Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

¿Quién recuerda al compañero presidente?

El primer acto de conmemoración del 11 de setiembre al que asistí fui en el auditorio de Generales de la UCR. La asistencia se dividía en dos: los estudiantes forzados y los chilenos sobrevivientes y exiliados. Los estudiantes estaban malencarados, aburridos, resignados, preguntando cuánto iba a durar esta vara.

Entre los exiliados reconocí profesores de la U, artistas de teatro, el dueño de mi librería favorita, personas que por una u otra razón veía más o menos a diario y que no tenía idea de que eran chilenos o que habían pasado por eso. Ellos tenían un tristeza enorme, que controlan todo el año y solo el 11 de setiembre dejan salir a flote porque ya no pueden más y cada minuto les recuerda algo, el momento en que se dieron cuenta, el momento de la certeza del fin del sueño, el minuto en que escucharon pasar los aviones, el minuto en que empezaron a caer las bombas, el minuto en que se despidió el compañero presidente.

Pocas veces he visto sentimientos tan crudos, tan expuestos, tan sueltos de las ataduras del control y del disimulo. Uno de ellos, evidentemente empastillado, insistía en usar su gorra de cuero negro de su juventud e insistía en que lo llamaran por su nombre clandestino: Felipe resucita cada once de setiembre en sus ojos arrasados.

Años después vería esas mismas caras de ser humano sin adorno, otro 11 de setiembre en un acto conmemorativo en uno de los campos de tortura y exterminio, en Villa Grimaldi, en Santiago. Era esa misma emoción contenida, esas lágrimas guardadas por tanto tiempo, ese respeto por los caídos, esas ganas de no decir nada porque qué va a decir uno en un día como ese, cuando las palabras no alcanzan y esa necesidad de sentirse acompañado.

El día de la U vi llorar a Sara Astica cuando repetía las palabras del compañero presidente y no estaba actuando. Vi a Leonardo Perucci hacer todo para sostener la voz y sin embargo, quebrársele. Vi una y otra vez esa escena de pesadilla de La Moneda ardiendo. Vi a mucha gente llorar de dolor, de tristeza, de impotencia y por el recuerdo. Y una voz desgarrada gritó un viva a Salvador Allende.

El golpe no duró un día. El golpe duró 17 años.

Y hoy, que Chile se prepara para celebrar 200 años de vida independiente el próximo 18, y que están tirando la casa por la ventana a pesar del terremoto y que 33 mineros a setecientos metros no saben la salvada que le están pegando al actual presidente, que entretiene a la turba con el cuento diario de los mineros para no explicar porqué su gobierno de derecha no ha hecho nada y la criminalidad sigue en aumento; en TV Chile pasan cortos de los deseos de los chilenos para este bicentenario.

Hay unos que dicen que quiere recorrer el país completo, otros piden animales y un bebito, otros quieren llegar a cien años, otros también pero acompañados, otros quieren un país sin presas, más justo, más lindo, más esto y más lo otro.

A mí nadie me ha preguntado y yo no tengo derecho a meterme, pero si a mí me hubieran preguntado les hubiera dicho que mi deseo es que nunca nadie olvide al compañero presidente y a los que dieron la vida por él ese 11 de setiembre. Que la memoria sea justa con los hombres y mujeres buenos de Chile que tuvieron que dejar su país después de pasar por torturas. Que no permitan que se ensucie su memoria con este gobierno, que insulta la memoria de los caídos y de los exiliados con sus ministros y asesores que fueron ministros y asesores del dictador y que hoy se pasean, orgullosos de su impunidad, por los mismos pasillos que Allende defendió con su vida.

Este 11 de setiembre mi suegro no dice nada ni llama a nadie ni hace nada especial. Pero se acuerda. Y un día de lluvia contó como la primera noche en el estadio conoció el infierno, por los gritos, el frío, los golpes, las cosas que tuvo que ver, y eso solo entre los detenidos. Al día siguiente ellos mismos pusieron orden y ya nadie se agachaba sumiso por la chinga de un cigarro de un soldado raso y dejaron de pelear por la comida, y se atendieron a los más débiles, a los enfermos y a los más viejos. Y alcanzaron esa dignidad a la que no tienen derecho los ganadores. Y luego las filas, en el velódromo, ellos cubiertos cada uno con una frazada, reconociendo a los amigos por los zapatos y viendo como se los comían los nervios porque era claro que los iban a torturar y por gusto, porque de nada valía que supieran o no supieran algo. El objetivo era maltratarlos. O matarlos.

Y mi suegro, que pasó por eso, hoy hace sus cosas y ve la televisión y un canal le miente diciéndole que todo Chile dejó atrás la historia y se prepara para una orgía de asado, empanada y vino tinto. Que las personas como él y sus compañeros no importan. Que no está bien estar triste cuando la orden en todo el país es estar contento. Que no importa que él perdiera todo: su país, su marco de referencia, su ser entero.

