Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Crisol

De agradecerle a Colón a reclamarle a España. De Madre Patria a Genocidas. Y sin embargo, hay un pleito eterno por aclarar y decirle a los demás, que uno es español de tatarabuelo en la Pinta, la Niña o la Santamaría, como si estas tierras hubieran estado desiertas cuando Colón puso rodilla en tierra y clavó la bandera en la primera playa.  No nos sentimos centroamericanos, latinoamericanos e indio sigue siendo un insulto.

Si se le exigiera a España pedir perdón por la conquista, probablemente la veríamos diciendo que el viaje, de por sí, fue financiado por los judíos y que en parte por eso los terminaron de echar de España. O, si les exigieran indemnizaciones por el genocidio, como las que ha pagado Alemania, no sería raro que de forma graciosa y sin que sirva de precedente, reclame un error histórico y le ceda el honor del descubrimiento a Erick el Rojo.

¿Tenemos una cultura perdida? ¿Nosotros, que ni siquiera sabemos cuáles eran los grupos indígenas locales? ¿Nosotros, que la mayoría desconoce que los indios aquí dieron la lucha? ¿Qué no reconocemos, aunque lo escucháramos una lengua indígena? ¿Qué no tenemos idea de cómo tratarlo? ¿Qué repetimos palabras indígenas todos los días sin saberlo? Y aunque tengo conciencia- o trato de imaginarme- el impacto de lo ocurrido, igual el español me resulta muy dulce para pensar, para escribir, para expresarme.  Sea o no el idioma del terror, ahora es mío. Me pone a pensar en los niños secuestrados durante las dictaduras, que solo conocieron a la familia que se los apropió. ¿Resienten la pérdida de algo que no conocieron o el acto horrible de las personas a las que ven como sus padres? ¿Su reincorporación a su familia biológica es tan artificial como si nosotros empezáramos a hablar en lenguas indígenas?

Y hay momentos en que el crisol se evidencia. Si yo quisiera hacer mi árbol genealógico, no puedo. Sé cómo se llamaba la mamá de Mimí: Brígida. Pero no sé quiénes fueron sus papás y creo que fue hija natural. En las fotos se ve una mujer pequeñita, muy morena e indígena. No sé quién fue el papá de mi abuela y creo que ella tampoco. Pero mi abuela era una mujer muy alta, de rasgos definitivamente indígenas.

Ella hablaba de un tío Jorge Betancourt, muy blanco y de ojos azules que probablemente era francés, pero no sé si era un tío, un tío abuelo, un abuelo o el papá de ella y creo que ella tampoco. Mi abuela fue hija natural y tuvo, a su vez hijos naturales. Alejandro, mi papá, idéntico a mí y al papá de los muchachos (mi abuelo biológico) y mi tío Adolfo, blanco, de ojos muy claros, totalmente nórdico. Los dos muy altos, más de 1.90. De joven, a Mimí no le creían que Adolfo era hijo de ella, se lo pedían para sacarlo de angelito en las procesiones y muchas veces le ofrecieron criarlo si ella accedía a regalarlo.

Sé el nombre de mi abuelo paterno y conocí a sus hermanos (cada uno hijo de un padre distinto y con apellidos diferentes). Sé que su mamá se llamaba Mariana Rojas, una viejita muy blanca, de ojos claros, que daba clases de catecismo, pero tenía las enaguas muy bien amarradas y no le aguantaba nada a nadie.

 

Y ahí para todo, porque pego con cerca y no tengo forma de saber qué pasó antes. O quien engendró a mi abuela o a la mamá de ella.

Un día me operan por primera vez y a los meses me sorprende ver que la cicatriz es queloide y pregunto a los que quedan si habrá un familiar negro y todos me lo niegan con vergüenza pero yo me pregunto cómo saben que no y que la prueba biológica, ese gusanito de piel que me recorre una parte del cuerpo, es irrefutable. ¿Por qué tengo los ojos chinos? ¿En cuál foto sepia hay una mujer idéntica a mí en otro siglo?

Y mi apellido. Montiel. Desde que me acuerdo, motivo de pleito por el origen. No sé de dónde salió, solo que lo llevaba mi bisabuela. Y sé que ni ella, ni mi abuela, ni mi papá tendrían que haberlo llevado si sus papás les hubieran dado el apellido. Llevamos todos el apellido de la primera mujer que quedó preñada y sola. Mimí decía que era de los Campos de Montiel, muy cerca de Toledo. Una prima, que es una derivación de Monteil, de origen francés- que explicaría al tío Jorge. Ahora con la internés, confirmo que las dos versiones son ciertas, pero ambas de origen sefaradí y se me alborotan las ganas de saber quién era ese español converso.

Mi profesor de historia, una vez me sentó por aparte y me dijo, que Juan Vásquez de Coronado, el último adelantado de Costa Rica, era un judío converso, que se casó con una mujer nicaragüense y por alguna razón extraña asumió el apellido de ella, que era precisamente Montiel. Digamos que está bien.  Pero ¿qué hubo entre el hidalgo conquistador y mi bisabuela Brígida? ¿Qué? ¿Cuándo se encontró el primer blanco con el primer indio de esa línea que va para atrás mío? ¿Quién fue el primer mestizo?

¿Cuáles eran los mecanismos de vida de todos esos familiares que no sé quiénes son? ¿Cuáles son mis riesgos? ¿De qué padecían? ¿Por qué somos tan altos? ¿Cuáles son nuestras tendencias genéticas? ¿Estoy condenada a repetir historias por no conocerlas?

Tal vez debería conformarme con adoptar todo lo que me gusta y estar feliz con saber que tengo evidencia sobrada de que soy diversa. Por cultivar la identidad que sí le puedo heredar a mis hijos. Con respetar lo propio y luchar contra mi propia ignorancia para ser cada vez más regional y menos encerrada. Con lo que decía Mimí cuando me veía hacer algo, sin decirme nunca qué, pero sonreír y confirmar que yo era lo que era porque compartíamos la sangre y la vivencia: “La cabra tira al monte”

Pero insisto: ¿Por qué perdimos la historia? Tal vez es que no quedó nadie para contarla:

Con suerte lamentosa nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos:

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

y están las paredes manchadas de sesos.

Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido,

y si las bebíamos, eran agua de salitre.

Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad

y nos quedaba por herencia una red de agujeros.

En los escudos estuvo nuestro resguardo,

pero los escudos no detienen la desolación.

Hemos comido panes de colorín

hemos masticado grama salitrosa,

pedazos de adobe, lagartijas, ratones

y tierra hecha polvo y aun los gusanos…

(Poema de la Conquista, escrito originalmente en náhuatl, 1528. Anónimo)

Y vos, ¿qué pensás?