Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

La hija de Elsa

desde la isla de

Desde el primer jueves que me vio en la Plaza, se vino con una sonrisa en el rostro y una mano alzada a saludarme. Ella, menuda y bajita, me puso la mano en la mejilla. me hizo agachar y me saludó de beso emocionada. “¿Cómo estás, querida?” y me regaló una sonrisa y una mirada tierna. Se alejó para colocarse en su puesto en la manta, porque a las tres en punto iniciaba la caminata. La misma de hace veintiséis años, alrededor del obelisco, frente a la Casa Rosada.

Yo no la conocía. Sabía que era una madre porque, obvio, venía a la marcha, además del pañuelo blanco en la cabeza. Así fue el siguiente jueves. Verme y venirse directo a saludarme, y la misma alegría callada.

El jueves 25 de diciembre, las madres estaban en la plaza, como todos los jueves del mundo. Me saludó, como los otros días.

“Vení- me dijo- ayudame a llevar la manta. Acá, la lado mío. Eso nunca lo permitimos las madres. Siempre nosotras solas la llevamos, pero hoy es especial. Vení que te hago campo”

Y me cedió el honor a mí. A la turista tropical, ruidosa y entrometida, entre ellas, las madres, para la marcha de pasitos cortos y cansados. A las 3 en punto empezamos a caminar en círculos.

“Querida, ¿sabés quienes somos nosotras?”- me preguntó.

“Claro- le dije- la razón por la que vine a Argentina”- no pude evitar que me fallara la voz

“Llevamos 26 años en la lucha. Con vida se los llevaron, con vida los queremos”- me dijo.

“Qué fuerza- pensé- andá a saber qué le hicieron a sus hijos y ella tiene el empeño de hablarle a una extraña, de ser simpática, de hacer proselitismo… después de 26 años”. Pero no le dije nada, Simplemente callé. Seguimos caminando en círculos. Coreábamos las consignas.

“Alerta, alerta
Alerta que caminan
Milicos asesinos
Por América Latina”

“Yo sé que mi hija no está muerta, ¿sabés?”

Se me erizó la piel. Pensé que me repetiría una arenga, un trozo de canción, que seguía viva en la lucha, en mí, en ella, en los que todavía cantamos, todavía esperamos… Me miró a los ojos y me tocó la cara con su manita arrugada.

“Lo sé porque vos sos igual a ella. Sos idéntica a mi hija, ¿sabés?”

Y bajó su mano y la puso sobre la mía y así, juntas, sosteniendo la manta y la historia, seguimos caminando. Yo lloraba sin darme cuenta y el sol de Buenos Aires en verano me secaba las lágrimas. No pude decirle nada.

“No llorés, amor. No te pongás triste. Si supieras lo que me alegra verte a vos que es como verte a ella”.

A partir de ahí, los tres jueves que me quedaron, llegué por lo menos una hora antes a la plaza. Allí estaba, esperándome en la misma banca. Me saludaba feliz con un abrazo y nos sentábamos al sol contemplar la plaza y a ver pasar la tarde. A veces me tocaba la cara para asegurarse que yo era cierta y no un espejismo de fantasía. A veces simplemente se dejaba mi mano en su regazo. No hacía falta decir nada. Al tercer jueves le dije:

“Regreso a mi país. Me voy pasado mañana”

“No te olvidés de pasar a despedirte de mí.” me pidió. Así, sencillo, sin tonos de culpa.

Y fui. Le ofrecí mil cosas, y a todas me dijo que para ella nada, que para las madres todo. “Somos colectivas. Si me enviás algo a mí, igual vamos a compartirlo con todas o con la que más necesite”

En todos esos jueves, la única que había llorado era yo. Ese día, cuando me alejaba por Congreso, y ella me decía adiós con la mano desde la puerta de la Casa de las Madres, me pareció verle una lágrima, pero no de tristeza. Me fui con el corazón en pedazos. Uno se lo dejé a ella.

Te juro que no lo sabía, pero ahora no hay duda: La hija de Elsa, soy yo.

Esto que cuento es real. Me ocurrió en diciembre del 2003, en la Plaza de Mayo, Buenos Aires, Argentina. Elsa es una de las Madres.


Gotitas de lluvia

3 respuestas a “La hija de Elsa”

  1. Te sorprendió ver la escolta militar que marcha a la misma hora alrededor de Plaza de Mayo?

  2. Avatar de Solentiname
    Solentiname

    NO vi escolta militar pero si policías y bardas para que las madres no llegaran a la entrada principal de la casa rosada. Yo pensaba que a los milicos les daba pena asomar la cara en Argentina, Uruguay y Chile, pero me dolió comprobar que muchos de ellos, sobre todo en Chile, siguien como si no hubiera pasado nada. Ni vergüenza les da.

  3. “Colgué” en mi página una foto para vos, aunque no sé si se pueda distinguir bien lo de la escolta. Saludos.

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