La abuela Berta no llegó a este 11 de setiembre. Se nos murió hace poco, solita, como quedó después de que el golpe le arrancó a su familia. A mí la noticia me dolió muchísimo, no solo porque sé lo que es perder una abuelita querida, sino porque además no dejo de pensar en la foto que tenía pegada en la refri y en el portarretratos del cuarto y lo orgullosa y feliz que se sentía al mostrarla y decirme “Esa es mi familia. Se tuvieron que ir a Costa Rica por lo del golpe”. Las víctimas del golpe no son solo los que desaparecieron o los que torturaron, que son muchos. Son las abuelas que quedaron solas, las familias separadas, las vidas que de repente dieron un giro de 180 y que no pueden ser reconstruidas. Lo que pasó en Chile no fue un milagro económico: lo precedió un genocidio, aunque los responsables hoy estén de nuevo sentados en los sillones de las presidencias y de los ministerios.

El tío Lucho tiene un nieto que hoy, precisamente hoy, cumple años. Hace dos, cuando nació, el tío me escribió lamentándose de la coincidencia del parto y del aniversario y cómo su cumpleaños estaría siempre empañado del recuerdo. Yo le escribí “Al revés, Lucho, qué mejor para ti que saber que el nieto que te ilumina los ojos y te dan ganas de vivir nace el mismo día en que intentaron derrotarnos? Qué mejor triunfo sobre la muerte y el dolor que la vida misma? Qué mejor prueba que sobreviviste, que no pudieron contigo”

Pero no, viene el bicentenario, y en los Estados Unidos, el país que organizó, financió y dirigió la matanza, no les pasa por la frente la idea de siquiera pedir perdón. Están ocupados viendo a ver cómo organizan su propio golpe de estado y pidiendo- inútilmente, obvio- que le den pelota a sus teorías de conspiración. Los que hoy en los Estados Unidos piden justicia, que le pregunten a uno de estos chilenos qué se siente. Tal vez puedan darse cuenta de que comparten parte de lo mismo.

Y mientras tanto yo, un día como hoy, pienso como setiembre trae tantas cosas juntas, porque mi papá murió un 6 de setiembre y la verdad, creo que ya solo yo me acuerdo. Porque hoy es 11 y me siento profundamente triste. Y porque estas mañanas de días de invierno lluvioso, cuando veo pasar los helicópteros militares surcando el cielo del Valle Central, siento un hueco en el estómago , una impotencia, un miedo, una sensación de que se me fue el país del que me sentía tan orgullosa a la mierda. Y luego me acuerdo que yo y otros como yo, votamos por este gobierno.

6 gotas de lluvia en “¿Quién recuerda al compañero presidente?”

  1. matriuzka dice:

    Pasé esperando el post todo el día. Y te confieso: desde que empecé a leerte (hace unos añitos atrás) el 11 de setiembre tiene un significado diferente para mi.

    Y es en serio, es por vos. Vos me enseñaste a sentir lo que los libros de texto no me enseñaron ni a recordar.

    Un abrazo.

  2. maromadigital dice:

    Como siempre, conmovedor y directo al corazón. Será por de allí sale para desparramarse en tu blog.

    Recuerdo de joven a mi profesora de sociales, chilena y siempre aspirando volver a su querido país. Creo que nunca pudo. ¡Qué triste!

    Gracias por tu perspectiva.

  3. Daniela dice:

    Ese día, en el auditorio de generales (mi primer año de la U, por cierto), yo fui una de las pocas estudiantes no-obligadas que asistió. Y sin tener ascendencia chilena, me conectó con todo lo que tenemos en común.
    Que fuerte escribir desde una historia propia, con todo el dolor que implica.
    Que no nos olvidemos de los que cayeron… que en nuestra Latinoamerica nos deshagamos de los milicos que destruyen países enteros y desaparecen gente hermosa y valiente… que no nos vuelva a pasar.

  4. tetrabrik dice:

    es así, la verdadera muerte es el olvido y contra eso hay que escribir. salú, sole.

  5. Eli F. dice:

    Nunca olvidar, Sole, es la enseñanza. Perdonar es factible, pero sin olvidar. En el momento que se olvida, la historia se repite.

  6. ticoexpat dice:

    Que cierto eso de lo del golpe de Estado en EE UU. Veo las campanas que havcen para las elecciones locales y da cosa: candidatas que muestran lo bien que manejan una M16 en vez de la economia no me la hacen mucho. El problema racial y religioso cada vez mas grave y mas enconnoso, menos dialogoi, etc. y eso en un pais que todos se ponen de monos a seguirlo o a garrarlo de escuza. Demasiado poder en una sola mano. Y pensar que el ganador del desmadre es China, que no anda muy largo ni muy cristianamente…

    Cmo decis, es un problema moral: sacrificamos la justicia en nombre del bienestar economico, peor el problema sigue siendo que las raices dle conflicto no se pueden quitar. La unica forma de tener una paz verdaera es enfrentando los demonios y dejando todo en carne viva para que pueda crecer saludable. y es que aca tambien tienen lso ecos de la dictadura del pasado muy a flor de piel y las heridas que no cierran porque todos vuelven la mirada y reescriben la historia para justificar que lso senores de la guerra sigan al mando, todo en nombre de la paz, que ironia.

Y vos, ¿qué pensás?