Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Nápoles y Pompeya

A una le cuentan muchas mentiras.

A uno le dicen que las culturas antiguas. Por más que hayan legado, eran apenas un pelín superior a los salvajes. Pero viendo más allá de las ruinas y las piedras viejas y las partes anecdóticas, es cierto que tal vez lo que demuestra un lugar como Pompeya es que los seres humanos tenemos la misma emociones, los mismos egoísmos, las mismas cerrazones que hace dos mil años.

Ella siempre me dijo que este lugar era tétrico y aburrido. Y lo es, pero por otros motivos diferentes, posiblemente a los de Ella. Lo que pasó en Pompeya supera la leyenda, porque hubo un hombre que relató todo lo que vio y lo que le contaron los sobrevivientes: la bitácora de la destrucción y que confirman los museos, las ruinas y las momias de Pompeya.

  • Del rico que se devolvió a recoger el oro y quedó calcinado con la bolsa en la mano.
  • La mujer que le exigió a sus esclavos que la sacaran de la casa y luego no quiso permitirles ir por su familia. La abandonaron y no supo salir de la ciudad.
  • Los esclavos que simplemente salieron corriendo y vivieron el resto de sus vidas como hombres libres
  • El pater familias que, en lugar de salvar a sus seres queridos, confió en que si rezaban suficiente a Apolo aplacarían a los dioses y murieron todos juntos.
  • El político que aseguraba que eso no habría pasado de haber resultado él el elegido.
  • La futura mamá encontrada boca abajo con las manos en la pancita, tratando de proteger a su bebito.
  • El mosaico de “Cuidado con el Perro” a la entrada de la Casa del Poeta Trágico

Pompeya tenía sodas abiertas al público, mercados, baños para todos, templos, barrios de ricos y barrios de pobres, puteros (sí, los pompeyanos tenían sexo). Pompeya era igual a cualquier barrio que conocemos.

Tal vez tenían más que nosotros: un concepto de la belleza distinto, con casas en las que era necesario dedicar espacio a jardines internos, llenas de flores, con pequeñas piscinas para recoger el agua de lluvia, frescos bellísimos para decorar las paredes, paredes altas para asegurar la frescura, todas cosas que distan muchísimo del molote de condominios asfixiantes en los que hoy vivimos.

Pompeya enseña además una visión tan pre cristiana del sexo, que da gusto:

  • En el burdel hay frescos sobre diferentes posiciones sexuales, para que los clientes tuvieran a la mano un menú de opciones.
  • Las mujeres del burdel, o lobas tenían nombres exóticos (quedaron anotados en las paredes) que muestran que venían de todas las ciudades del mediterráneo y llevaban la cuenta de clientes apuntada en la pared.
  • Las estatuas del dios Priapo lo muestran como un dios no circuncidado
  • Obviamente, el homosexualismo se veía tan natural como el amanecer o la lluvia o los limones amarillos que abundan en los árboles de la zona.
  • En las casas, el adorno con un pene erecto era una señal clara: aquí vive gente feliz.
  • Ese mismo pene con dos alas en la base, que tanta gracia le hace a los turistas gringos, que lo compran como si fuera una pachotada, en realidad es un mensaje claro: el éxito en la vida depende de un balance entre la fertilidad y el bienestar del alma (Gotitas del saber: los cristianos no creen en el alma, que es un concepto pagano. Por eso se dice que Jesús resucitó de cuerpo Y alma. De nada)

Pompeya es además otras cosas, por ejemplo:

  • La confirmación de mi pesadilla de infancia de que es posible que un volcán acabe con una ciudad de un solo bombazo. Siempre se criticó al cronista cuando hablaba de una explosión imposible que se acercaba más a la descripción de un ataque atómico que  aun pueblo inundado por lava. Pero lo cierto es que el Vesuvio lanzó una onda de calor y ceniza que llovió por 17 horas sobre la ciudad. Fue el calor intenso de la onda piroclástica  lo que inmortalizó a Pompeya y a sus habitantes para la historia un 29 de agosto del año 79 AC y eso lo confirmó la ciencia hasta hace muy poco tiempo.
  • La fuerza del casette materno intenso, que explicaba mi incomodidad de estar recorriendo tanta piedra y lo reacia que me sentía de acercarme a ver las momias más de cerca. Lo fuerte que puede ser el prejuicio, lo inconsciente del recuerdo.
  • Que hay una naturaleza humana esencial que sigue idéntica aunque ahora seamos más altos, más gordos, más conectados. A pesar del esfuerzo publicitario por irla eliminando y esa necesidad ridícula, sin objetivos claros, de sentirse superiores a gentes que vivieron hace dos mil años.  Que seguimos siendo los mismos mamíferos y que la modernidad es un invento de ella misma.
  • La sospecha de lo sobre natural. Preguntarse otra vez si será la imaginación, la conexiones cerebrales haciendo corto circuito o qué cosa, lo que me hace sentir, en cada esquina, en cada casita, en la plaza, en el templo, en todas partes, que aquí hay más gente que los turistas curiosos, metiches e intrusos. Que los habitantes de Pompeya no se dieron cuenta que se fueron y que siguen en sus mandados como si nada, comprando pescado, contratando prostitutas, atendiendo a sus hijos, aplaudiéndole a los gladiadores que desfilan por la Calle de la abundancia, divirtiéndose en el teatro, recostados al lado de su fuente interna, conversando, escribiendo poesía, adorando a Apolo, contemplando el mediterráneo desde la Porta Marina. Para ellos, los fantasmas somos nosotros los turistas Siguen eternos en lo suyo y nos atraviesan ellos a nosotros. El futuro para ellos no existió nunca.

De regreso en Nápoles, veo con mis propios ojos, que una cosa es la cara pública de los países desarrollados y otra muy distinta los barrios pobres de esas mismas ciudades, llenas de basura, de negros africanos, de graffiti, de negocios cerrados y sensación de mucho peligro. Nápoles se ve como La Habana Vieja, una ciudad destruida, pero a diferencia de La Habana, triste, gris, sin esperanza de nada.

Y vos, ¿qué pensás?