Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

«Restricted access», my ass

Reporto desde el privilegio ajeno: Un socio del Patán tiene apartamento en uno de estos resorts guanacastecos y en un ataque de generosidad casi nunca visto, me lo prestó y acepté después como de 3 años del ofrecimiento

Yo pensaba que las casas de playa eran aquellas que se hacían con acabados muy básicos, se amueblaban con lo que sobraba y todos dormían en colchoneta, con el ventilador a toda chancleta.

El apartamento, resultó ser una mansión enorme, de tres cuartos, cuatro baños, tres de ellos con tina, cocina gigante equipadísima, aires acondicionados y electrodomésticos nuevos. Califica de lujoso aquí en la costa o en una torre en el oeste de Chepe. Es tan grande, que como diría mi jefe, podríamos perseguirnos chingos por todo el apartamento hasta cansarnos. Podría acostumbrarme a esto. Pero no puedo. Por un lado, porque este ”apartamento” es más grande que mi casa y por un momento, me da vergüenza de pensar lo orgullosa que me sentía de mi casita, que ya no es tan nueva, pero que al menos es mía, que a la par de esto parece la casa de los sirvientes de una novela mexicana.

Desde que llevamos no he parado de torturarme pensando cómo agradecer esta generosidad, con qué regalo devuelvo las llaves, algo elegante pero no muy caro que evidencie que por gusto no pagaría jamás lo que cobran por venir aquí, pero que agradezco el gesto, porque nos ha hecho bien el cambio de escenario, los aguaceros y el silencio. Creo que ya lo tengo resuelto.

Hay una piscina pequeña y un jacuzzi para esta parte del resort y otra más grande en el beach club, donde hay que ir en carro y no hay shuttle disponible.  Hay elevador, lavadora, secadora, play station, 4 teles, aire acondicionado en cada cuarto  y parqueo bajo techo. Hay, ojo a esto: ¡triturador de basura y lavadora de platos!

Mis intenciones de convertir esto en un fin de semana de ímpetu deportivo se van rápidamente a la mierda. Nadie sabe cuánto mide la piscina y me reconocen que nadie les había preguntado eso nunca, tiene agua caliente y salada. Está hecha para remojarse y flotar,  pero no para estar activos. No voy a nadar en aguas abiertas, porque no me gusta la sal ni el mar ni la arena ni el pegoste y sospecho de previo de todo mar aunque no se vislumbren olas. No me gusta esta playa ni ninguna y nadie me tiene de muerta de hambre aceptando cosas de regalo.

Marcelo me recuerda que rara vez una piscina de un hotel de playa va a tener distancia o delimitación de piscina semi olímpica y que lo que yo quiero se parece más a un spa de esos alemanes, austríacos o de los Alpes Suizos, de los que les dicen “Bad”. O sea, mamamos.

Caminamos un poco en la playa y entre el calor, el bicherío y unos cabrones monos que aullán como en The Hunger Games, recuerdo y confirmo porqué para mí esto no son vacaciones y porqué no venía desde hace tantos años. Con solo 100 metros, se me hace y revienta una ampolla en el pie. Me siento deshidratada, sudada e hirviendo. Necesito con urgencia clima artificial.  Me maravillo de la Sole de 20 años que se tiraba todo el día al sol en la playa y en la noche, aunque refunfuñando, dormía en tienda de campaña y se levantaba fresquita al día siguiente.

Es difícil reconocer al Guanacaste de mi adolescencia en estas calles asfaltadas y esas playas urbanizadas. Si tenía alguna duda, Tamarindo termina de confirmar el prejuicio. No es solo los edificios nuevos de varios pisos. No es solo el aterro de borrachos y adictos. No son solo los bares wannabe que copian los estilos del South Beach de Miami y sports bar de todo tipo. No son solo las legiones de ugly gringos y ugly ticos.

Son además los precios escazuceños, los rótulos en inglés, el Automercado trasplantado, el aire de una callecita convertida en un burdel comercial y humano.  Marcelo me pregunta cuál Muni es la que está a cargo. Es evidente que es una que lo ha permitido todo. Es Jacó en el Pacífico Norte. Es evidente que lo perdimos.

Me pongo a pensar, en una amargazón geriátrica, si este es el desarrollo que queríamos. Veo a los meseros hablar en un inglés que en Chepe les conseguiría mínimo un brete en un call center y me pregunto si les pagarán bien, si estarán asegurados.  En el resort, los han entrenado a todos a sonreír, a preguntar cómo la estamos pasando, a hacer todos los cobros de tarjeta de crédito en dólares y a decir Pura Vida cada vez que tienen la oportunidad.

La gente del resort se detiene para que uno pase y dicen Hola y sonríen, cuando los guanacastecos decían Buenas con mala cara, con aquella altivez y ese orgullo tan propio de la zona.

