Hoy en la mañana, víctima del vicio, abro el periódico y siguiendo la costumbre familiar, escudriño los obituarios para enterarme de los últimos chismes de fallecidos y ver cómo se solucionan en las esquelas de estos tiempos el delicado tema de los matrimonios varios, hijos postizos y tres juegos de suegros y el más reciente manejo de la frasecilla esa de “su fiel servidor” para dejar claro que a las empleadas, en Costa Rica, se les trata como de la familia; por eso escondemos la explotación y la grosería con palabras frases recatadas en los periódicos y con tratos eufemísticos ya en vivo como “la muchacha”. (Paréntesis: El mismo síntoma que se ve con los negros, a los que, para no sonar ofensivos, según los ticos, se les trata de “morenos”).
Pues a pesar del entrecejo solemne que se impone para la sección de finados, el corazón me dio un saltito de alegría al ver que, finalmente, el maligno y nefasto General Westmorland entregó las tennis. Antes de leer los sabrosos detalles de la muerte lenta y dolorosa que esperaba hubiera acabado con esa cucaracha, lancé mis miradas al Hades del subsuelo, y desde mis adentros, le desee con todo el deseo de venganza, una estancia hirviendo y entretenida para el resto de los tiempos.
Breve resumen de Westmorland: Un hijo de puta.
Elementos distinguidos de su carrera: Cuna de oro (banqueros), peleó en todas las guerras disponibles desde que tuvo capacidad para ello, General en Corea y encargado de las fuerzas militares invasoras de los Estados Unidos en Vietnam, específicamente, de la escalada entre 1964 y 1968 que llevó a la masacre de la juventud americana en las selvas vietnamitas y a la demostración de valor y resistencia de los hombres del Tío Ho.
A lo anterior, añádese haber sido asesor de defensa, director de la Academia de West Point, conferencista invitado en temas de guerra y de Vietnam y sus jefes en sus mejores momentos: LBJ y Nixon… calcule usté… Fue, como decíamos en la Corte, todo un artista.
Mayor ridículo: La ofensiva del Tet, cuando Víctor Charlie se adueñó de la embajada en Saigón por unos breves minutos. Le valió que lo fletaran de vuelta al continente y en lugar de tragar polvo y llevarse aguaceros y mosquitos o un balazo en media frente, resolviera y dirigiera todo desde un cómodo escritorio.
Condición mental: Un engañado o un loco… porque solo eso podría explicar que mantuviera, hasta su último día, que Estados Unidos no perdió la guerra en Vietnam, que él no era un asesino y que más bien lograron su objetivo de mantener a raya la amenaza comunista. Su método fue sencillo: apiló las bolsas negras con los restos de muchachos asustados y drogados que se morían como moscas evitando que el dominó de la política mundial siguiera su irreparable caída hacia las profundidades rojas del comunismo internacional.
Evidencia de lo anterior: fue invitado de honor a la inauguración del monumento de los caídos en Vietnam en Washington DC. Yo, de haber estado ahí dejando en la pared el osito de peluche de algún hijo o pariente muerto, se lo hubiera hecho tragar a la fuerza para acabar bien temprano con ese monstruo.
Mientras avanzaba por los párrafos y escuchaba en off los gritos de las manifestaciones anti Vietnam (“Hell, no, we won’t go” “Baby killers” “1,2,3,4, we don’t want your racist war”, etc etc etc) me imaginé que vendría el detalle de la exclusiva clínica donde este representante del espíritu de las relaciones internacionales al estilo hamburguer habría muerto rodeado del cariño de sus familiares y amigos y el eterno agradecimiento de una nación que reconocía su labor desinteresada en defensa de la libertad y el orden con quince días de bandera a media hasta.
Pero no. Westmorland murió en un asilo de ancianos en donde vivía recluido con su esposa. Digo yo: Y sus hijos ¿Dónde están? Y los compatriotas agradecidos, ¿Qué se hicieron?. Y los amigotes de esos duraderos que hizo como gorila ¿Se mudaron a otro zoológico? . (Paréntesis de Sole: Siempre me he preguntado qué le pasa a los gringos, usualmente tan simpáticos, amables y dispuestos a decirle a uno I love you cinco minutos después de conocerte, que dejan a sus ancianos morir, como los elefantes, en esos cementerios para desechos humanos… como si fueran un sofá viejo. Como si no fueran su familia. Como si fueran desconocidos. Casi creería uno como si no los quisieran).
A mí me contó el colibrí que él estuvo ahí cuando el general met his maker. Y que el general estaba lúcido y vio clarito como a su alrededor se levantaban las almas de todos los all american boys que él envió a su muerte durante la guerra o que se suicidaron años después por el impacto; todos los vietnamitas que murieron en sus operativos, en las aldeas que mandó quemar, en las selvas despedazadas con NAPALM. Y ninguno le dijo que podía irse en paz. Todos guardaron silencio y esperaron hasta que en el último suspiro, el general supo que independientemente de que él creyera que fue correcto o equivocado, tendrá que pagar un precio.
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