Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Todo mi amor. Toda mi admiración

Dicen los rabinos sabios de los hasídicos, que el Señor del Universo no dejó palabras para ciertas emociones humanas y que lo hizo al propio, para obligar al hombre a reflexionar a lo largo de su vida sobre esas emociones y darle tiempo de entenderlas y digerirlas sin poder llegar nunca, nunca a encontrar la palabra adecuada. Que al pensar en eso y reflexionar sobre eso y tratar de entenderlo es como finalmente lo llega a entender, con los años, aunque no lo pueda expresar con la palabra exacta y así de generación en generación. Cada hombre llega para iniciar otra vez el proceso de tratar de entender.

Hace 41 años se empezaron a mover las ruedas del engranaje de uno de los tantos planes cósmicos, en el país del fin del mundo, al borde del océano Pacífico, para que unos meses después un bebé chinito y cachetón llegara con su mamá, los dos vestidos de otoño y lanas, al aeropuerto de El Coco, donde los estaba esperando el papá, que había llegado en diciembre de 1973, después de vivir el infierno y sobrevivir sin saber bien porqué.  Guardaron y olvidaron las lanas, la palabra primavera y la palabra invierno. El bebé pasaba los días flotando en la pisicina de esa escuela internacional, con flotadores en los bracitos gorditos. La mamá aprendió a usar Kam Lung. En las noches, escuchaban Radio Moscú en un aparato de onda corta, escondidos debajo de las sábanas.

La mamá no tenía ni tiene palabras aun para describir lo que sintió al volver a ver al papá y saber que iniciaban de nuevo en un país sin ejército. Alivio  simplemente no alcanza. El papá no tenía ni tiene palabras para describir lo que vivió en ese estadio, en esa oscuridad, porque torturadolor,  se queda corta; ni del 7 de diciembre que llegó y se sintió libre, vivo, pero con la angustia de la familia que dejaba allá y del país que perdió. No. No era esperanza.  Los dos no tuvieron ni tienen palabras aun para describir lo que sintieron al ver caer veintisiete bombas y los Hawker Hunt desgarrar el cielo de Santiago a dos cuadras de la casa.  Los analistas internacionales le dicen Golpe Militar, yo, traición organizada por desgraciados.

Tampoco había habido palabras para eso de hace 43 años cuando se conocieron en la toma popular para gente más sencilla de un predio descampado que hoy es un barrio. Hay una sola foto del papá, entonces un muchacho larguirucho y chascón con una sueter negra tejida que todavía guarda. Y la mamá, al lado, más recatada, de peinado serio, en cola, enagua, blusa, medias y sueter en la mano. Una señorita de buen ver y de buena familia. No van de la mano, pero van juntos. No ven a la cámara pero ven un futuro.

Cuarenta y un años después, tienen palabras para otras cosas. Organizaron a los vecinos para reclamar un puente. Van juntos a las sesiones de consejo municipal. Han aprendido cómo funcionan esas cosas áridas de presupuestos y regidores. Se interrumpen al decir “los demás compañ- digo, vecinos”. Tienen una estrategia de triunfo contra el sistema cantonal “Hay que irlos acorralando y cerrando más el cerco”. Le dicen de frente a funcionarios amodorrados que son unos vagos. Leen, leen y siguen leyendo ya analizando qué pasa, aquí y en el Santiago de los cielos desgarrados donde ahora empiezan a reventar bombas “Son los neoanarcos- me dice– y no quieren matar gente. Solo hacer ruido, pero esto se les salió de las manos”.  “Me alegra que estés bien. Me alegra que estés viva”  Me dice, y me besa. Me besa dos veces con emoción porque sabe lo que es que a uno le regalen dos veces la vida y sin saber uno el motivo y sabe que ahora yo también lo sé y eso une en ese silencio donde uno entiende sin palabras.

Uno no puede dejar solas a las palabras porque de tanto decirlas, pierden sentido. “Lo torturaron” le digo a los amigos comunes y todos hacen cara de condolencias. Pero hay que releer, de vez en cuándo qué les hicieron, cómo lo vivieron,  para que la piel se erice y el corazón se indigne y sintamos un poquito, un poquito, un poquito porque no tenemos la palabra de verdad para eso, de lo que vivieron miles y miles de chilenos.  Cuando las palabras se gastan, hay que revivir el propio horror como un antídoto contral el olvido, como una certeza de estar a salvo, como una alarma para impedirlo, porque la compasión es una fuerza de potencial enorme que relegan a una esquina porque la creen defecto de los más débiles y este mamífero que somos los seres humanos, tiene una tendencia muy peligrosa a olvidarse y repetirse.

Hace cuarenta y un años, los cobardes, los que todavía no han pagado lo que hicieron, los responsables, los que tienen las manos y las cuentas de banco manchas de sangre, los responsables del desarrollo, los momios, los pitucos, los acomodaticios, los traidores, creyeron que muerto el perro, acabada la leva.

Hay un cura  que dice que, a veces, hay que perder una vida para salvar otra. Que perder no es una derrota. El sabe como sabía Borges que hay una dignidad a la que no tienen derecho los vencedores. Y ya lo dijo Víctor Jara cuando cantó de otro cura, este colombiano que tuvo sueños y rifles en las manos: “Camilo Torres muere para vivir

Que se enteren todos esos hijos de puta: El tiro les salió por la culata. No tengo la palabra exacta, pero cuarenta y un años después, tengo y tuvimos ojos para seguir viendo a un pueblo que se levanta en nombre de un hombre que entregó la vida por un pueblo y un pueblo que entregó su alma por una convicción. Y es en nombre de ese hombre que se sigue reclamando por las injusticias, por los que menos tienen, por los que se roban el trabajo honesto de los demás, por el derecho al trabajo, a una vivienda digna, al estudio, a la salud, a la seguridad, a una vejez buena y tranquila, a comer tres veces al día, a la dignidad, a la paz, al amor, a la solidaridad.

Nadie quiere volver al pasado. Es ese pasado lo que inspira la lucha del presente, que se ha hecho enorme, por encima de los cielos desgarrados, para ser un símbolo latinoamericano. No acabaron con un problema: crearon un mártir y fundaron una causa que será, algún día de justicia, su propio entierro. Y los hijos de los nietos de esos que sufrieron la tortura, el dolor, el exilio, están levantando de nuevo el estandarte. Y esos que se oponen hoy invocan leyes marciales y les dicen terroristas pero ni son leyes ni es terror.

Querido Víctor, que resuene alegre otra vez tu voz de muchacho y en ella la voz de todos los muchachos desaparecidos, exiliados y torturados de Chile. Que se oiga de nuevo tu guitarra. Que el Pablo vuelva a escribir sus mejores versos y los recite para los mineros y los pescadores y los obreros y las gentes de todos los pueblos: El Compañero Presidente muere para vivir.

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Una gota de lluvia en “Todo mi amor. Toda mi admiración”

  1. Gabriela dice:

    Después de leer este texto y luego de ver la primera foto con que lo acompañas, sentí escalofríos.

Y vos, ¿qué pensás?