Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

One must also be Hungarian

Siete tribus asiáticas, probablemente hunos, llegaron hasta lo que hoy es Hungría y hace poco más de mil años, ellos, los Magyares, fundaron Budapest. Supieron que habían llegado porque el Tulvur, el pájaro místico, llevaba en el pico una espada y la dejó caer donde habría que fundar la ciudad.

Budapest es el lugar donde los guerreros y los asesinos son santos. Donde tuvimos sol de fin de verano para andar apenas en mangas de camisa. Donde hubo festival todo el fin de semana, con calles cerradas llenas de puesticos con mil cosas interesantes y precios que me daban calentura del colerón porque eran la mitad de los de Alemania y eso que estaban puestos para turistas.

Comimos goulash, palatschinken (crepas rellenas), chocolates, chips de papa hechos a mano con paprika. Todo lleva paprika (yo llevo dos bolsas), el queso crema, la comida, las papas y hasta el McDonalds del centro, cuya mascota es un pirata, que fue el primero tras la cortina de hierro, donde se hacían tantas filas por una hamburguesa que la gente hablaba de western food y no de fast food. Comimos, sobre todo, mucho, pero mucho strudel de cereza. Quedé adicta al refresco local Marka, que es de cereza ácida y que nunca sabe igual, muy parecido a las gaseosas cubanas. A la paprika más picante o en general a lo chiloso, le dicen México y a mí me da mucha risa.

Nos explicamos por señas con los vendedores, respecto a tamaños, cómo doblar algo, qué son las Csardas (danza tradicional húngara) y negociando a ver si me aceptaban florines en lugar de euros para pagar por un suspirito. Nem.  No. Solo aceptan florines. Hasta se ofende por la duda. Nos mareamos cada vez que nos montamos al metro, que nos lleva a las profundidades de la tierra y tratamos de entender qué es la diferencia entre un tér, ut y utca. En una tienda, la vendedora se molesta visiblemente cuando le digo que quiero música típica húngara, pero que sea gitana.

Lizst suena por todas partes. Tiene plazas, esquinas, academias, souvenires y restaurantes. Marcelo, inocentemente, me pregunta porqué le dan tanta pelota a un músico austríaco. Le explico que era húngaro. Me dice que pudo haber nacido en lo que hoy es Hungría, pero que si nació durante el imperio austrohúngaro es austríaco y punto. Le recomiendo agradecerle mucho a Dios que aquí  nadie nos entiende, porque eso es una afrenta nacionalista, sobre todo considerando que al aeropuerto de Budapest lo acaban de rebautizar con el nombre del músico y la lógica indica que jamás harían eso con un extranjero.

En la plaza de los héroes, las advertencias de los altoparlantes nos pasaban de largo, porque obvio, hablaban en húngaro. No nos dimos cuenta a tiempo y quedamos encerrados un rato largo. Alrededor de la plaza desfilaron, a caballo, las ropas húngaras vestidos a la vieja usanza.

Budapest también añora un pasado, pero es peor aun porque quieren la belleza y la tradición del imperio austrohúngaro pero con una independencia que de por sí nunca les habrían dado. Es la peor forma del what if, el añorar un pasado modificado al gusto, la esencia misma de la fantasía donde todo lo controlo.

Los uniformes, modernos o antiguos, como los de los húsares, siguen siendo un fuerte afrodisiaco. El húngaro estereotipado, se llama Janos y es alto y fuerte, de ojos achinados, cejas muy pobladas y peludo. Son hombres oscuros y galanes, que siempre dicen el nombre al revés. Por ejemplo: Magallón Marcelo y hasta 1941 manejaron por el lado contrario de la calle. Tal vez por eso es que a  Marcelo lo confunden en todas partes y le hablan en Magyar. Cuando insiste en que no entiende, se ríen y parece que le dicen que no se haga el baboso; hasta que se dan cuenta que es turista.

En Buda, el café más antiguo, un corredorcito lleno de gente alrededor de una estufa. El cuervo con el anillo que fue a buscar al rey Matías a Praga para que fuera el último y más grande de los reyes húngaros, descendiente directo de las 7 tribus. En un viaje incógnito de caza, conoce a Ilonka, la bella, que se enamora como solo se pueden enamorar las mujeres inteligentes, diría Angeles Mastreta: como una idiota. Lo sigue para saber quién es y a dónde vive y se da cuenta que es el rey.

Los húngaros no tienen la necesidad de ver la vida a través de lentes color de rosa. Aquí no hay finales felices. Ilonka entiende que ella, una campesina, no tiene derecho al rey y que nunca podrán estar juntos. Entonces se suicida. Bien me lo había dicho el Patán hace muchos años: en la vida real, las Cenicientas solo llegan a amantes del príncipe pero nunca a princesas.

