Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Si yo tuviera un corazón

Y qué si el Caminito es una trampa para turistas? Y qué si es la única parte linda del barrio de la Boca, la única que se pinta de colorines y se visita? y qué si en cada tiendita te quieren vender lo más representativo de la Argentina hecho en China? Y qué si en cada restaurante y en cada esquina hay una pareja bailando tango para atraer el público? Igual me gusta caminarlo y recorrerlo y pensar en Mimí, en lo que le gustaba el tango y en un cuadro viejo que tenía en su casa en Barrio México, frente al Liceo. Eran muchas casitas de muchos colores. Y una pareja bailaba, él de sombrero fedora negro y ella de medias de malla. Era una representación del Caminito, del barrio que se convirtió a la palabra arrabal en sinónimo de bohemio, no de pobreza o de putero.

Anoche me estaba hundiendo. La falta de costumbre al invierno hace de esto una odisea, el ponerse el abrigo, los guantes, la bufanda el sombrero. No dejarlos perdidos. Acostumbrarse al peso. No verse la piel varios días seguidos salvo en la ducha. Este silencio, que ya se me hace un poco largo. No encontrar un lugar donde la comida no me caiga mal. Un piquete que me encontré en el codo, que no ve el sol hace casi una semana y que me hizo sospechar de alguna pulga producto de mi fraternidad con perritos callejeros.

Y me desesperé un poco pensando si en Alemania me tocaría pasar por lo mismo, pero por dos largos meses. Y entonces ese futuro, además de frío, se veía muy negro. Hasta me dieron ganas de decir «Bueno YA! que le den la beca a la chiquilla envidiosa de primer año de la U que yo no quiero ir hasta Berlín a comer mierda»

Pero hoy, en un taxi, íbamos escuchando radio. Y pensé que una cosa es estar en un hostal del centro, como yo, y otra muy diferente estar en un barrio, con pulpe, panadería, frutería, supermercado. Poder ver tele, leer todos los días el periódico, buscar la estación que más te gusta, irte enterando por los demás como funciona la cosa. Me acordé que Marce me contó que lo primero que hizo al llegar a Alemania por 4 años, fue comprarse un radio. Que en el instituto me recomendarán dónde comer, dónde comprar, los lugares a visitar. Y tal vez tiene razón Marce que terminaré siendo amiguilla de mis compañeros de clases o de la gente de la firma de abogados donde voy de practicante.  Y entonces no seré una turista desubicada. Tampoco una berlinerin, probablemente, pero no me sentiré- espero- tan fuera de casa.  Vi fotos de lo que presumo será mi residencia a partir de finales de agosto. Se ve idéntico a las escenas de «Das Leben der Anderen»

Luego a la Avenida Santa Fe, de cabo a rabo. Almorzar una milanesa de berenjena con papas fritas. Y extrañar mi país, mi casa, mi pareja. Buscar botas y ropa, pero en este país, las mujeres no tienen cadera. las que son altas, son proporcionadas, es decir, no tienen el síndrome mío a lo Mark Phelps con brazos demasiado largos. Y tienen patas de princesas chinas, sin juanetes. Ninguna de las botas que me probé me quedan. Así que para el shoppin, me quedo con gringolandia, donde hay tantas mujeres tan desgarbadas, gigantonas y desproporcionadas como la que escribe. Hasta talla propia tenemos: Long o Tall. No suena tan bonito como petite, pero algo es algo.

Aquí también hay gente que duerme en la calle. Hoy, que estuvo muy helado, vi varios chiquillos descalzos, pidiendo que les comprara algo de comer. Vi una chiquilla de unos 12 años, sentada en el piso, con un bebé como si sobrino en los brazos. Los dos apenas vestiditos con un buzo viejo y sucio. Ella se mecía rítimicamente, como al borde. Pensé porqué me impactan ellos y no los homeless que ve uno por ejemplo en los Estados Unidos. Tal vez es porque viendo a ese bebé, pienso en mi sobrino y espero que esté en su casa, haciendo loco y gorgoritos de pajarito. Tal vez es porque los homeless gringos, casi todos, parecen estar loquitos. Ya perdieron el contacto con la realidad.  Y son adultos. No niños.

Mi remedio contra la soledad: me fui a encerrar a una librería enorme, a ver libros de todo tipo. Me encanta leer los títulos, abrirlo y caer en cualquier párrafo, darme cuenta de todo lo que me falta por leer, disfrutar de una librería con libros de verdad y no con puros libros de autoayuda new age o libros de adorno para las mesitas de té. Antes yo decía que había leído mucho. Ahora me gusta ver todo lo que me falta por leer.  Salí con un librito en la mano: El lector, muy recomendado por alguien que lee mucho y en la otra, una película de Titanes en el Ring.

Mañana regreso a Santiago. Y el domingo, a mi vida.

Y vos, ¿qué pensás?