Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Lo que el chapoteo ha hecho por mí

Una semana antes de la cirugía, me hicieron una valoración preoperatoria, que incluía un electrocardiograma. Por el antecedente de mi papá y su infarto a los 32 años, el electro es parte normal de mi chequeo anual. El médico creyó que se habían equivocado de paciente cuando le dieron los resultados. Mi frecuencia cardiaca bajó de 82 a 60. Además, mi corazón tenía una condición especial que se llama bloqueo: una de las cámaras del corazón no tenía electricidad para bombear. Entonces la cámara de al lado tuvo que hacer nervios más largos para enervar esa parte “a oscuras” y darle electricidad, no la suficiente, obvio y con un recargo fuerte para la cámara que da el apoyo.  El electro mostró que la parte que estaba chueca empezó a desarrollar sus propios nervios eléctricos. Por primera vez en mi vida, el bloqueo cedió en forma parcial. Dice el doctor que es por el ejercicio.

El día de la cirugía, tuve que ir antes de internarme al Cima a hacerme un examen que se llama ganglio centinela. Es el ganglio al que llegan las células cancerosas de primero. Con el exámen, se ubica dónde está para que en la cirugía se extirpe y se le haga una biopsia. Me inyectaron el pecho derecho con un método contraste y me dijeron que con la mano contraria tenía que hacerle un masaje en círculo, 30 veces y descansar 3 minutos y así por una hora. Cuando pregunté porqué, me dijeron que si lo hacía diferente, se me iba a dormir el brazo con el que hacía el masaje, me podría arratonar o simplemente iba a terminar agotada. Yo no hice caso. Me interesaba que el método de contraste se expandiera lo mejor posible, así que lo asumí como una clase de chapoteo. 30 masajes, 30 burbujas, 30 masajes, 30 burbujas y así. Cuando el técnico entró a ver cómo iba, me gritó “¡¿Qué está haciendo?!” le expliqué, me revisó los brazos, vio que no tenía ninguna señal de nada de agote y me dijo “Usted nada, ¿verdad?”

Mi doctor me comentó que el tamaño y el grosor de mis pectorales y mis brazos impresionó a los cirujanos. Dice que a veces los músculos pueden ser tan delgados como hojitas de papel, pero que los míos parecían filetes de lomito. El, que me conoce hace 20 años, sonrió emocionado, de ver que este firuliche, que nunca ha tenido fuerza ni para abrir un tarro de encurtido, mostrara en el quirófano esa calidad muscular. Es posible además, que esa condición haya evitado algo peor: mi lesión estaba muy cerca al músculo, casi pegada. Si el músculo hubiera estado más débil, tal vez se podría haber enraizado o se hubiera podido extender. Pero no.

Cuando me desperté al día siguiente, no tenía dolor. Lo que tenía era un magullamiento impresionante, más de un lado que del otro. Lo describí así “me siento como cuando un domingo de mucho calor nadaba dos horas y quedaba agotada, pero más”. Luego me explicaron que de ese lado me habían traveseado más, midiendo el tamaño de los implantes hasta escoger el que quedaría mejor.

Me tengo que bañar de espaldas, yo que durante años pasé el test de Mimí del baño diario, que era revisar si me había mojado la espalda, ahora es lo primero que meto al agua. Es similar bañarse con los ojos cerrados o caminar para atrás. La idea es que el agua no pegue directamente a los pechos. Igual, por más cuidados, siempre se mojan un poquito y aun están muy sensibles como para secarlos igual que como me seco una pata. Hasta que se me ocurrió usar estas toallas, chamois, un invento curioso, super absorbente, que usan muchos nadadores. No sirve para secarse el pelo, pero uno se da toquecitos en la piel, sin restregar y sin nada y absorbe toda el agua sin lastimar y sin necesidad de nada más.

Me recomendaron los doctores no estar en piyamas a pesar de estar incapacitada. Y deben tener razón. Mimí siempre decía que si uno cogía cama terminaba convenciendo al cuerpo de que estaba enfermo y se enfermaba. Entonces todos los días hago la ceremonia de la bañación, que dura como una hora, me pongo todas las cremas de la Barbie-dermatóloga, mi perfume, me pongo aretes, tennis y todo, pero me visto como si viniera saliendo de la piscina. Mi pequeño triunfo para recordar esa sensación de cuando uno termina de nadar, se baña, se viste y sale de nuevo al sol, por lo menos mientras regreso al agua. Me temo que se me despintará el bronceado y ya lo estoy empezando a ver. Pues nada, me pondré a meditar topless en el patio interno. Total, con estas tetas, me voy a ver como estatua de templo hindú.

