Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Día 35

La espera llega casi al final. El oncólogo ya me vio. Me dijo cosas que no sabía: que nunca podría amamantar un bebé. Que no podré nadar dos meses. Que tengo que estar muy fuerte para la cirugía. Tanto, que en el examen de rutina que me hizo, de tener que hacer una biopsia, se atrasaría la operación por el riesgo de una infección. Lo único bueno es que por eso mismo no puedo ir al dentista. La cirugía será el tercer viernes de julio o el segundo de agosto. Al menos ya se sabe algo al respecto.

Sucumbí el domingo ante la Sele y me aguaron los ojos igual que cuando vi ganar a las Poll medallas Olímpicas. Caminé todos los tiempos extras y los penales y brinqué de alegría cuando Umaña metió el penal. La parte del partido que vi sentada, tuve a un conejito bebé en los regazos y compartimos pedacitos de tomate. No me da asco.

Escribí esto, que no es usualmente lo que escribo, pero más o menos lo mismo:

Hay un ambiente de fiesta. Los carros y las casas van adornados con banderas, a toda pitoreta. Hay chiquillos ondeándolas en las esquinas. La gente viste la camiseta de los colores patrios, original, pirateada, china, en todas sus versiones, de todos los años previos, para hombres, mujeres y niños.  Se ve blanco, azul y rojo para cualquier parte para donde se mire y la gente sale a la calle con la única intención de que el viento haga lo suyo con la bandera. Amanecimos todos con noción de patria y un orgullo exacerbado, justificado o no, prestado o propio, de eso que llamamos ser ticos.  Supera cualquier otra fecha, incluyendo el día de las elecciones. Así debería ser un 15 de setiembre, pero no es el día de la independencia: Hoy juega la Sele.

Hay planes, ideas, invitaciones. Hay sonrisas en la caras, emoción y un poquito de angustia que se acelera conforme se acerca la hora en la que todos sabemos que hay que estar en el lugar donde se haya acordado estar. Hay tolerancia, hay expectativa, hay comprensión con los que se van temprano, con los que se pegan a un radio o a un televisor.  Hay carnes asadas, reuniones, almuerzos, escogencia de sedes para estar todos juntos. Hay preguntas a los amigos sobre qué piensan hacer ese día y en la semana que sigue, la pregunta será similar a la que se hace cuando hay un temblor: ¿cómo la pasaste? ¿dónde lo viste? Parece la víspera de Navidad:  Es el día que juega la Sele.

Los que más saben opinan muy serios, recomiendan, critican, observan. Los que no saben o no les gusta, se infectan y preguntan, aprenden, hacen preguntas obvias. Los creyentes encomiendan todo a todos, alistan agüizotes y piden milagros de cegueras instantáneas a Santa Lucía. Todos levantan las manos ante una tarjeta o una falta injusta. Todos se angustian y se comen las uñas. Todos se levantan con los puños en alto y corean los goles y se abrazan y se besan y brincan y besan la camiseta, se ponen de capa la bandera y se santiguan y a todos, o a casi todos, se les llenan los ojos de lágrimas y se multiplican en la euforia bailando alrededor de una fuente sin agua, sin música, pegando gritos desde un puente, sonando trompetas, interrumpiendo el tráfico, ciento catorce accidentes, pero nadie se queja de las presas, de los buses detenidos, de los desvíos o de los atrasos. Se celebra sin polarizaciones, hoy todos ganamos.

Y se cruzan fotos, videos, memes, relatos de goles, ocurrencias, chistes, promesas, yosabías, telodijes recuerdos de humillaciones previas, portadas de periódicos de países lejanos, audios para compartir con todo el que quiera ser parte eso que retumba en todas las esquinas: Bum bum bum: ¡Costa Rica!, BUM BUM BUM ¡COSTA RICA! Igualititicos, como en el recuerdo utópico y bucólico de casas de adobe y teja, cafetales, carretas y chonetes de una la Patria rasa. No fueron once en la cancha: fuimos cinco millones, másmenos medio millón de gentes.

Y nadie sabe bien porqué, porque en el fondo que es la vida, un juego de futbol, aun cuando sea en un mundial y nos lleve a cuartos, no es importante. Lo importante sería vivir, con esa pasión, con esa preocupación, con esa emoción, con esa atención, con esa atención cada una de las cosas de la vida diaria del que ondea la bandera y se pone la camiseta y lo vive como si fuera él o ella el que se para a los once pasos para disparar un penal: la salud, el peso, el deporte, el amor, el trabajo, los hijos, los seres queridos, la solidaridad, la responsabilidad, la pareja: La vida-. 

Sigue sin gustarme. Pero les admiro los huevos que tienen. Cualquier que haga deporte, o que intente hacerlo, como es mi caso, en triple tuerca A, sabe lo que cuesta llegar a cualquier nivel, seguir, superarse, salir de una lesión, volver al nivel previo. Sabe lo difícil que es controlar la cabeza, cómo el tirano que se esconde en los rincones oscuros te saca la lengua en los momentos más difíciles. Les admiro el control mental, la frialdad, el proceso.

Admiro que sus nombres, ese Keylor, Brayan, Maikol, etc, denotan el origen humilde de la mayoría de ellos: no son niños lindos de colegios privados. Son chiquillos de las barriadas urbanas, de la zona rural, de canchas de tierra que han sabido mantener esa humildad. Son los que demuestran que con las oportunidades correctas, las puertas siguen abiertas.  Admiro el cariño con el que se tratan entre ellos. Admiro cómo enfrentan la adversidad y como no aflojan aunque se los esté llevando puta. A ellos nos los para ningún campeón del mundo. A mí tampoco ninguna jueputa amenaza de cáncer ni ninguna malparida cirugía.