Hay 50 zapatos de cobre a la orilla del Danubio, recordando el lugar donde fueron fusilados los judíos de Budapest durante la ocupación nazi. Dicen los que recuerdan  que las aguas del río del Walz se tiñeron de rojo. Hasta aquí caminaron, viendo por última vez la ciudad que adoraban, el puente de cadenas, el parlamento, el palacio de Buda. Un cónsul suizo, colocó banderas suizas en las azoteas de los edificios a reventar de gente en el antiguo barrio judío, declarándolo territorio suizo y regalándoles una patria y una vida. El cónsul sueco hizo lo suyo también y terminó deportado. Nos quedamos muy cerca del barrio judío y en la mañana me saluda la imponente belleza de la sinagoga antigua.

Pest está sembrada de árboles, boulevares y de estatuas. Cuenta la leyenda que cuando el Kaiser Wilhelm de Alemania vino de visita, le comentó a Franz Josef I que la ciudad no estaba mal, lástima que le faltara decoración con estatuas. Del colerón, Franz Josef mandó a hacer un montón. Como no le alcanzaban los héroes húngaros, metió a los poetas, incluyendo a Attila Joszef, que le escribía al amor y a los 32 años decidió quitarse la vida.

A diferencia de lo que ocurre en Costa Rica, aquí puede entrar uno al lobby del Four Seasons sin que lo echen a patadas, por pobre y hasta tomarse fotos divertidas. Está en un antiguo palacio que renovaron completo, hasta mandando a volver a construir la máquina que hacía los mosaicos de las paredes. Tuvieron que esperar, eso sí, a que muriera una vieja actriz que vivía en uno de los pisos y que insistía en negarles el permiso para renovarlo. Es un monumento a lo Art Deco. Marce quiere saber si habrá tanta gente con plata para que eso sea negocio y yo opino que de fijo o no abrirían hoteles por el mundo. Yo quiero saber qué se siente estar ahí adentro y la decepcionante respuesta es que igual que el pollito, no siento nada-

Es cierto que los soviéticos no fueron lo mejor que le podría haber pasado al este de Europa, pero tal vez en ese tiempo no se veía gente viviendo en la calle, como ahora. Tanto viejito abandonado y enfermo, doblado de osteoporosis como las brujas de los cuentos. Además, sea lo que sea, ellos se echaron encima la segunda guerra mundial y las cosas hay que decirlas como son, aunque para eso se necesite lenguaje machista. Los rusos hicieron una hombrada durante la guerra, liberando tanto país como en efecto hicieron. Hasta en Viena tienen monumento.

Lo mejor de Budapest es librarse de la dictadura del orden y las reglas alemanas. Aquí cada quien va por el lado de la escalera que quiera y nadie le reclama si estorba. Uno cruza por donde quiere. Los carros se saltan los altos. Los trenes se atrasan. Las tiendas cierran a la hora que les da la gana. Son más libres, si bien más desordenados. Prefiero esta intensidad que se respira.

Aquí aprendí que la expression de Mercado de las Pulgas es muy antigua y que viene de la época cuando los fines de semana, los ciudadanos iban a una plaza y le pagaban al dueño de un monito, para que el animalito les espulgara la cabellera y se comiera cuanto bicho fuera encontrando-

Y el milagro del atardecer y ver la ciudad encenderse. El Parlamento iluminado, los puentes, las calles, la fuente. La luz que te brilla en los ojos mirando el espectáculo y cada vez que me ves armando alboroto saludándote como si fuera una casualidad encontrarnos aquí tan lejos, una y otra vez, a diario.

Entiende una que Sisi, la emperatriz austríaca, se haya enamorado de esta ciudad y del idioma, que aprendió perfecto. Dicen que también se enamoró del Conde Andrassy y por eso pasaba tanto tiempo en la ciudad. Tienen mucho de un algo misterioso y mágico, los húngaros, un agridulce particular, que Chico Buarque describe perfecto en su novela corta, Budapest. No en vano el Conde Drácula con todo su encanto del viejo mundo, fue húngaro, tanto el original como el que Bela Lugosi hizo famoso en Hollywood. La forma formal de decir hola, se traduce como “Beso vuestra mano” y los meseros se presentan diciendo “ordéneme lo que guste”

Uno se maravilla mucho de cosas con el idioma húngaro o el checo, por lo únicos que son. Pero resulta que de no haber sido por América, el español habría sido casi igual de curioso, probablemente descrito como algo que se parece al italiano. Las implicaciones de esto son enormes ¿O no?

Bien lo dice uno de mis libros favoritos: One must also be Hungarian.

En Instagram llevo un fotolog bien spammer de cada ciudad. Si tiene cuenta o si se anima a hacer una, mi usuario es moteconhuesillo. También las tuiteo (hence lo spammer), en Tw mi usuario es @SolentinameIsla

Y vos, ¿qué pensás?