Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

134 contagios, 2 muertos

Anoche soñé que me vestía para ir a trabajar. Que era flaca otra vez y me podía poner una enagua recta y una blusa de seda  ancha que tenía un diseño de un pavo real.

Pero otra vez me desperté a las 3 30 de la mañana, a pesar de las gotitas.

Y luego lo mismo: ejercicio, desayuno, baño. La rutina. Para marcar el domingo no me senté en mi oficinita, sino en la sala.

A las 10 tuve que ir a dar vacaciones a un grupo de gente. Cada vez que me queda más claro que nunca habíamos vivido algo así. Nunca. Ayer me Mauro me dijo que estábamos en guerra, pero luego Gaby dijo algo muy cierto: el virus no mata a nuestros hijos, no viola a la mujeres, no incendia ni destruye las casas.

Pero el escenario es dantesco. Quisiera creer más en las autoridades. Tengo esa necesidad infantil de creer que son capaces, que están haciendo lo mejor posible, que saben. Ayer, como una viejilla, me puse a pensar en la falta que hace un Jorge Manuel Dengo. Me preocupa que la gente a cargo son los mismos chiquillos de la UPAD. Me preocupa engañarme y creer, desde mi casa, que todo el mundo está haciendo caso.

Me preocupa el dolor del peor escenario de 3 mil o 4 mil muertos y cómo quedará el país después de eso. Me preocupa que muera Eduardo, que me da trabajo y es fumador. Claudio que es fumador. El egoísmo de los demás. Y trato, de verdad, de ir un día a la vez y no emocionarme por cosas pequeñas y pedir, en mi cabeza, que todos hagamos caso.

Es raro, en estas circunstancias, no rezar. Pero nunca he encontrado consuelo en eso y ahora otra vez envidio a la gente que sí lo tiene. Quisiera  rezar por paciencia, por paz mental, por bondad, porque aparezca rápido un medicamento.

Las imágenes de los camiones de la Guarda Nacional gringa yendo hacia las grandes ciudades me aterran. Estados Unidos se ve cada vez más como Gilead, una pesadilla. Trump cada vez más imbécil, todo cada vez más irreal.

Trabajar frente a la foto de mi papá me recuerda lo que pensé cuando tuve cáncer. Morir no debe ser tan malo. Lo vería a él, si es que está del otro lado o hay otro lado. Además, ayer en alguno de los muchos artículos que leí, vi que la muerte por Covid es súbita, en medio de la fiebre. Ni cuenta te das. Otra vez una pequeña paz. Porque a lo que le tengo miedo es a sufrir.

Hablé con M un rato pero no puedo hablar de esto sin llorar. Y me dijo que estaba bien. Que había que llorar. Que esto era algo nunca visto. Que llorara en paz. Me reiteró que sí tengo el temple para resistir.

Y me recordó lo de la cuarentena: una rutina. Levantarse, bañarse, vestirse, hacer ejercicio, marcar tu día en partes, para evitar una depresión profunda.

Cuando volvió a la casa, Pato estaba dormido y Marce me dijo que tenía 37,2. Llamé aterrada al médico. Pero no, fiebre es 38. Lo dejamos dormir porque sé que ha pasado malas noches.

Me di cuenta además que al escribir aquí confundo el hoy con el ayer. Lo cierto es que escribo de lo que pasó ayer en todos los casos, pero a veces lo digo como hoy. Se me cruzan los días. Debe ser el efecto de las vacaciones, cuando ya ni sabés si es lunes o miércoles.

El almuerzo lo hice yo. Un amigo me pasó divino, instrucciones para la receta. Quedó muy bueno.  Couscous con una salsa de pollo y vegetales.

Pato y yo fuimos al parque, caminamos un ratito hasta que se cayó y se rompió un poquito la manita. Espero que la autorización del Ministerio de ir a hacer ejercicio no haya provocado que la gente se tirara a la calle.

En la tarde no pude más y me dormí, sin ayuda casi 3 horas, hasta las 7 de la noche.

Al dormir a Pato, cantamos y además le conté de Fidel, de Cuba y de los médicos que están llegando a España a Italia. Le dije además, que la canción favorita de él había sido El Pueblo unido jamás será vencido. Y que su Waweli y su Nonna lo habían conocido cuando eran jóvenes y Fidel había ido a Chile. Quedamos en que a la mañana siguiente le mostraría una foto.

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Y vos, ¿qué pensás?