Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

No puedo seguir buscando tu aroma en el viento

Era una escala camino al viaje de verdad y era eso o volar 30 horas seguidas. Así que nos quedamos un día. Debimos habernos quedado más.

No sé si es cierto que en un día no conoce uno una ciudad. Si acaso las calles más llenas de turistas. Sé que unas horas bastan para enamorar.

Me gusta que esté a la orilla del mar. Soñar que a Limón la bañan estas mismas aguas del atlántico. Me gusta que aquí ya no tengo cara de gringa y nadie me habla en inglés. Ver las callecitas llenas de balcones, las cuestas, las colinas, los elevadores, los tranvías y confirmar que Marcelo tenía razón: se parece a Valparaíso.

El que haya dicho que el portugués se entiende todo, estaba muy ebrio, probablemente a punta de capirinhas y futbol en el mundial del año pasado. Es una sensación diferente, escuchar un idioma romance y entender muy poquito. Hablar en español muy despacio, renunciando testarudamente  la universalidad del inglés. Percibir ese acento, esos sonidos, esa entonación, una melodía de  calma controlada y dulce. Hablan como las olas del mar, con la cadencia del Fado.

Dicen Obrigado para todo. Cuando uno paga. Cuando uno se va. Cuando le sirven la comida. Cuando cede el campo. Cuando se monta al bus. Es tanto y tan frecuente que me asalta la sospecha de si significará algo más que “Muchas gracias” y no tengo la menor idea de qué responder cada vez que me lo dicen.

Me gusta esta sensación de estar en una enorme playa. Las callecitas empedradas. Llegar sin saber nada del lugar, ni siquiera si es república o monarquía, la ideología del gobierno e intrigarme con tanto anuncio de hoz y martillo. Recién llegando en una esquina un tipo con pinta de peligroso- de esas que son la misma en cualquier país del mundo- nos ofrece marihuana y cocaína. Yo le quiero decir que eso es delito en Costa Rica.

Aprendí que en Lisboa, cuando uno asume un proyecto que no va a terminar nunca y que solo tortas, enredos, atrasos y desastres, se dice que eson «las obras de Santa Engracia», un templo que cuenta la leyenda nunca se pudo terminar producto de una maldición de una muerte injusta y un mercado semanal que hace tanto enredo, que el peor de los desastres se compara con eso. Más enredado que el mercado X . Que cuando una mujer se enamoraba, bordaba un mensaje para el hombre de sus sueños, intrincado y colorido como prueba de su amor. Está forrada en azulejos con diseños intrincados, una herencia de su dominación árabe. Azulejo significa piedra pulida. 

Mucho pescado, pero es bacalao y sardina y a ninguna de las dos cosas le entro. Rajan de tener una receta de bacalao por cada día del año y un antojo favorito son unos pastelitos de queso con precisamente eso: bacalao. Afectada, como todo destino turístico, por lugares para comer caros y feos de comida estándar para gringos malcriados que solo comen lo mismo en cualquier lugar del mundo: papas, hamburguesas, macarrones y coca cola. Aun falta un porquito por desarrollar en atención al cliente, pero para ser un destino obligado del que vuela con millas, es un buen negocio.

Me convenzo que Lisboa tiene esa característica mágica que tiene mi casa. Pasa completamente desapercibida hasta que uno llega directamente con toda la intención  de ese destino. Si no es así, uno le puede pasar 300 veces en frente y no verla. Encontrarla una vez y luego que desaparezca en la niebla. No sabemos nada del universo que habla portugués. Ni siquiera de la parte que está en América. No sé si es intencional, si es desprecio o desidia. Yo, por ejemplo, todo lo que sabía de Lisboa se reducía a Asterix en Lusitania

 

 

También sé un poquito de lo que he visto en tele y leído en novelas: Lisboa como puerto de salida de la gente que huía del régimen nazi. Lisboa como centro de embajadores latinoamericanos repartiendo visas. Espías y negocios oscuros de la guerra. Me arrepiento de no haberme educado más para entenderla y apreciarla más, de haber llegado como el ugly american tourist, pero a la ciudad no le importa. Sigue siendo delicadamente bella, bajo la luz ámbar del atardecer de verano, inmutable ante mi malacrianza.

Se ve tan chiquita que cuesta pensar que desde aquí se controló el primero y más duradero de todos los imperios del descubrimiento. 17 países con la huella portuguesa, en América, Africa, incluyendo la Angola donde SIlvio escribió La Guitarra del joven soldado y en Asia. El imponente monumento de los descubrimientos apunta al sur, no a América y al frente tiene una enorme espada, porque todos sabemos que la civilización, la fe y la conquista, con sangre entran.

