Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Cosas para el olvido

En la que era tu casa, yo siempre recibía trato de hija, sin negociaciones previas, sin distinciones. Así era. Desde Ojo de Agua hasta Lindora. Del desayuno hasta el almuerzo. Me quisiste, quisiera creer yo, con lo sencillo del Bataán de tu infancia. Eras el hombre de la casa en una familia de mujeres solas. El que nos acompañaba a todas partes, el que reparaba todo, el hombre bueno sin vicios, el que iba todos los domingos a misa y cantaba en voz alta con su voz de trueno.

Trabajabas todas las horas extra de la fábrica de galletas y en vacaciones nos traías una bolsa entera de recortes para comernos primero la cremita. Nos ponías los cuentos en un disco de acetato y a mí siempre me daba miedo la bruja. Veíamos los 4 juntos, en una banca vieja convertida en sofá, tus películas favoritas de Semana Santa- Ben Hur. Y los sábados, Benny Hill, con sus chistes extraños y tus risas curiosas.

A mí una vez, sin saberlo, me enseñaste el valor de un regalo. Llamaste desde temprano a decir que me traías de la fábrica un regalo que tenía que ver con la canción de moda: Doce Rosas, de un tal Lorenzo algo. De la emoción yo me imaginaba un cassette original o al menos una copia: de todos modos un lujo en aquel momento. Llegaste de noche y de tu uniforme enterizo de mecánico no sacaste un cassette, original o copiado. Sacaste un papelito arrugado donde habías copiado para mí, la letra.

Tu hijo- mi primo- te adoraba. Su orgullo era saberse idénticos. Se veía en las fotos de infancia, en los gustos por la electrónica, por hacer cosas que funcionaran, en cómo te tomaba la mano para caminar en la calle, en su forma brusca de decirte “Paaa!” con todo el cariño. Y después el silencio. Acompañarlo a él a esperarte en una esquina del centro, paraditos de la mano, tres horas seguidas, él con la ilusión de verte; yo con la excusa de cuidarlos pero con la esperanza secreta de que me invitaras a acompañarlos y vos nunca llegaste. El nunca lloró y ya no dice nada. Pero yo sé que lleva 15 años en eso y sigue esperando.

Hoy existe la posibilidad de verte, enfrentados en una discusión legal, cada uno a lados opuestos de la mesa. Hoy, el abogado que defiende a la que fue tu mujer y al hijo que ya es un hombre, soy yo.

Hoy, cuando hurgué en tus registros vi tu foto de hombre de sesenta años y supe de tu vida, esa que fue sin nosotros y sentí dos cosas: una tristeza profunda y el peso de tener que guardar un secreto para no abrirle heridas a la gente que quiero.

Yo supongo que a vos te queda claro que el día  que los abandonaste, el día que los traicionaste a ellos,  nos traicionaste a todos. Que no se te olvide eso.  Que a mí tampoco.

3 gotas de lluvia en “Cosas para el olvido”

  1. Amalia dice:

    que fuerte

  2. Noah dice:

    he llorado con esto ya tres veces

  3. solentiname dice:

    Gracias por compartirlo Noah. Hace que me sienta menos sola con este tema.

Y vos, ¿qué pensás?