juntos e hijos. Un par de veces logró mantener a una mujer a su lado por más de tres meses. Después lo acusó de egoísta, energúmeno, frío y mal encarado y lo dejó para siempre. Ni siquiera le dio tiempo de proponerle matrimonio. Y él que ya tenía el anillo comprado. Insólitamente, cuerpos nunca le faltaron .
No había actividad social donde encontrara acomodo. Siempre era un problema con todo. Roces constantes, gritos, enojos, pleitos, acusaciones, juicios, enemigos, pagos, advertencias, amenazas, burlas, regaños, reconciliaciones falsas y pasajeras. Siempre las mismas recriminaciones. Era claro. Tenía al mundo en contra. Estaba convencido de que era envidia de todos aquellos desgraciados.
Porque al fin y al cabo, había cosas en las que curiosamente, no le iba tan mal. La política por ejemplo. Un puesto de regidor, después de diputado, y por último embajador itinerario, no era cualquier estúpido el que podía conseguirlo. O la finca. Después de aquella expropiación oscura, contrató con algunos dineros que sobraron del presupuesto del ministerio un montón de peones con lo suficiente para vivir y también para esclavizarlos, y ahora la finca producía para abastecer de sobra los negocitos del centro y botar el resto. En los negocios, vendía al contado y sin perdón, inflando y acaparando los productos y los precios de lo que comían y usaban los más necesitados.
Y los viajes. Tres veces al año, desde que empezó el negocio, a tres destinos distintos. En dos años, si todo seguía viento en popa, habría conocido el mundo y comprado la agencia de viajes. De cada rincón, se traía un estrambótico recuerdo para su mansión de lujo, con piscina y jacuzzi, en el barrio caro. ¡Ah! Y su mayor delicia, su carro. Ultimo modelo, forrado de cuero escogido al gusto. Full extras. El radio distinguía por nombre y cantante la canción que estaba sonando. Lo mejor de todo, era hermético. Y así, mientras paseaba por la ciudad, se mantenía ajeno a los ruidos, olores y polvo, y sobre todo, se ahorraba escuchar a los mugrosos con ojitos de locos que le rogaban por una monedita o algún otro sobro. Las revistas de sociedad decían que era muy elegante. Sos el soltero más codiciado del año. Y él posaba para fotos y portadas en su traje Armani y sus zapatos de cuero caro, la camisita francesa con mancuernas en lugar de botones, y la corbata italiana de arabescos estampados.
Para terminar de redondear ingresos, los amigos del gobierno extranjero. Tan simpáticos aquellos machillos y sobre todo, tan generosos. Solo tenía que tener el oído atento y los ojos bien abiertos. Reportes de vez en cuando, una posición firme en los artículos de periódicos y se aseguraba un agradecido pago. Y es que si no fuera por su inteligencia desmedida, por su astucia, no hubiera podido hacer ni la mitad de aquel imperio.
Pero igual, en el balance de las tardes de lluvia sentía que estaba perdiendo. Que algo le hacía falta, Así que decidió consultar con un médico. Los primeros, de la clínica de moda, le aseguraron que estaba muy pochotón, todo perfecto. El sabía que no era cierto. Viajó afuera, pero tampoco dieron con su mal aunque sí con su billetera, regresó quince mil dólares menos rico y con el mismo presentimiento.
Entonces escuchó de un doctor más sencillo, pero famoso por sus diagnósticos certeros. No tuvo problema en obtener una cita. Lo revisó por todas partes con aire preocupado. Le puso electrodos y le midió todo lo que tuviera ritmo en el cuerpo. El le contó sus síntomas y preocupaciones. El doctor lo escuchó atento.
Al final el doctor lo sentó en una sillita angosta. Muy serio, desde el otro lado del escritorio, le dijo:
– No puedo creer que nunca se hubiera dado cuenta… es un caso muy común
– ¿De qué doctor? No le entiendo
– Todo lo suyo tiene explicación. Lo que me sorprende es que no lo hubiera visto antes
– Dígame, ¿Qué es? ¿Tiene cura?
El doctor lanzó un suspiro resignado y sobre los anteojos, le espetó la sentencia-diagnóstico:
– Usted tiene una particularidad en sus extremidades, afecta a las cuatro. ¿Nunca le habían molestado un poco los zapatos? Ese es el signo más evidente. Como si fuera poco, señor, el electrocardiograma y el ultrasonido demuestran una condición que es rara, aunque no mortal. Usted, a diferencia de los seres humanos, tiene el corazón al lado derecho y le late siempre al mismo ritmo. No registra ninguna emoción o sentimiento. Sus dos manos son derechas. Sus dos piernas también son derechas. Por eso todo en su vida tiende siempre al mismo lado. Lamento mucho, de verdad, ser yo el que se lo diga, pero la falta de izquierda en su vida acabará por matarlo.
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