Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Vecinos

En un impulso orgánico, Laura se cansó de las malas hierbas y los tréboles salvajes y sembró albahaca, zapallos y tomates enanos en su jardinera. Les habló, los regó, los podó y los cuidó hasta que la tierra hizo lo suyo. Dos días antes de cosechar y celebrar en ensalada, al regresar del trabajo se encuentra el reguero de las matas arrancadas y las macetas quebradas en el piso. Cuando pregunta, la vecina le dice que fue sin querer queriendo, que ahí sepa disculpar.

Gaby siempre quiso un animalito, pero el dueño de los apartamentos solo permite un canario. Se apiada de los gatos callejeros que abundan por el barrio y les empieza a dejar un platito de leche en el garaje. Compra alimento genérico en el minisúper y les pone un poquito cada noche en un tarrito plástico usado. Un fin de semana cualquiera, los gatitos amanecen muertos en la cochera, claramente envenenados. Un vecino, el mismo que decía ser alérgico al pelo de gato e intolerante a los maullidos, se queja de que el condominio no es zoológico ni albergue público pero obviamente, no sabe nada de la masacre.

Adrián se endeudó para comprar esa casa, que es pequeñita, más apartamento que casita, pero es para lo que le daba el salario y los precios de mercado. Mes a mes paga el préstamo y padece el alza indiscriminada de intereses de cualquier banco. A todas horas, sobre todo los fines de semana, hay alboroto, música estridente, tele a todo volumen, futbol portazos, ambiente de cantina de pueblo y cierran con gritos de pleitos familiares en la casa del vecino; que también se endeudó para comprar la casita de al lado, que la paga mes a mes, que también no tuvo más opción que intereses variables y que dice que como está en su casa, hace lo que le da la gana. La posibilidad de que alguno de los dos se vaya, es casi nula.

A Luis Carlos le preocupa el matón del barrio, que aterroriza a los más débiles, decomisa juguetes a la fuerza, monopoliza el tobogán y siembra respeto a puñetazos. Luis Carlos sabe bien lo que es eso porque en el colegio, hace muchos años fue víctima de eso que ahora le dicen bullying y no quiere que sus hijos pasen por lo mismo ¿Y los papás de semejante criaturita? Bien, gracias. Se escudan en que son cosas de chiquillos.

A Enrique la mujer le advirtió que no fuera bombeta, pero él se sintió con espíritu de servicio y se metió a la junta del condominio. Ahora no sabe qué hacer con el vecino que insulta a los guardas, desperdicia agua, no paga los gastos comunes y nunca está de acuerdo con nada. Es el único que no falta a las reuniones porque a los demás ni les importa. Tiene una tendencia preocupante al gusto de llevar la contraria sin proponer nunca nada, para el colerón la junta, que acabarán o peleados entre ellos y renunciando en pleno.

Doña Hortensia quisiera que el vecino recogiera las cacas del perro, que lo llevara a hacer sus necesidades a otro jardín, que no ladre a todo pulmón a las 5 de la mañana y que lo saquen a pasear con correa porque ya ha mordido a los perros más pequeños del barrio, incluyendo a Luquitas, el pequinés de ella. Pero no se anima a decirle nada, por temor a que le pegue una gritada. Ella es una señora de las de antes, que no le gusta que le falten el respeto

Todos los días, un tico, esté donde esté, suspira invocando el sueño de la casa propia, con patio, palito de limón criollo, un perro, tres gallinas ponedoras y la ausencia de vecinos. Ansía reivindicar el legado antropológico de los primeros años de la República, cuando vivíamos aislados, metidos en la montaña; cuando nadie se metía con nadie y éramos cómodamente huraños, ahuyentando visitas con escobas detrás de la puerta.

