Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

14600 días

Desde hace 14600 días, el concepto de Papá me ha resultado ajeno y excluyente. Los demás tenían Papá. Yo no.  Es diferente cuando alguien nunca lo tuvo y nunca le ha hecho falta. Pero yo sí lo tuve, un tiempo corto y lo recuerdo y lo que más recuerdo era el cariño. Yo tuve un papá y de repente ya no.

Me ha hecho falta toda la vida, en ese lugar interno donde no hablo con nadie, solo conmigo. Cada vez que pensaba que si no se hubiera muerto, mi vida hubiese sido diferente. Que él no habría permitido tanto golpe, tanto grito, tanto dolor, tanto abuso. Que hubiéramos seguido los tres juntos. Que me habría comprado el juguete, la jacket, me habría dado el viaje, el carro, los estudios afuera. Creó la semilla de esa mata parásita del what if,  el engaño de imaginar una realidad alterna que no existe ahora ni existió nunca.

Cada vez que veía un papá cariñoso, amoroso, interesado genuinamente en sus hijos, involucrado, protector, me sentía y me siento como si estuviera viendo a un Quetzal que hubiese volado a posarse en mi mano. Me maravilla observarlo en acción, verlo ejercer su paternidad, cómo se relaciona con sus hijos, ver cómo se siente, se oye y se un papá siendo papá.  14600 días esperando la rara oportunidad de ver eso, como en una vitrina de la Universal en una Navidad, con la misma sensación de estar fuera de todo eso.

14600 días con un hueco aquí en el corazón. A veces con dolor, a veces con furia, a veces con lágrimas, a veces con reclamos, a veces con sensación de abandono. Pero siempre con la herida abierta.

14600 días pensando que los que tenían un papá, un papá de verdad, uno en que podían confiar y contar, uno que no los maltrató, que no tomó hasta embrutecerse, que no les falló, que no fue una figura ausente, que no los educó con miedo, eran muy afortunados.  Un papá como un animal mitológico. Un papá como algo que me había sido negado. Un papá como algo a lo que no tenía derecho. Un papá sin entender porqué justo yo había perdido al mío.

14600 días sintiendo envidia mezclada con añoranza. Idealizando. Deseando tener el mío o que esos que veía de vez en cuando se dieran cuenta que yo también quería uno y me aceptaran como propia con los brazos abiertos. Lidiando con el dolor y la ausencia, haciendo las paces con la muerte. Sufriendo en cada separación, viviéndola como una pequeña muerte.

14600 días y solamente yo quedo. Solamente yo me acuerdo. Ya no hay misas, ni esquelas, ni llamadas, ni adultos que me recuerdan que hoy es el día.

14600 días y yo, que fui todos los sábados al cementerio siendo niña, que podía llegar con los ojos cerrados, que jugué entre las tumbas, recogía flores de manzanilla, desyerbaba las orillas, hoy decidí por impulso parar en el cementerio y comprarle unas pomas amarillas, como las que llevaba Mimí todas las semanas.  Hace un año había estado aquí cuando supe que me operaría del cáncer.

Entré muy decidida y me perdí. Di vueltas por casi media hora sin encontrar la tumba y cuando estaba al borde el ataque de pánico, la encontré y me solté a llorar como una chiquita y me temblaba todo el cuerpo, empapado en sudor a pesar del día nublado y frío y la garúa necia.

Hice lo que tenía que hacer: le conté en qué estoy, le pedí que me ayudara, que no me dejara sola ante lo que viene, que me iluminara para saber si es lo correcto, como me enseñaron mi mamá y mi abuela para casos desesperadamente difíciles, donde ya lo único que quedaba era la intervención divina.

Dejé las flores primero en el jarrón de cemento que tiene la tumba al frente. Pero se veían tristes y apretadas y el jarrón estaba lleno de tierra, que también desyerbé entre lágrimas y rabia de malas hierbas. Así que decidí ponerlas arriba, aprovechando el cucurucho donde se supone está el osario, detrás de la placa, como las flores que mi abuela, que también está ahí, se robaba de un jardín vecino y se  ponía coqueta a veces detrás de una oreja. Parecían un ramo de soles miniatura, alegrando ese lugar gris, tristón y abandonado. Un guiño al recuerdo de personas muy queridas, que recuerdo siempre sonriendo. Sonriéndome. Y yo sonriendo con ellos.

14 600 días.

 

Una gota de lluvia en “14600 días”

  1. Gabriela dice:

    Nunca había sacado la cuenta en días, me había limitado a aumentarla cada día de enero, cada vez que el calendario de enero marca ese día que para mí es la señal de que el mundo cambió en un segundo. Las señales de su mala salud estaban a la vista, pero cuando tienes siete años no entiendes mucho. Menos cuando todos deciden no contarte nada, ni a tus hermanos, «son muy chiquitos, mejor no decirles». Acá me tienes, 37 años después, sintiendo su falta cada día. Y 13 años después, sintiendo también la falta eterna de ese hermano mayor que también se fue y al que también extraño y echo en falta cada día.
    Recordémoslos sonriendo y sonrientes siempre.

Y vos, ¿qué pensás?