Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Carta de Platón

O de cómo Diógenes comes back to the Anchas Alamedas with a vengeance!

Te decía, Kostas, querido amigo, que no entiendo porqué, un hombre que evidentemente tiene y usa su raciocinio, me odia. Y no me acuses de imaginarme cosas. No es idea mía. Es un hecho probado, que he visto, vivido y padecido. Otros que también lo han visto, me lo han comprobado. Atenas entera sabe de las groserías y las insolencias de Diógenes y sus intentos infantiles, envidiosos y futiles de demostrar – según él, pobre viejo- que mis ideas son basura, que yo- te imaginas? YO!- soy el equivocado.

Lo conocí hace pocos meses, cuando el atrevido entró sin invitación a mi casa e interrumpió una de mis charlas. Ante el salón lleno de amigos y pupilos, me increpó:

Tú… eres Platón? El filósofo? el que dice que el hombre es solo un bípedo sin plumas?

Sí- le respondí, sorprendido de que hubiera puesto atención a mis enseñanzas y hasta dispuesto a aceptarlo si en realidad lo impulsaba el deseo de aprender.

Y entonces Diógenes, en medio de todos nosotros y de mis ojos asombrados, lanzó al piso a un triste pollo desplumado y gritón.

He aquí el hombre de Platón– le dijo Diógenes a mis estudiantes.

No podría describirte el silencio y el pavor de todos y el olor agrio de su ofensa al sentir que Platón, los comparaba con aquella cosa, ridícula, pequeña y que cacareaba el desnudo de sus plumas.

Por su culpa y su necedad, he debido cambiar mi definición y, en consecuencia, mi concepción del hombre y de la vida. Por ese viejo necio y loco, la filosofía helénica se modifica. He pasado noches enteras dilucidando, corrigiendo y escribiendo los nuevos preceptos y creo que esta versión soportará los ataques de Diógenes. Te la envío adjunta para que te enteres, me comentes y me des tus ideas al respecto. En resumen te adelanto que le he agregado que el hombre, además de ser un bípedo sin plumas, se distingue por sus uñas anchas.

Ya decidí que a mi casa simplemente no puedo dejarlo entrar de nuevo. Bien sabes, Kostas, que soy un hombre sencillo, y que mi casa es tan sencilla como lo soy yo. Solo un capricho me permito: mis alfombras. Las amo porque su belleza, han llegado a mí desde las tierras más lejanas, adornan mi casa y llenan de alegría mi alma. No podría yo querer más a un objeto inanimado, pero hay algo más en ellas, su esencia o algo. No hace falta que te lo explique, porque tú lo sabes de sobra.

Pues Diógenes, el insolente, ensució mis alfombras con sus porquerías, igual que un perro callejero. Nadie pudo vencer el asco para impedirlo y sé porque lo sé y no me digas de nuevo que me ando imaginando cosas, que Diógenes disfrutó mucho de humillarme al hacer eso.

Vean lo que hago con el orgullo de Platón-decía, no sin cierta alegría.

Yo no le pude decir nada. Le debí haber dicho algo, mostrarme superior, mejor, cuerdo, ciudadano, algo como “Sí, Diógenes. Las ensucias, pero con orgullo de otro tipo”, pero como suele suceder en esos casos, lo pensé demasiado tarde. Mis bellas alfombras estaban arruinadas.

Pero eso, Kostas, no le ha bastado a Diógenes. No puedo impedir que me escuche cuando enseño, sobre todo si es en plazas y en parques y además guardo la esperanza secreta que mis palabras le muestren el camino correcto y le ayuden a salir del laberinto de su locura. No recuerdo en cuál templo, estaba yo explicando que en la realidad, el movimiento no existe y que es una ilusión, explicando y exponiendo las pruebas fehacientes que comprueban lo que digo.

De repente, Diógenes empezó a bailar a mi alrededor, como un poseído, contorsionándose de una forma espantosa. Miraba hacia el cielo y se reía de contento y me desafiaba:

Dime, Platón, ¿qué es esto que estoy haciendo? Bailando, sí… y lo hago horrible. También, sí. ¡Brillante! Y dime, qué es el baile si no ese movimiento que predicas que no existe?

Diógenes, mi querido Kostas, es un pobre diablo. No tiene amigos que lo protejan, los políticos le cobran sus ácidos comentarios y sus desprecios. Mientras todo Atenas come bien y cada ciudadano tiene leche y pan y miel y carnes sobre su mesa, me han dicho que Diógenes come desperdicios, lo que se encuentra en las calles y en la caridad de manos ajenas y lava lechugas en los baños públicos. Al principio no lo creí y quise ir a verlo. Era, tristemente, cierto.

Ves Diógenes? si le hubieras rendido tributo a Dionisio el tirano, no tendrías que lavar lechugas– le dije. No fui mordaz, te lo juro. Le hablé desde la compasión de filósofo.

Ni siquiera se molestó en levantar la vista o suspender lo que estaba haciendo. El agua oscura le corría en hilitos por los brazos:

Si tú, Platón, lavaras lechugas, no tendrías que pagar tributos a Dionisio.

Cuando le conté este incidente a los demás, Aristipo- lo recordarás bien, aquel de la lengua rápida y las alabanzas fáciles, que ahora está en la corte de Dionisio- me dijo que él también se encontró a Diógenes comiendo un triste plato de lentejas que encima debe compartir con sus tantos perros. Sin saber lo que le esperaba, y le recomendó, de buena fe, dejarse de rebeldías y aceptar el poder de Dionisio:

Si tan solo aprendieras a adular a Dionisio no tendrías que vivir solo de lentejas– le dijo.

Pero si tú pudieras aprender a vivir solamente con lentejas, no tendrías que adular a Dionisio. Adivina qué escojo.

Ya ves Kostas, la clase de tipo al que nos enfrentamos. Si no fuera que debo mantener esta idea de que soy sabio y compasivo, diría sin pensarlo mucho que es una legítima peste. Dime, Kostas, En tu vida, en tu experiencia, te has encontrado con algo parecido? Has hecho algo al respecto? Tienes algún consejo, alguna sugerencia, viejo amigo? Debo dar la lucha o aguardar en silencio? Si las cosas siguen así, es posible que en el futuro lo recuerden a él como el filósofo y a mí, a Platón, como el loco orgulloso del laberinto de alfombras sucias que vendió su alma por negarse a comer simplemente lechugas.

Un abrazo fuerte,

Platón

6 gotas de lluvia en “Carta de Platón”

  1. marcelo dice:

    Ah… mirá, ya decía yo que algunos retóricos modernos que circulan por nuestro medio nacional me recordaban a alguien 🙂

    ¿Has escuchado «The Modern Adventures of Plato, Diogenes and Freud» de Blood, Sweat and Tears?

  2. Floriella dice:

    Fascinante, como siempre, Solecita. Ya extrañaba la saga de los filósofos (en especial a Diógenes, que es mi favorito)

  3. Humo en tus ojos dice:

    Vaya vaya…que hay cosas que han sido así desde hace muuucho tiempo… y todavía nos parece sospechoso el juego del poder!!!
    Bien por el regreso de Diógenes!

  4. Maria dice:

    A veces hay que ser un Diógenes para poder vivir con dignidad…

  5. yuré dice:

    Recuerdo varios «primeros hombres de Platón» dando vueltas (movimiento) en un horno, ensartados como churrascos… eran los suculentos humanos primigenios Pipasa.

  6. Rigo dice:

    Que bueno!!

    Te felicito!!

Y vos, ¿qué pensás?