Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Tschüssie, liebe Cornelia

Yo ya conté aquí las congojas que pasé el día que llegué a la que ha sido mi casa estos dos meses. Mi verdadera casa. Tan a gusto me siento aquí, que ya mi cuarto se ve como el mío en Costa Rica: como si le hubiera pasado un huracán por el medio, con promesa diaria de ordenamiento.

Este apartamento, en Lohmeyer 14, Charlottensburg, es de verdad, el lugar que en Alemania llamo casa, a donde quiero llegar en las tardes, donde me siento tranquila, segura, protegida, feliz.

Y Cornelia tiene mucho que ver con eso. No solo con ese primer día sino con todos los días que siguieron. Aunque no es parte de lo que le exige el Goethe, todas las mañanas me invitaba a un café al desayuno, si hacía algo de cenar, también me esperaba para comer. Siempre sacó el tiempo para hablar conmigo, con una paciencia franciscana, de esas que se necesitan para tratar de entenderle a alguien que recién está empezando a hablar otro idioma.

Yo la debo haber impresionado como alguien callada, prudente, respetuosa y tímida. Yo traté de explicarle que normalmente la gente se quejaba de cómo yo no podía mantener cerrado el pico o del calibre de las barbaridades que me podía soltar a decir. Quería decirle que en español, modestia aparte, yo soy parlanchina, irónica, sarcástica, divertida, que mi conversación está llena de colores, de brincos, de pausas, de efectos. Que soy buenísima contando chistes. Que de buen  humor puedo ser un fiestón completo. Y que sí, que a pesar de todo soy tímida.

Cornelia me adoptó y me llevó a conocer su jardín en el norte, estuve en su fiesta de cumpleaños, en el cumpleaños de su hijo, en todas las actividades que ella tuvo en estos dos meses que estuve aquí.  Me llevó a una reunión de sectores de gobierno de su trabajo (en el Ministerio de Ambiente alemán), a una actividad de baile, vimos películas alemanas con subtítulos y me enseñó un poco del dialecto que se habla en Berlín.

Me dio libros de viajes de todas las ciudades que quise conocer, me dio recomendaciones, me abrió su corazón y yo, de metiche, la aconsejé. Me guió el día que tuve una bronca en mi oficina, cuando me enfrenté a las autoridades de migración, cuando estrené maestra nueva, con cada pregunta rara que tuve de las generalidades de la cultura alemana.

Me corrigió con mucho respeto y dulzura mis miles de errores gramaticales. Estas dos últimas semanas, me ha venido diciendo lo orgullosa que se siente de lo mucho que he avanzado, de cómo ahora hablo tanto y tan bonito.  Me escuchó.

Se interesó en mis cuentitos, en mis historias. Ahora tengo que traducir los berlinescos, incluida la Carta a Eli, porque ella quiere leerlos. Y no es que tengo.  También quiero hacerlo. Tengo curiosidad por ver cómo quedan. La mejor amiga de ella trabaja en un periódico, y constantemente están en la búsqueda de historias de Berlín, vista a través de muchos ojos. Cornelia no ha leído mis tonteras, pero con ese optimismo que la caracteriza y con mi traducción primitiva del asunto, dice que está segura que serán perfectas para lo que el periódico busca, jejeje.

Conocí al novio (Gabrielito, el campanudo), a Ini y Achim (los tíos), los papás, el ex esposo (que es un amor), el hijo, la mejor amiga, el compañero de baile, a todos. Y me regaló sus historias. Yo le enseñé videos del programa de tele y se moría de risa de verme tan hablantina y tan diferente, con el pelo recogido, traje de señora y maquillada. Le mandó el link a toda la muchachada.  Le conté de estas Alamedas, de los cuentitos, de las historias, de Marcelo, de mis cosas.

Las veces que yo eché mano a la cocina, comió con gusto y sin quejarse, hasta invitando a los amigos, anunciándoles delicatessen típicas costarricenses, cuando en realidad yo de imprudente cocinaba mis inventos de cocina fusion centroamericana, como mi famoso risotto tres hongos de cous cous, que siempre declraba super sabroso y se servía tres veces.

