Hoy, como todos los años, la llamo y hablamos de cualquier cosa. Antes de terminar la conversación, le recuerdo, como si nada y en el mismo tono:
– Mañana cumple años de muerto mi papá.
Hace un pausa y un silencio. Me doy cuenta que suspira entrecortado y me contesta calladamente con la voz quebrada y triste nada más un “sí“. Podría asegurar que le tiemblan los labios y que se le llenaron los ojos de lágrimas.
Puede ser, talvez, que para algunos veinte años no sean nada. Pero treinta, Carlitos, treinta, cuando son de ausencia… cada año dura más de un siglo.
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