La publicidad nos ha vendido como un lujo moderno los condominios, los edificios de apartamentos y las urbanizaciones cerradas con calles privadas y agujas. La opción de compraventa debería decir que es requisito indispensable saber vivir en pelota, cediendo, respetando y siendo considerados con los demás. Pedir las cosas con educación y mesura y aceptar las sugerencias, propuestas o quejas de un vecino sin tirarle la puerta en la cara. Animarse a hablar de frente y evitar las hostilidades anónimas. Buscar el beneficio general por encima del propio.

Pero la realidad se impone. A juzgar por lo que ocurre todos los días, en las asambleas de propietarios, en las reuniones de amigos, en las consultas a los abogados amigos, pareciera que aun nos falta un buen trecho. Y no se crea. Eso es cierto tanto para las barriadas populares de pisos de cemento lujado, como para los condominios exclusivos que ofrecen cerámica italiana o madera finísima, todo importado.

La malacrianza, la descortesía y la desconsideración, en un su infinita sabiduría, atraviesan transversalmente la sociedad y permiten que tanto los pobres como los ricos se comporten como patanes con sus vecinos.

4 gotas de lluvia en “Vecinos”

  1. medea dice:

    En Colombia viví seguido el suplicio del mal vecino y con mis amigos pensábamos en cómo debería haber un sistema para evaluar inquilinos, que así como hay páginas web que uno califica doctores, plomeros, albañiles, hubiera una asociación del buen vecino, donde uno pudiera inscribirse y que con citas y entrevistas pudieran determinar qué tan buen vecino es uno. O qué se yo, que hubiera más conciencia sobre que la parranda de uno no debe ser la parranda de todo el barrio, y que el que Ud. tenga equipo de sonido no significa que tenga que compartirlo con la cuadra. Que la policía atendiera quejas de verdad y que la gente aprendiera a convivir. Eso o irme a vivir a un barrio «de bien» donde la junta del condominio me limite mi libertad también, pero que sé que no voy a tener q aguantar las cacas de perro ajenas frente a mi puerta.

    También me hubiera gustado que cuando hiciera algo que no gustara, que mis vecinos me hubieran dicho. Que mi tele se escuchaba en todo el piso. Que la música estaba duro y no me había dado cuenta. Que algo… porque quién sabe si uno también fue el mal vecino de otro.

    Creo que por eso prefiero alquilar. Uno siempre tiene salida de emergencia para librarse del suplicio del mal vecino.

  2. marcelo dice:

    Uno no solo tiene vecinos, pues como dice Medea, uno también es el vecino de alguien.

    Habiendo cambiado de casa con frecuencia, me tocó ver como los barrios se transformaban porquito a poco. En donde vivía cuando tenía cinco años jugábamos en la calle todas las tardes. A los ocho, el escondido y el beís eran frecuentes. A los 11 andaba en bici y de pronto visitaba al de cuatro casas más allá para jugar en la sala. A los 15, nada. Este último sitio era uno que a pesar de ser calle, aspiraba a condominio. Curiosamente era una calle ciega que tenía entre todas sus casas, un condominio chiquitito de reciente construcción. No había mayor peligro de atropello y la guardia rural de la localidad estaba en la esquina, pero igual no se jugaba en la calle.

  3. Alicia dice:

    Mi mamá está en proceso de compra de un lote en condominio. Y lo que debiera ser un momento de alegría absoluta, en el momento en que le entregan la reglamentación del mismo, es una emoción ambigua. Que la seguridad, bueno sí. Pero dice que todo ese montón de reglas, de no’s y prohibiciones son básicamente porque no sabemos nada de convivencia. Nada. Ni siquiera lo mínimo como para hacer un reglamento decente.

  4. Gabipeña dice:

    Si en condominio queremos vivir, modelos mentales hemos de quebrar. Yo por lo pronto, sigo extrañando a mis gatos de la calle. Pero creo que extraño más el barrio, y la calle donde solía jugar en mi niñez en Santo Domingo de Heredia.

Y vos, ¿qué pensás?