Nunca la vi de mal humor. Y cuando estuvieron los tíos y los papás aquí, me impresionó ver una dinámica familiar tan diferente a la de la casa de mi mamá. Todos se despertaban de buen humor, contentos, riéndose siempre. La risa, la risa natural, la que brota de estar contentos, de contar cosas bonitas, estuvo siempre presente.  Me recordó aquello de que es posible tener una vida bonita, viendo las cosas distinto. Algo que a un pesimista de carrera, a veces le cuesta entender.

El jueves nos despedimos. Ella tenía que ir se viaje a tel Aviv por dos semanas. Me dijo que para no ponerse triste, iba a hacerse a la idea de que yo iba a regresar a Berlín. Me hizo prometerle que vendría de nuevo, que le escribiría en estas dos semanas, que la tendría al tanto de mis travesuras.

Me regaló un libro precioso, que espero me alcance el alemán para poder leerlo. Se llama «La ciudad detrás del muro», una novela ambientada en el Berlín occidental amurallado y lo que pasaba al otro lado de la pared.

Yo quería darle un abrazo fuerte fuerte, en sustitución de lo poco fluido que puedo usar el idioma para expresarle lo que siento. Pero los alemanes no son buenos para dar abrazos y me di cuenta que le costaba mucho. Entonces no insistí. Tal vez fue mejor, porque yo soy pésima para las despedidas y en la de menos hubiera hecho una escena de intensidad latinoamericana poco apropiada para el momento.

Entonces el viernes, que ella se iba muy muy temprano, yo también me levanté temprano y la acompañé a desayunar y la fui a despedir a la puerta cuando ella se iba para al aeropuerto. Estaba muy agradecida conmigo. Y yo, con ella.

Sin que ella se diera cuenta, le metí una tarjeta de agradecimiento en la maleta y ya me escribió diciéndome que la encontró y que le gustó mucho.  He venido comprando muchas tarjetas más, para dejarlas en la cocina, en la mesa del comedor, en mi cuarto, en la sala, dándole nuevamente las gracias; así de sorpresa.

Ella no solo me hospedó. De verdad que me asumió como si yo hubiera estado aquí toda la vida. Muchos de mis compañeros no tuvieron la misma suerte. He escuchado historias de horros de caseros góticos, caseros que no le hablan a los estudiantes, caseros que se portan abiertamente cabrones… así que tengo clarísimo que lo mío ha sido de mucha suerte.  Tal vez por eso es que Berlín y Cornelia se quedan en mi corazón. Jamás pensé que una ciudad pudiera sentirse tan intensa como Santiago de Chile. Pero estaba yo equivocada. El cariño y no los milagros debe ser lo que de verdad multplica los peces, los panes y los amores por ciudades lejanas.

A punto se salir por la puerta, me dijo una cosa que me conmovió muchísimo y me sacó las lágrimas:

«Gracias por iluminar mi vida»

Y yo, que aun tengo que estructurar todo lo que digo primero en la cabeza antes de conectarla a la lengua, no me dio tiempo para decirle

«Gracias, de corazón. Vos hiciste conmigo exactamente eso mismo»

3 gotas de lluvia en “Tschüssie, liebe Cornelia”

  1. marcelo dice:

    Pues que alegría que pudieras comprobar en carne propia que el estereotipo que se maneja de los alemanes es exactamente eso: un estereotipo.

    Contrario a lo que la mayoría de la gente supone, quienes hemos tenido oportunidad de vivir en Alemania por algo más que una frivolidad, damos fe que en general son gente muy afectuosa y que sí, se ríen mucho cuando la ocasión lo permite.

  2. Terox dice:

    Qué bueno es poder conectar así con otro ser humano, por encima de culturas, lugares, condiciones…

  3. Dean CóRnito dice:

    Qué envidia, de la buena. Qué lindo relato, y qué buen recuerdo le vas a dejar a Cornelia cuando se lo traduzcás. Por ser así como te describís, y por despertar en la gente sentimientos como los que tiene Cornelia hacia vos, es que te escribí el Auf Wiedersehen en mi blog. No me deja de impresionar tu habilidad para hacernos pasar de la risa a carcajadas a la reflexión profunda y luego al sentimentalismo en cuestión de pocas líneas.

Y vos, ¿qué pensás?