Ellos lo saben bien porque han sido invadidos por todos: fenicios, romanos, árabes, ikingos, españoles, ingleses y frances las últimas tres veces. Hay incluso una mezquita, que sorprende un poco entre tanto signo cristiano en cada esquina. Nos cuentan también que aquí vinieron a dar muchísimos de los judíos españoles expulsados, a los que les decían marranos.

Me encuentro cerezas en la calle y me mando al abordaje, poseíada por los espíritus de los piratas portugueses No me importa que estén en lavar. Si es del caso, tengo enterogermina y esa fruta a precio de un kilo por lo que pago en Costa Rica por un banano bien vale uno o más retortijones de panza.

Están los edificios de muchos monasterios, que un país al que le dan licencia de corso vaticana para conquistar el mundo, obviamente se hace católico y de los rabiosos. Pasamos por una explanada verde, enorme, con una bandera de fondo, donde el Papa Juan Pablo II dio misa. Afortunadamente, llegamos unos años tarde. Hubiera preferido entrar a la mezquita e imaginar el tiempo en que Lisboa fue una ciudad musulmana, donde se hablaba mozárabe y había tolerancia para todas las religiones.

Abundan las iglesias y monasterios en proceso de restauración vía ayudas internacionales.  Gracias a la fe y probablemente al poco oficio, las muchas monjas desarrollan además una tradición pastelera exquisita a punta de yemas de huevo, porque las claras se usaban para hacer hostias.

Un ejemplo es el pan de nata, una especie de creme brulé en pasta filo, delicioso, que se vende por docenas, para llevar, en cada esquina y en Pasteis de Belem, el más famoso de todos, con fila que se sale para comerse unos seis, se acostumbra con azúcar en polvo y canela.

No reconozco los nombres de ninguno de los próceres de las estatuas ni de las calles, con excepción de Vasco de Gama. Por estar pajareando se me pasa la estatua de Fernando Pessoa, de quien actualmente hay dudas sobre la causa de muerte. Cada vez que hacen referencia a un portugués mundialmente famoso, para mis adentros pienso «Claro, aquí en este paisito y va jalando» y me dan cosita, como si yo viniera de una metrópoli eterna. 

El busito turístico incumple sus horarios por las protestas en la calle contra un banco que retuvo y robó los ahorros de sus clientes y ahora está en venta. La policía defiende las puertas del banco. El busito hace lo mejor que puede porque no hay tanto que ver y lo que se puede ver se ve rapidito. Marcelo aprovecha para cabecear porque es la hora en punto del jetlag.

Una turista inglesa se queja que no escucha nada en los audífonos, solo música y me convierte en su guía personal. Después de un rato, quiere saber si por el hecho de que hablamos español, conocemos España, como si fuera obvio. Me dice que prefiere Madrid a Lisboa, que es más ordenado, hay más cosas que ver y que recibe uno más por cada euro que invierte en turismo y quiere mi opinión al respecto.

Bueno, a mí Madrid no me gusta- le digo. Lo lindo que tiene Lisboa es que se parece a Madrid, pero sin los españoles. Y le explico cómo para el oído latino el trato del madrileño puede resultar grosero y duro. Prefiero Barcelona. Me mira con los ojos confundidos, probablemente porque no entiende qué le estoy diciendo,  Hasta que le explico: es más o menos como ustedes los británicos se sienten con respecto a los gringos.

Al amanecer, la calle huele a Pan de Nata en el horno y el color del cielo y la ciudad desierta me hacen pensar en eso que llaman Saudade. Eso y este muchacho que escucho en el taxi al aeropuerto y me saca las lágrimas:

Me quitan las botellas de agua en el control de seguridad, y el oficial, asustado de mis ojos llorosos, me ofrece una de ellas ¿Quieres tomarte un poquinho? Así, tan dulce, tomaría hasta cicuta. Gracias.

Lisboa, meu amor.

2 gotas de lluvia en “No puedo seguir buscando tu aroma en el viento”

  1. Beto dice:

    A vos te deberían pagar para estar escribiendo crónicas por el mundo. Siempre disfruto leyéndolas. En Brasil me dí cuenta que la cultura de la lengua portuguesa es todo un gran universo paralelo que para nosotros simplemente no existe. Y ni falta que les hacemos, porque por ser un país tan grande hasta en eso son autosuficientes. La comparación Lisboa-Madrid suena como la que yo hago siempre con Bruselas-París; la primera, con toda la cultura francesa que hay (adobada con una sana dosis de legado flamenco) pero sin la hijueputez de los parisinos.

  2. Gabriela dice:

    Es cierto que no se puede conocer una ciudad en día. A veces ni pasando la vida entera en una ciudad llegamos a conocerla. Pero alguien que sabe ver como tú atrapa detalles que al ojo común y corriente se le pueden escapar.

Y vos, ¿qué pensás?