Mientras vemos llover bajo techo a la par de la piscina y unos gringos se casan a gritos debajo de un toldo porque cada vez llueve más fuerte y truena, me doy cuenta que este resort podría perfectamente estar en Cuba, en México o en cualquier otra parte del Caribe, que no me enteraría. A diferencia de CoopeTortilla, estos lugares no tienen alma

Además, arruinan la experiencia que lo que al menos para mí era venir a Guanacaste: a una casa prestada o a unas cabinas con ínfulas de hotel, punto de operaciones para movernos en la mañana y en la tarde a diferentes playas, jalando paños, off, aceite de coco y hieleras, llevando comida desde Chepe y renunciando a ciertas cosas como la mantequilla, por la incapacidad de mantenerlas frías. Para urgencias, los supers locales. En la noche, todos juntos en la discoteca o salón de baile del pueblo y si había plata, comiendo en las sodas más recomendadas.

En el resort, es probable que otros dueños sean los mismos que veo en todo lado en San José. Me los topo de nuevo en el spa, en el gimnasio, en el beach club, en el convenience store (porque en estos territorios separatistas no hay pulpes), en el restaurante, en la playa. Y para rematar, como decían dos chiquillas adolescentes hoy en la piscina, de esas que dicen verdadddd, y discuten cuántos millones de dólares costó la casa nueva de fulano: lo único que le falta a este lugar es vida nocturna, para asegurar el continuismo de esta hermética endogamia social.

¿Para qué manejar cinco horas para venir a hacer lo mismo? ¿Para qué arriesgar la vida en una avioneta de Nature Air pare estar en el mismo ambiente de mierda? ¿Quién juega golf en este horno?

Como siempre, traje mucha ropa, de la que nada va con nada e igual la podría usar en la playa que de pijama. Cuando detecto lo cerrado de esta burbuja, tengo horror de toparme a alguien en estas fachas y me pongo a pensar que mejor hubiera traído ropa de trabajo, me recrimino por haber olvidado traer aretes y aunque fuera un poquito de pintura de labios.

Es cierto que la gente de la zona ahora tiene más trabajos, pero no necesariamente mejores o más estables. Me da la impresión que, en cierta forma, son ciudadanos de segunda categoría y no entiendo cómo no hay más violencia en la zona o más delincuencia ante el despliegue de este nivel de lujo, ante el contraste que estos lugares marcan. Estas urbanizaciones de follaje verde exótico por sistemas de irrigación especiales, canchas de golf en perfecto estado y en otros lugares ganado cosechas muriéndose de sed.  Me pregunto si era esto  preferible a lo que tenían antes o a no tener nada. Si lo hubiéramos podido hacer distinto.

Es cierto que siempre ha habido dos Costa Ricas o más. Pero también es cierto que antes la distancia entre una y otra no era así de infranqueable y todas confluían en alguna parte: la soda, el salón de baile, la playa.

El acceso a la playa de aquí es pequeñito, con dos rótulos que me envenenan el hígado: Uno diciendo que se ande uno ojo al Cristo, porque los vendedores de la playa no son avalados por el Hotel y tampoco son planilla y el Hotel no garantiza ni la garantía ni la veracidad que lo que te vendan o lo que te digan. Pero no veo ni uno y mucho menos a un copero que andaba buscando.

Otro, que dice, mucho más discreto: Restricted Access, este sin traducción al español, probablemente porque esa restricción solo existe en los deseos de los dueños, y aunque quisieran comprar la playa entera, están mamando y no hay nada que puedan hacer al respecto.

Por eso, y porque soy rencorosa, me alegra que le llueva a esos gringos en la boda y que se llenen de barro los tacones stiletto forrados en satén de las invitadas, porque se comportan como neandertales robándose las sombrillas de sol y dejándolas tiradas en el suelo. Me alegra que ande un zanate de esos horribles, brincando de mesa en mesa en el restaurante y se robe todo lo que pueda aunque sea de mesas con huéspedes.  Me alegra ver mosquitos y saber que hay otros bichos que pican y aunque los odio, me abstengo de asesinarlos para que cumplan su labor social.  Me alegra que haya moscas incómodas, muchas que se albortan con cada limonada frozen que llega a la orilla de la piscina. Me alegran los congos que aullán cuando empieza a llover y le tiran cosas a los turistas.

Tal vez es la edad, pero me siento intolerante e incómoda.

Me alegra la resistencia.

Hace más de 20 años que no venía y a como veo la cosa, creo que fácil, salvo que me castigue la legua, podría tirarme 20 años sin volver a esto.

Por cierto, si a alguien le interesa alquilar el apartamento, y yo tengo buenas patas con los dueños. Me avisan.

Una gota de lluvia en “«Restricted access», my ass”

  1. Gabriela dice:

    Has descrito exactamente igual a un lugar de playa que hay al sur de Lima que se llama Asia. Eisha para nadie se confunda. Tal cual lo describes, fui una sola vez invitada por una amiga por querida. Con ella siempre lo paso bien, pero el ambiente es tan falso, tan prefabricado, que no dan ganas de volver. Y como además no me gusta la playa, el paquete está completo.
    Qué asco (qué ajco, como dicen algunas en Lima) pensar que para algunos solamente importan el tamaño de tu casa, el año de tu carro y de tu yate.

Y vos, ¿qué pensás?