Celso Borges me tiene con un Edipo maternal que ni yo me aguanto y hasta lo psicopateo en internet  y él me ignora y no me determina, pero no me pierdo un video, una foto, una repetición o una entrevista. Con cada cosa que veo me convenzo más que urge que tengamos aprobada la Fertilización In Vitro para darle un nieto a Guima.

Me compré una camiseta de la Sele, una de las rojas. Una para mí y otra para Cornelia, que desde Alemania me manda mensajes diciendo que toda Alemania apoya a los ticos.  A los que les he contado, coinciden en que me boté al comprar una original. Todo parece indicar que lo correcto hubiera sido optar por una versión piddata o china, que viene a ser más o menos lo mismo. Ahora me doy cuenta que me agarró tarde para comprarme la blanca, que es la del agüizote y está agotada.  Mañana de todos modos estreno la roja.

Soy el dealer de memes y chistes del Guasap. Mantengo al día a mi mejor amigo que vive en Santiago, a ese que no sé ni qué cosa es mío porque se encierra mucho en sí mismo, al Patán y a un par más de clientes fieles que se apuntan al despelote.

Me alegra ver a la gente contenta, tolerante, esperanzada. No recuerdo la última vez en que todos estábamos del mismo lado de la ilusión, sin resentimientos, ni lados, ni odios, ni serruchos de ningún tipo. A la gente nos hace bien estar felices.

Esta semana hice un alto en el camino. Todo este susto y enredo y otras cosas que se vienen arrastrando me tenían hundida en un pantano de acidez y de sarcasmo que me hacen daño a mí y a la gente que quiero cuando les hablo en ese tono, con esa impaciencia, con esa carepichez. Para la cirugía no solo tengo que estar fuerte físicamente: tengo que fortalecer también la parte de adentro, dejar de leer las cosas que me generan pesadillas, evitar a las personas ruidosas y agresivas, porque soy dulcititica para que eso se me pegue. No escuchar canciones de traumas de amor que me hacen llorar. Encontrar el tiempo para respirar. Gracias a eso, cuando las ausencias que dolían se presentan, ya soy inmune a sus palabras, a sus ojos, a sus manipulaciones, sus excusas yt sus ruegos. Váyanse. Aquí no necesitamos boronas de nada.

Dice mi gordóloga que vamos bien, a paso lento, pero bien. En seis semanas gané medio kilo de masa muscular. Bajé otras tres libras de grasa. Siento que los pantalones me quedan más flojos y no tengo ganas – casi- de comer mis adoradas cochinadas. Cuando como algo muy grasoso, ya me cae pesado. Sigo llevando el control de lo que como, anotando y pesando porciones. Administrando un presupuesto calórico. Es lento, lentísimo, comparado con lo rápido que es subir en una sola semana, por ejemplo, cinco libras.

Esta semana también fui por primera vez en años a una cantina y me acordé porqué no me gustaban antes ni me gustan ahora, básicamente por la cantidad de guaro y por cómo le incomoda a los demás que yo no tome. Costó que la mesa agarrara impulso, pero el guaro todo lo puede, sobre todo cuando se bajan esas cantidades. Comí tacos ticos, que fue el punto alto de todo el asunto. A esos lugares que me traen recuerdos oscuros, a ver gente querida chupar guaro como una esponja, no quiero volver.

El Patán volvió. Volvió a mí. Ese día recibí un correo de uno de sus compañeros de viaje dándome la explicación oficial del regreso: les hacían falta las esposas. Entonces le escribí: Tito, me dicen que ya viniste d Brasil, pero sé que eso es imposible, básicamente porque no me has llamado. Y me llamó y conversamos y fue como siempre ha sido. Me contó el motivo real del regreso: ya no les daba el cuerpo. Volvió resfriado, hecho mierda. Igual que a mí, cuando vuelvo, regresó sin alma, que lo viene persiguiendo como con tres países de diferencia.  Pero volvió.

(Esta no la encontré en español, donde el estribillo decía “Lola ha vuelto a mí”)

 

Hoy solé en voz alta con Marcelo de un fondo kickstarter que me financiaba viajar a un evento enorme y hacer mis crónicas de todo, menos de deporte. Que me pagaban por escribir cuentitos por encargo y encontrar palabras perdidas. Soñé dormida una noche de estas que nadaba en una pisicina enorme, desnuda, en una clase cualquiera.

Sigo nadando y quisiera nadar todos los días, aunque me duela el brazo. Quiero llevarme al quirófano todas las horas agua que pueda.

Los recuerdos a veces son como esos videos de un gol. Cortos, diciendo apenas más que un gof o una foto. Uno de esos de mi infancia, es ver a mi tío Rolando bailando cumbia, agitando la mano arriba primero y luego con una candela encendida. Desde entonces, cada vez que escucho el ritmo, lo evoco, bailando a media luz, sonriendo, puro sabor.

De unos días para acá tengo ganas de ir a Medellín, a Bogotá, a Río, a Buenos Aires, a Santiago. Al sur.

Esta semana no vi a mi pajarito pecho amarillo, pero siento cada vez más fuertes mis alas. Lo llevo adentro y lo sé porque tengo amarillo el pecho.

Y vos, ¿qué pensás?