Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Ave Benedicto, Sole te saluda

El Museo Vaticano de Museo, no tiene nada. Lo que es, es la colección de juguetes y adornos que han venido acumulando los Papas a lo largo de los años. Al igual que cualquier otro ingreso a la Santa Madre Iglesia, tiene uno que encaramarse algo modesto. Me imagino yo que a Jesús, si es que se ocupa de asuntos corporativos, no le debe hacer nada de gracia que los encargados de la franquicia se pongan en discriminaciones por cosas tan ridículas como el largo del ruedo. But then again, ya sabemos que éste Papa- el Pastor Alemán- no se distingue precisamente por su tolerancia y apertura.

Diría yo que tampoco por su compasión, porque a pesar que el Museo es relativamente grande, no ofrece las bondades del aire acondicionado a los turistas paganos como uno, que encima tenemos que ir de mangas largas.

Ninguno del aterro de chunches está clasificado. Si uno no lleva una guía en la mano, suena completo porque no entiende nada. Vas arrastrado con el río de gente que camina a una velocidad vertiginosa, desesperados por llegar a la Capilla Sixtina. Se desfila por pasillos llenos de estatuas, con sus partes pudendas debidamente cubiertas por hojitas de parra, de mapas, de tapices, de cuadros de Rafael y su combo, de armaritos preciosos pintados a mano pero cerrados a la curiosidad de la turistada.

De destacar, dos cisnes de Bohemia de tamaño natural, hechos en cerámica, que fueron encargados para la visita de Juan Pablo II a Estados Unidos, donde se los dieron de regalo. Son una belleza y solo verlos lo transporta a uno a un cuento de hadas.

Se sube y se baja por infinidad de pasillos y escaleras estrechas, de forma tal que ya uno ni sabe por dónde anda, en cierta forma perdido en ese laberinto papal. Las pinturas más lindas, esos clásicos que ve uno en artes plásticas, eran el papel tapiz de los apartamentos papales y cubren paredes enteras. Estaban interesantes, pero yo hubiera preferido ver los apartamentos amueblados, sobre todo el de los papas Borgia y enterarme de los alborotos.

Finalmente, la Sixtina, que se llena hasta el tope como un corral de ganado. Los guardas no paran de callar a la gente cuando el volumen de los murmullos sube demasiado. Se supone que es el lugar de mayor recogimiento, no tanto por la estrechez con ese gentío, si no porque es la capilla personal del Papa y a dónde se reúnen los cardenales cuando algún papa estira la pata para escoger uno nuevo.

Los frescos de Miguel Angel están muy arriba como para apreciarlos a gusto sin incurrir en una severa tortículis. De hecho se ven mucho mejor y con más detalle en los libros. Hay unas sillitas pegadas a la orilla, que se pelea la gente a empujones y que mitigan un poco la sensación de mareo de estar viendo para el techo. Cuando el papa Julio le ofreció a Miguel Angel el bretecillo, el maestro se dio el tupé de decirle que “no, chásgracias”, esencialmente porque él era escultor y no pintor.

Lo convencieron a punta de amenazas y plata (combinación que rara vez falla) y Miguel Angel estuvo cuatro años en la pintadera, que por la posición y la complejidad, casi lo vuelven loco. Además lo hizo todo él, a mano, sin encargar nada a los asistentes. Hace unos años, se consideraba que Miguel Angel era un pintor sobrio, pero ahora, con la restauración de la Capilla, de nuevo se pueden apreciar los colores chillones que usaba el maestro, lo que ha obligado a replantearse las consideraciones artísticas respecto a su obra.

Mi opinión personal es que, a juzgar por la cantidad de cosas hechas por él que se acumulan en las iglesias de Italia, no le debe haber ido tan mal como decorador de interiores de los curas. Aunque las malas lenguas dicen que no era muy católico.

Tampoco era que lo de la fe desvelara mucho al Vaticano. Rafael, que pintó entre otras cosas la Escuela de Atenas para el que fue el comedor papal, hacía, esencialmente, lo que le daba la gana. De rumoradas conductas escandalosas y evidentes, de no haber sido porque era el favorito del Papa, de fijo habría acabado muerto antes del día que le tocaba. Dicen que cuando Rafael fue a vinear cómo iba el trabajo del maestro, casi le da un soponcio al ver la magnificencia y salió soplado a ponerle más carnita y emoción a sus personajes, que casi siempre eran perfectamente flacos, con plácidas caras de Apolos perfectos.

Al salir de la capilla, se acabó la vuelta. Pasa uno por la tienda de regalos, donde llama la atención que los de Benedicto casi no se venden porque están baratísimas. Este Papa es tan querido y tan simpático, que  se siguen vendiendo postalitas de Juan Pablo II, aunque ya va para 3 años de muerto. Es increíble la variedad de compras que puede hacer uno y el chunchero con lo que puede hacer uno negocios religiosos. Casi al salir,  manda uno unas tarjetitas postales desde la Posta Vaticano, o sea, del país más chico del mundo y a seguir recorriendo l’Italia.

Y yo, ni me persino.

4 gotas de lluvia en “Ave Benedicto, Sole te saluda”

  1. Dean CóRnito dice:

    Toda la tarde estuve percibiendo un tufo ambiente a azufre. Ahora ya se por qué era!!!!

  2. Terox dice:

    ¿Y cómo encontró los precios? La última vez, me cobraron 10 euros por una Coca Cola en la Plaza de San Pedro… además, si comprás un rosario en la tienda, te sale en 12 euros o más. En la calle, el mismo en 1 o 2 euros… E igual todos los bendice el Papa cuando sale…

  3. solentiname dice:

    Dean: Sí, era yo. Exportando en directo desde el Vaticano. Terox: los precios siguen igual de caros! Es un abuso!

  4. Hilda dice:

    la bella ironía: la capilla sixtina -en el corazón del dragón- es un homenaje -muy erótico por cierto- a la belleza masculina y al deseo homosexual

Y vos, ¿qué pensás?