Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Buenos Aires se ve… tan suceptible

Por motivos de esos que no deben dejar dormir a Al Gore y que pone en riesgo la existencia de la raza humana en este planeta, este debe ser el verano más fresco que he experimentado en mi vida. A cómodos 15 grados, recorro enchaquetada las calles del centro porteño, sin querer tomar el Subte porque yo insisto en verlo todo, recorrerlo todo, absorberlo todo.

Camino por cada tiro unas tres horas. Me trazo rutas inventadas por las calles más concurridas. Visito librerías, tiendas de curiosidades, me como unos helados, me compro unas uvas. Quisiera saber cuál es el mejor café, el mejor lugar de repostería, el restaurant de barrio con las mejores milanesas, esa pizza a la piedra de chuparse los dedos. Frente al Café Tortoni, emblemático en Buenos Aire, abro las puertas dobles dispuesta a tomarme una coca lai y de inmediato las cierro, espantada. Fue como entrar en una película: la luz dorada, la actitud de la gente, lo cómodo de los asientos, la vajilla, los cristales: el Club Unión de las confiterías.

Todos comentan que hoy se canceló el primer concierto de Madonna porque no llegó el avión con el vestuario y con el sonido, que Madonna se encontró con Ingrid Betancourt en la Casa Rosada, que «Evita» es una comedia musical de Andre Lloyd Weber que no tiene relación alguna con la historia y en eso han pasado los noticieros entretenidos todo el día. Yo en cambio, quisiera estar el 6 aquí para el Concierto de Cacho Castaña, ir al teatro, al festival de cine, a lecturas de poesías, a presentaciones de libros, a conciertos y a tertulias; en lugar de andar persiguiendo copias chinas de camisetas futboleras para amigos abusados que no piensan que son mis vacaciones y se rajan con encargos.

Llegué a la Casa de las Madres de la Plaza de Mayo, al trole. Algo tímida entré en la librería a ver qué me llevaba. Arrasé con las camisetas y los llaveros. A veces me siento incómoda de comportarme tan consumista con una causa noble, pero me consuelo pensando que al menos así ayudo a financiarla.

Me quedé conversando con el encargado. Le conté de la vez en Chile que un militar no me dejó entrar a La Moneda porque yo andaba puesta la camiseta. Me preguntó que si yo tenía padres exiliados. Hablamos de los libros que llevaba y él le pidió a otra muchacha que le pidiera a Hebe más remeras. Pregunté cómo estaba Hebe – Hebe ya carga 80 o más almanaques- y él se rió y me dijo que estaba bien. Quise saber de otra de las madres. «Y la Elsa, cómo está?». Me costó encontrar la pregunta, porque lo que de verdad quería saber es si estaba viva.

Me contó que ella estaba bien, pero que hacía unas semanas habían entrado a robar a su casa, que la habían golpeado y amarrado y que entonces ya casi no venía a la casa de las madres, que se quedaba con su marido, que no escuchaba bien, para cuidarlo. Pero que todos los jueves iba a la marcha. Yo no quise contarle que la Elsa era la madre que me había dicho que yo me parezco a su hija. Que me tomaba de la mano y me tocaba la cara, sentadas las dos en una banca de la Plaza de Mayo, antes y después de la marcha.

Yo me pregunto si Ella habría tenido la fuerza de buscarme 31 años. De ir a la Plaza, de soportar los golpes, las persecuciones, de ser tildada de loca, de ser solidaria. Y luego dejo de culparla por lo que habría podido hacer Ella y empiezo a pensar en qué sería capaz yo de hacer por un hijo. Y en lo que Ella, con todos sus defectos, en efecto hizo por mí, en su propia lucha, en su propia guerra.

Cuando llegué aquí, el taxista me dijo que las madres ya no marchaban, porque el gobierno les había prometido llegar al fondo de todas las investigaciones de sus hijos desparecidos. Hoy me aclararon las cosas, y mañana, a las 3 y 30 de la tarde, estaré con ellas, caminando a pasitos chicos, alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo, cantando consignas, recordando a los desaparecidos, retomando mis compromisos. Uno no sabe de lo que es capaz hasta que se pone de pie y lo hace. Entonces se sorprende. La mayoría de las veces, claro.

2 gotas de lluvia en “Buenos Aires se ve… tan suceptible”

  1. ilana dice:

    Es cierto. A veces hay que dejarlo ir, reconocer que nuestra versión de la verdad no es la única e inequívoca…

    cuando me pongo a pensar en todo lo que como un niño crees entender, pero de verdad no tienes idea, lo que mi nena ve, y no ve… ufff.

    Esto de Elsa me llegó…

  2. TicoExpat dice:

    La vida es un torbellino… que fuerte lo de las madres…

Y vos, ¿qué pensás?