Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Día 7

Una semana. Una semana y no he tenido más ataques de pánico. Una semana hace hoy que se me perdió la mitad del viernes y todo el sábado. Apenas me acuerdo que el sábado fui a nadar y de lo demás, nada, solo la idea de ordenar, ordenar, dejar todo ordenado.

En algún momento le dije a Marcelo que si llegaba a ser cáncer nos tendríamos que casar, para que él pudiera tomar decisiones sobre mí, heredar, evitar problemas. En eso pasé, obsesivamente, una y otra y otra vez.

No ha terminado la tormenta interna, no. Al manejar ya van carias veces que casi choco. Me salto las salidas por donde tengo que ir. Me quedo ida, aunque sea en una presa. Hay una parte de mi cabeza que no para de procesar, de lidiar con la idea. Ya tomé la decisión de no contestar llamadas ni jetear con Tuiter y FB mientras voy manejando. Tenía que llevarme un susto de estos para dejar de cometer imprudencias.

Se me han olvidado mis ejercicios diarios de terapia física. Se me olvida que tenía un viaje de negocios que me impediría ir al programa. Se me olvida a cada rato que voy a cumplir años. No se me olvida que estoy viva. No se me olvida que tengo esta calma tan rara.

Hay días en que me sorprendo triste y no entiendo porqué, si tengo la opción, la salida. Creo que, en el fondo, no quisiera hacerme esa cirugía, pero esa opción no la tengo. Lo mejor sería que no hubiera lesiones, pero están. A diferencia de Floribeth, no creo en milagros de papas muertos que desaparecen cosas que son vanidad.

Fuser me sacó de varias crisis de llanto espontáneo. Cuando empiezo a llorar sintiéndome que me voy a reventar por dentro, se acerca preocupado y me empieza a chupetear, hasta que le digo que estoy bien. Me obliga a dejar de llorar.

Me pasó eso del reacomodo de prioridades. Alguien me echó en cara algo, un atraso cualquiera, poco importante. Me enojé muchísimo pero aun así decidí hablarle. Le hablé con calma, hasta que se me salió el sarcasmo de que por favor me disculpara, que estaba muy ocupada pensando cómo morirme.

No deja de sorprenderme la fuerza del deseo de vivir, sobre todo yo, que tantas veces he planeado cómo morirme. Algo pasó.

Quiero ir a buscar a Rudy y contarle. Pero de pensarlo, se me salen las lágrimas y no quiero contarle llorando. Pero quiero que sepa. Algo se me ocurrirá al respecto.

A alguna gente no le he dicho nada, porque disfruto ahora más que me traten normalmente, no ver su cara de preocupados, no oírlos decir que no saben qué decirme, no verlos tratando de decidir cómo tratarme. Tal vez para no alejarlos porque no quiero o no puedo lidiar además con el rechazo.  Tal vez porque no quiero lástimas.

A otros les agradezco tanto que sin decirme nada, me han dado de todo y se siente. Estos mamíferos emocionales que somos nos cerramos tantas veces a las sensaciones y son esas las que dan casi todo.

El Patán, Tito, como le digo yo, ha sido todo corazón sin decirme nada. Me ve y me ve y yo sé lo que me está diciendo.  Opina que no deberíamos hacer encuesta para ver el tamaño de las prótesis, que él considera que se queden así como están ahora y que paga las siliconas si le doy garantía que él las ve de primero. (¿y si no quedan bien? ¿y si quedan feas, horribles, falsas, deformes? ¿si me hacen horribles cicatrices queloides?)  Me ve haciendo mi merienda de latita de frutas y me la bota a la basura, diciendo que tiene 23 gramos de azúcar. Cuenta chistes. Se pone en ridículo y se luce para hacerme reír. Me dice que me puede acompañar a los exámenes médicos que faltan, para que no vaya solita. Que muchas veces he sido su osito de peluche y que ahora le toca a él).

De mi familia y de mi casa, no he sabido nada.

Pude haber roto la dieta. Tenía autorización social para comerme seis turrones suaves españoles, uno tras otro y bajarlos con un six pack de cherry coke. Y para compensar lo dulce, una bolcsa de papas volcán con dip de cebolla. Pero no. Ni siquiera se me ocurrió. Y ahora mi pantalón de piyama ya me empieza a quedar grande.-

A los demás: no, no quiero segundas opiniones porque no quiero angustiarme más y aunque para los médicos sea ciencia, para mí es fe en su conocimiento. No, no me interesa ni creo en esas babosadas de quimioterapia natural y aunque creyera, ni siquiera y por dicha necesito hacerme quimio. No, no sean irrespetuosos, no me interesa saber quiénes creen ustedes que son los expertos en cáncer de seno. No. Gracias, pero siempre no.

Me hice una placa de pulmones, pero salió limpia, sin manchas ni nada. No tengo comprometidos órganos internos o al menos eso parece. Faltan dos semanas para el segundo exámen y como cuatro para el cuchillo en la clínica. Al colocarme para la placa, se desencajé el hombro y me lo reacomodaron en terapia.

Duermo bien, sin ayuda, pero con sueños complicados, enredos sumamente simbólicos. Amanezco queriendo dormir más, un rato más, pero no puedo. No estoy para profundidades existenciales. Quiero ver tonterías. Quiero comedia, reírme en voz alta. Quiero leer novelitas populares que llenan pero no alimentan.

También me enojé con la persona que dijo que los mamógrafos son un negocio, que no se necesitan, que solo el autoexamen basta, que había un artículo por ahí que no compartió nunca; que no hay que comprar más y que predica soluciones “integrales”. Yo no estoy a favor de las compañías que venden equipos, abogo porque una mujer no tenga que pasar meses esperando. A mí la mamografía me está salvando de una quimio, de una muerte, de un cáncer. Pero no le digo nada, ni de mis lesiones ni de mi recién nacido activismo. No entiendo todavía cómo o cuál es el sistema que funciona cuando elijo quedarme en silencio.  Debe ser aquello de que yo nunca digo nada de mí. Abrirse es tan difícil… pero con la poca gente que lo he hecho, me he sentido bien, querida, genuinamente, de una forma pura y primitiva.

El pájaro de pecho amarillo me persigue. Lo vi el lunes en el kínder, me veía desde el piso de arriba mientras se desayunaba un gusanito. Le iba a tomar una foto para convencerme de que no me lo imagino pero se fue antes de eso. Luego, a media mañana, llegó hasta la ventana de la oficina de un cliente donde paso medio día. Ahí se quedó conmigo un gran rato, contemplando el verde de las montañas y el calor insoportable de San Rafael de Alajuela. Los dos muy callados, suspirando de vez en cuando.

Quiero ir a nadar a Ojo de Agua, irme hasta el fondo de la pisicina más honda y subir verticalmente hacia el sol y romper el agua con las manos. Eso quiero.

Y vos, ¿qué pensás?