Además está meditar. Trato de retomarlo y me cuesta un poco controlar la respiración y entrar en ese nivel mucho más sosegado y una vez ahí, no se me ocurre qué hacer. Antes de permitirle a la mente empezar el círculo vicioso de la pensadera, me puse a nadar en mi cabeza, reviviendo la sensación de entrar en el agua, de sumergirme, se ver el agua por debajo hasta romperla con las manos, uno, dos, tres, cuatro, respire, uno, dos, tres, cuatro, respire otra vez. Así, hasta llegar a la orilla en mi cabeza. Gire con la técnica que le enseñó Vero. Por debajo, por debajo, patada de mariposa hasta pasar los banderines, no respire aun, un, dos, aguante, respire. Y así hasta completar – según yo- al menos mil metros.

Cuando empecé a nadar, mis hermanas menores, gemelas, que siempre se han destacado en los deportes, se reían de mí a mis espaldas y les daba cosita cuando yo muy digna me ponía a darles instrucciones de movimientos y técnicas. Las cabronas seguro parecían las urracas parlanchinas. Hoy me dicen que la última vez que nadamos las tres juntas tenían que ponerle para que yo no les pasara.

Cuando me sentí con más confianza, empecé a albergar la estúpida idea de alguna vez participar en una competencia y más disparatado aun, de ganarla, sobre todo en dorso. He visto como compañeros míos de clase han sido seleccionados para entrenar con el equipo, resultan seleccionados nacionales y van a campeonatos mundiales. El año entrante el mundial de masters es en Moscú y nada me gustarías más que ir y romper el maleficio de que no sirvo para los deportes y vivir esa experiencia extraterrestre para mí de ser parte de un equipo de deportes, con buzo, uniforme, viaje y toda la cosa.

Pero tengo que reconocer que yo avanzo mucho más lento que los demás. Llevo año y medio en principiantes y no avanzo. Soy ese compañero mío de alemán que aun en el curso 6 seguía pronunciando mal la palabra Freund, al decirla así como se lee y no como es: froind.  Sé que muchos de los del equipo nadaron de los 4 años o nadador competitivamente por mucho tiempo. Yo aprendí a nadar a los 34.

Sé que participar en una competencia de verdad son palabras mayores y que probablemente mi autoestima deportiva de papel de arroz de quebraría en cuatro con las matonadas que ocurren en esas competencias como en cualquier otra y terminaría llorando en una esquina o con un ataque de pánico. No en vano a Claudia le quebraron un hombro en un calentamiento de uno de esos eventos. No en vano las reglas del uso de las piscinas de calentamiento incluyen no empujar, no golpear, no gritar, no consumirse, no arañar… como si estuvieran regulando simios y no atletas de alto rendimiento. No en vano me sigo sintiendo como una mierda cuando tenemos que hacer relevos y nadie me quiere en sus equipos por ser la más lenta. Me siento un lastre para ellos.  Es posible que nunca me pongan una medalla de natación al pescuezo, pero cada vez que alguno de mis compañeros la gana, la siento como propia y me alegro y me emociono sinceramente y me regocijo en esa sensación de la admiración.

Llevo 18 meses nadando y esta es la segunda vez que no voy a poder participar en la natatónica de fin de año por culpa de una lesión. Me jodí el maguito rotador, me quebré el pie izquierdo, tuve una crisis de tiroides y ahora esto. Las cuatro cosas me han sacado, cada una dos meses del agua. Y he tenido que empezar de cero, caminando en la piscina para calentar, cuatro veces. Después de la lesión del brazo y del pie, me tomó casi 6 meses volver al punto donde estaba antes de lesionarme.

Pero voy a volver. Tenía razón Un Nador Shaolín: No preguntes qué podés hacer vos por el chapoteo, preguntá qué puede hacer el chapoteo por vos. Incluso fuera de la piscina.

 

Una gota de lluvia en “Lo que el chapoteo ha hecho por mí”

  1. Gabriela dice:

    No en vano hiciste natación desde hace algún tiempo. Que sigan las buenas noticias, poco a poco y pasito a paso, pero que sigan.

Y vos, ¿qué pensás?