Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Víctor Olmedo

Víctor Olmedo nunca se había interesado en las cosas de la política. Ni para un lado ni para el otro. Era un gallo tranquilo, dedicado a lo suyo, hasta que ganó la Unidad Popular. Entonces descubrió que daría hasta la vida por el sueño de la revolución de la empanada y el vino tinto, porque cada guagüita recibiera su litro de leche diario, por salarios justos para mineros y pescadores, por una sociedad más solidaria.

Víctor Olmedo fue reclutado para la GAP, la guardia personal del Chicho, sus guardaespaldas, los hombres que lo defenderían hasta el final, los únicos que, cuando llegó el final, le demostraron que sabían ser leales.

Víctor Olmedo no venía de una familia revoltosa ni militante. Era una familia sencilla, que vivía de lo que trabajaban, con sus trabajos de gente de clase media que aspira un día a pensionarse. Tampoco era un niñito rico que se rebelaba con pelos largos y sandalias. Víctor Olmedo creía. Y se entregaba.

Los amigos de Víctor Olmedo, en cambio, se reían escépticos del sueño y acusaban a la UP de estar destruyendo Chile. Todos abogaban por un golpe, también a la chilena, donde quitaran a esos marxistas del gobierno y las cosas volvieron a ser como antes eran, como habían sido siempre.

Los amigos de Víctor Olmedo iban a marchas pidiendo la cabeza del Chicho y de los mechudos que lo apoyaban, sin pensar que los militares se las iban a ofrecer, en bandeja, goteando sangre de recién cortadas, con los ojos amoratados y la boca rota de tortura.

Los amigos de Víctor Olmedo se seguían reuniendo con Víctor y discutían a los gritos y terminaban todos borrachos, abrazados, recordando botellas de vino y minas memorables, porque algo tan transitorio como un gobierno, aunque fuera molesto, no era más importante que Víctor Olmedo. O que sus amigos.

El día del golpe, los amigos de Víctor Olmedo, viendo la violencia desmedida del bombardeo y de lo que vino, supusieron que Víctor Olmedo estaría muerto. Y vinieron las excusas de yo no hubiera querido algo así de duro, wueón, pero a lo hecho, pecho. Y se reunieron e hicieron un salú al alma del Víctor,  que se imaginaron muerto entre los escombros humeantes de La Moneda.

A Víctor Olmedo, a Chile completo, lo enterraron, entonces, entre aquel silencio largo, gris e invierno.

Víctor Olmedo reapareció un día, como de milagr resucitado, anunciando su nombre por si tenía algún conocido, asignado director comercial de la misión comercial en Suecia. La copucha se distribuyó rápido y sus amigos- los de Víctor Olmedo- quisieron saber si era el mismo que ellos daban por muerto y ya habían honrado y despedido a brindis de vino tinto.

Y era. Era Víctor Olmedo. Ahora una flamante exonerado que regresaba a la patria, con refinamientos europeos y preferencias propias de los retornados, digno embajador del nuevo orden comercial chileno.

Víctor Olmedo se reunió con los guatones cuarentones, pelaos, resignados, que habían sido sus amigos. Y les dijo que sí, que él sobrevivió el bombardeo a La Moneda. Y que sí, al igual que a casi todos los de la GAP, lo habían detenido, llevado al Estadio y torturado. Que lo que seguía, era morirse: de un infarto por un exceso eléctrico, lanzado al mar amarrado a un riel de cobre o fusilado.

A mí me salvó el cliché más antiguo de vieja novelera– contaba-  Mi madre estaba desesperada por los rumores de todo lo que estaba pasando, con los cadáveres que aparecían en el Mapocho, con lo que le pasó a Víctor Jara, con lo que contaba la gente, poh. Entonces fue a buscar a un pololo de ella de juventud, un milico e’ mierda que entonces era una de las manos derechas del  culiao de Pinocho. Y le rogó, wuéon, mi madre le rogó, en nombre del cariño que se juraron alguna vez, que me perdonara la vida. Te dai perfecta cuenta que la podía haber mandao a la chucha, reírsele en la cara o hasta cogerla presa ahí mismo por atrevida. Pero le  hizo una reverencia militar perfecta y con una sonrisa caballerosa, le dijo «Mi amor, por usted, yo hago lo que me pida».

A Víctor Olmedo, por orden expresa de mi general, lo fueron a buscar al Estadio. Los últimos que lo vieron, contaron cómo lo sacaron arrastrado, hecho carne molida, igual que a muchos que nunca más volvieron. Lo llevaron directo al aeropuerto de Cerrillos y allí, hediondo a miedo, a cansancio y dolor lo montaron en el primer avión que salía.

Mi general siguió supervisando y dirigiendo la detención, desaparición y tortura de más de cuatrocientos mil chilenos, que es lo que dicen los informes de las comisiones. Sin contar lo que le hizo a todos a los que no tuvo necesidad de picanearlos.

La única condición que puso mi general, fue, precisamente, el silencio.  Sin cartas, sin llamadas, sin decirle nada a nadie. Víctor Olmedo, víctima de la dictadura, enterrado vivo, durante 17 años, en Bulgaria, detrás de la cortina de hierro.

A mí, la historia me la contó un gallo momio fascista pinochetista que brindó por la muerte de Víctor Olmedo. Super simpático el wueón. Y me dice, de moraleja, que a Víctor Olmedo lo salvó un cariño viejo. Y te fijai que hasta entre los milicos habían hombres buenos?

4 gotas de lluvia en “Víctor Olmedo”

  1. Leo Arias dice:

    Y, yo pienso que esta fue la mejor de mis lecturas atrasadas por las vacaciones.

  2. Yuré dice:

    Un fabuloso ejemplo de «Mater ex machina»

  3. solentiname dice:

    Gracias Leo.

    Yuré, o talvez de Antiguas calenturas ex machina

  4. Terox dice:

    Máter ex- (s)ex machina?

Y vos, ¿qué pensás?