Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Dos meses

El 22 de mayo, Pato cumplió dos meses de haber llegado a la casa. Se me ha hecho eterno. Es como si siempre hubiese estado aquí con nosotros.

Ya dice más cosas con su voz de bebé: hola. Chau. Mah-ta (que lo cuida durante el día), gacha (gracias). Oigo como Marta le repite una y otra vez la misma palabra hasta que él intenta repetirlo y yo me pierdo en mis laberintos mentales: Pato aprenderá a hablar usando lo que hablo yo como modelo. Es decir, aprenderá a hablar como se hablaba hace 40 años. A la vez, yo aprendí de mi abuela, o sea lo que se hablaba hace 80 años. Cuánto ha evolucionado el lenguaje? En qué momento adquiere ese hablar de los niños modernos, de las personas jóvenes? A qué le sonará la voz? Cómo sonará cuando se enoje?

Una conocida de la U me ve con Pato en los regazos y me preguntá si es mi hijo y también me pregunta, DOS VECES, cómo se llama. Trato de decírselo con paciencia: Patricio. Me dice “Qué valienta vos! Yo por lo menos ya voy saliendo de eso” ¿Valienta, yo? A ella se le olvida que yo conozco al ex esposo y padre de sus hijos. Valienta vos, que te reprodujiste con ese animal.

La gente me dice que estoy en medio ajuste. Que la tormenta no termina de pasar. Que la cosa mejora. Que es un ratito. Yo lo que sé es que esto es lo más difícil que he hecho en la vida. Nada, nunca me había costado tanto. Nada que me importara, por lo menos.

Esto es algo que no puedo simplemente dejar tirado. Hay días que es como el mito de Sísifo. Hay días en que es como arar en el mar. Antes me sorprendía la cantidad de parejas que se separan cuando alguno de sus hijos está pequeño, con menos de dos años. Ahora no me extraña: la presión que esto pone sobre la vida de las personas y de su relación con los demás, es impresionante. Y en particular, la mujer, siente y sabe que ella no tiene opción de salirse. Muchas veces no quiere. Pero saber que no puede es algo perverso y tremendo.

Estoy tratando de dormir a Pato. El se sienta y me pone el chupón en la boca. Coge un libro, siempre al revés y empieza a leerme un cuento. Pone el libro de lado y me pasa la manita por el brazo y me canta, para dormirme: aha, aha, aha, ah. El ritmo que me cantaba a mi Mímí. El mismo que le canto a él.

Los fines de semana, vamos a la piscina. Vamos de un lado a otro durante una hora, en distintas versiones y posiciones de alzado. A veces, en el flotador. Pato se tira desde la banqueta feliz, sonriendo, confiado en que no le voy a fallar. A mí me tomó casi dos años, ya vieja, animarme a tirarme desde arriba. Pato no es valiente. Pato confía porque quiere sin miedo y espero yo, se siente querido.

Fuimos a Tres Ríos a hacer mandados. Fue un caos. Pato aun me queda muy bajito como para llevarlo de la mano y está muy pesado como para llevarlo alzado. Avanzábamos a la velocidad de la tortuga habladora. Paró a conversar con un borracho, quería entrar a todas las casas, paró a ver todas las ventanas. Pasamos a la farmacia y corría de un lado a otro. Pasamos al super y no recuerdo cuántas veces repetí: No. Venga. No toque. Por ahí no. Camine. Vamos.  Cuando llegamos a la casa, simplemente me brincaba el párpado. De ahora en adelante, sale solo con arnés de seguridad, aunque la gente nos vea feo.

Al día siguiente, debidamente perrificado, fue por su primer corte de pelo al mall de Desamparados, con mis dos sobrinos escoltándolo. No lloró. La madre-yo- no supo qué significa que le pasen la máquina uno. Creo que quedó igual que todos los otros chiquitos que llevan ahí a cortar el pelo, porque es una maquila de un mismo estilo. Quedó como el Tío Lucas con guardapiojos. La próxima, vamos a otro lado.

De casualidad nos encontramos a mi padrastro en el consultorio de un amigo médico. No conocía a Pato porque yo no quiero que Pato vaya a la casa de mi mamá. Cuando mi mamá le contó a él que Pato venía, habló mierda de los niños adoptados, como si fuera asunto de él o a mí me importara lo que dice. Además, la única experiencia de adopción en su vida, fui yo. Lo quiso alzar. Me dijo que es bonito.  Pato le sonrió y se portó encantador. Dice mi hermana que después pidió, por primera vez, ver fotos de él, porque es muy lindo. Yo no sé qué pensar, solo sé que no me siento a gusto. Sé que Pato le parece bonito porque es blanquito, de ojos claros, casi machillo. Hay resentimientos y heridas que nunca se cierran.  Y aun así, a Pato le dije “Mirá Pato, él es mi casi-papá. Vení, vamos a saludar”

Tal vez fue ver a mi padrastro, pero algunos fantasmas volvieron. La sensación de la obligación de no hacer problema, de no estorbar, de procurar hacerlo todo yo sola. Los recuerdos, no como fotos ni películas, sino las sensaciones, los sentimientos. Y al final del domingo, un ataque de pánico.  El temor del rechazo. La confirmación de rechazo. Y no son cosas mías. Mi mamá me llama y arriesgándose a que le diga que no se meta, me «aconseja» no descuidar a Marcelo, chinearlo, buscarle su espacio, porque muchas veces los hombres se ponen celosos y resentidos cuando hay un chiquito, aunque sea tan lindo como Pato, me dice.

Pato dice mamá, pero no me lo dice a la cara. Lo llora cuando me voy en las mañanas. Lo grita cuando oye llegar mi carro. Lo dice cuando se despierta en la noche. Me llama cuando no soy yo la que le está dando de comer. Cuando se queda encerrado en el cuarto o en el baño. Pero cuando le digo “Decí Mamá” siempre, sin falta, me dice “PAPAAAAA!”

Ha empezado además a probar los límites, en particular conmigo. Simplemente no me hace caso. Aplico la técnica de condicionamiento de Skinner y le hago posiciones de poder para imponer la autoridad. Ahora imita mi cara de enojada y pega las cejas como el águila de los Muppets. Me cuesta mucho ponerme seria.

Pasa ocupado todo el día, en sus propios proyectos. Da la impresión de que siempre está yendo a hacer algo nuevo, muy intencionado, con un plan. Se mete todo lo que le llama la atención en la camisa. Cuando se va a bañar en la noche, al quitarle la ropa, todo se desparrama en el piso: una tapa de botella, un tuquito, una vaca de juguete, una hoja robada a una hormiga y varias galletas. Observa todo lo que cae con atención, para asegurarse que no le falte nada. Se antoja y se agacha a comerse una de las galletas añejas.

A veces lo abrazo solo para sentirlo cerquita mío. huele a la parte linda de mi infancia, a una llena de sol en la mañana, gomitas de la Botica Solera, confites de mora de El Rayito, gofios del mercado, tortillas palmeadas, de mi abuela. Mi Patito huele a manzana rosa

Una gota de lluvia en “Dos meses”

  1. Gabriela dice:

    Se me salieron las lágrimas, de emoción primero, de rabia después y de felicidad por ustedes tres al final.

Y vos, ¿qué pensás?