Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Sole va a misa

Después de mucho tiempo y por un compromiso de cariño al que no podía decirle que no.

Traté de sentarme atrás, pero me pasaron más bien al medio. Me puse mascarilla para que no se me viera la amargazón y también para cuidarme. Fui la única.

Desde que me senté, empecé a recordar los viejos mecanismos para desconectarme, para no oír nada.

Eso sí, yo no me hinco ni me persino. Yo asisto, pero no participo.

Llevo tanto tiempo de no venir, que lo veo todo como si fuera nuevo. Los ritos, el orden de las cosas, el báculo, la mitra. La danza de un grupo de hombres, gestos que ellos mismos reconocen como milenarios.

Empiezo a contar los mosaicos del altar a la banca. 20. No hay que subir los pies en el reclinatorio, porque ahí se hinca gente. 20 de regreso, contando hacia atrás, siguiéndolos con los ojos. La cantidad de bancas. La cantidad de gente. A los  8 años trataba de contar mentalmente la cantidad de pelos en la cabeza de la persona de enfrente.

El celular debe haberle añadido mucha dificultada a la misa. Al inicio piden que lo apaguen o lo pongan en silencio. Yo sé que el mío no lo puedo ni volver a ver porque sería una falta de respeto.  “Pato, el trabajo de los demás se respeta. Usted no hace esperar a la buseta. Usted no deja ropa tirada en el piso para que se la recoja alguien”. Otros no piensan lo mismo y pasan la hora entera mensajeando.

El señor de la música me sorprende. Canta, toca, maneja el pedal, las pistas, la Tablet, todo al mismo tiempo. Además está atento a los gestos del cura para saber qué hacer en cada momento. Me pregunto qué hace cuando no atiende la música de la iglesia. Quiero pasar al final a felicitarlo, porque he ido aprendiendo la habilidad que implica hacer lo que está haciendo.

La memoria retiene los rezos. Ya no son en vosotros. Se actualizaron. Trato de concentrarme en el sonido de la voz del obispo, lo joven que está. En el cura que se nota que hace ejercicio y es vanidoso con su ropa, con el corte de pelo, con el reloj de oro. Cuándo habrán sabido que querían hacer esto.

Cuento la cantidad de personajes en cada estación del vía crucis. Son chinos, hay distorsiones en las proporciones. Pensé que siempre habría 4, pero no. No hay un patrón. No puedo contar los que están detrás mío.

Hablan del Papa Francisco y se me llenan sin querer los ojos de lágrimas. En la homilía recuerdo las palabras de Rudy, de cómo muchas veces hay que perder para ganar algo. Pienso en todo lo que he perdido en estos años y cómo él tenía razón.

Les hablan de lo difícil que es ser cristiano en estos tiempos, de cómo la confirmación es un sacramento que la gente asume en una edad en que deciden por ellos mismos, que es para darles el espíritu de lucha. Que tengan la certeza que Dios siempre estará con ellos, que lo pueden llamar en cualquier momento, que nunca están solos.  Me pregunto si ellos entenderán los compromisos que están asumiendo. Quieren vivir como Cristo? Yo no. No me alcanza. No puedo.

“mamá, vos crees en Dios?” No. Pero después de sobrevivir dos veces a un cáncer, a una quimio, de tenerte conmigo, es difícil no creer. Intento, pero no puedo.

Esta Iglesia debe tener señoras que ayudan con la decoración. Saben cuáles telas comprar, cómo acomodarlas. Ahora hay un arreglo morado y amarillo, con ramas secas, una corona de espinas y en el centro 3 clavos enormes. Los tienen que haber comprado en la ferretería. ¿Serán para techos?. Solo alguien con buen gusto puede haber armado esto.

Los ateos casi siempre se sienten superiores a los demás, como si su condición fuese producto de sus lecturas, de su conocimiento de su cultura. En cambio yo, siempre he sentido una mezcla de envidia y resentimiento por esta incapacidad de sentir fe, porque veo lo que hace para otras personas.

He intentado muchas veces, pero simplemente no está ahí. No siento nada diferente. No me siento acompañada. No siento esas fuerzas. No puedo descargar en nadie. Solo el abismo. Hace poco leí que la fe podía estar relacionada con algo genético y eso me dio un poco de consuelo.

Veo el Cristo crucificado, ensangrentado, su cara de dolor. “Yo prefiero no pensarte así, sufriendo”

Pensé que ahora la gente daba la limosna por Sinpe, porque hay un rótulo invitando a depositar por esa vía para evitar el uso de efectivo. Otro efecto de la pandemia. Sin nadie que te juzgue de cuánto das, probablemente bajo muchísimo. Hasta que ya dan la bendición final y el cura se devuelve: «Me van a cortar el rabo: olvidé hacer la colecta»

Tenés mucha suerte de tener fe, de creer , de que esto te llene, de sentir esa presencia, ese apoyo. Yo, a los 16 años, ya no quería seguir viviendo.

Y vos, ¿qué pensás?